Si puedes, tómate un café con alguien que vea el mundo distinto a ti. Ganarás tú y ganará la sociedad. Suena a consejo de Perogrullo, pero es —a grandes rasgos— la conclusión a la que han llegado investigadores de la Universidad de Bonn, Alemania. Tras analizar cientos de encuestas, han terminado con dos ideas claras. Primera, que charlar sobre política con afines nos lleva a extremar nuestras posturas. Segunda, que cuando nos abrimos a dialogar con gente con una visión contraria nos volvemos más tolerantes. Ojo, no cambiamos de parecer; pero sí somos más abiertos.
La lección no nos sirve solo para mejorar como ciudadanos, que también. Más allá de nuestra piel, de la esfera estrictamente personal, tiene una clara lectura en clave de sociedad.
El efecto de las cámaras de eco. Desde hace tiempo, los sociólogos y demás investigadores dedicados al estudio de los medios de comunicación conocen bien el fenómeno de las “cámaras de eco”. Básicamente, equivalen a vivir en una especie de burbuja informativa, una caja de resonancia blindada a ideas contrarias y en la que cada cual recibe mensajes que amplían y refuerzan sus propias convicciones. En palabras del profesor Antonio Blanco, de la Universidad de Oviedo, generan un “eco continuo y reconfortante” que nos reafirman en nuestra visión. Incluso cuando esta trata de cuestiones en apariencia tan racionales como las inversiones o el abordaje del COVID-19.
La dinámica es muy sencilla: escuchas lo que coincide con tu visión del mundo; pasas de todo aquello que la contradice. Se llama sesgo de confirmación. Con Internet y las redes sociales ese eco ha ganado fuerza hasta volverse casi casi ensordecedor y volver las cámaras aún más sólidas. Como explica Blanco, ya no tenemos ni que buscar el mensaje. Seguimos haciéndolo, claro, escogiendo contenidos y a quienes seguimos; pero es ya el mensaje el que nos busca a nosotros.
Dime con quién hablas y te diré cómo de polarizado estás. Con esa ideas claras, los investigadores de Bonn se plantearon algunas preguntas. ¿Cómo nos afecta charlar con gente que piensa igual que nosotros? ¿Y lo contrario, en qué medida nos influye hablar con personas que miran la política bajo otro prisma? Para salir de dudas, Sven Heuser, de la Universidad de Bonn; y Lasse S. Stötzer, del Briq Institute, hicieron un experimento: se centraron en charlas que se realizaron en 2018 en el marco del programa Germany Tallks y favorecieron que las personas se agrupasen en dos tipos de parejas: unas de gente afín entre sí y otras de discordantes. Luego les pasaron una encuesta, dejaron que hablasen y volvieron a realizar un nuevo test. 2.645 los completaron.
¿Qué identificaron tras analizar los resultados? La primera conclusión fue que quiénes habían charlado con gente de su misma cuerda se habían polarizo aún más, tendiendo a posiciones más atrincheradas. “Descubrimos que hablar con una persona con una opinión política similar conduce a opiniones políticas más extremas”, explican los investigadores: “En conjunto, los resultados sugieren que las conversaciones políticas en persona entre individuos con opiniones afines pueden aumentar la polarización de las opiniones y, por tanto, ampliar la brecha entre grupos ideológicos”.
¿Y qué pasa cuando hablas con gente de ideas contrarias? Eso, ¿y qué ocurrió en los otros casos, cuando se reunía a dos personas de opiniones opuestas? La conclusión del estudio es igual de clara. El interlocutor no cambiaba su postura, es decir, sus opiniones políticas no habían variado de forma sustancial —ni en un sentido ni en otro, ojo: no se habían suavizado, pero desde luego tampoco radicalizado—; pero sí se apreciaba un cambio importante en otro aspecto: se había reducido su “polarización afectiva”, su animosidad o aversión hacia quien piensa distinto.
Los autores del estudio concretan que, en apariencia, aquellos individuos que habían contrastado ideas opuestas parecían mostrar menos “actitudes negativas” hacia sus rivales después de las citas. Puede parecer raro, pero es algo que no se apreció entre las parejas con posturas afines, en las que el impacto no era “significativo”. No solo eso. La investigación muestra además que los contactos con personas de mentalidades opuestas habían reducido también sus estereotipos. Sobre todo, se limaba su impresión de que quienes piensan distinto lo hacen porque profundizan menos.
Beneficioso también para la cohesión social. Quienes tuvieron que escuchar ideas que no casaban del todo con las suyas y se vieron obligados a contrastar posturas —vamos, a salir de su peculiar cámara de eco— no solo acababan mostrando menos aversión y hostilidad. También habían reforzado su “percepción de la cohesión social” —o lo que viene siendo más o menos lo mismo, el grado de consenso e incluso la sensación de pertenencia—. Más allá de la esfera personal, el dato es relevante por su clara interpretación en términos de sociedad y comunidad.
“Demuestra que hablar con alguien que tiene opiniones políticas opuestas reduce las actitudes negativas hacia las personas de mentalidad contraria y mejora la percepción de la cohesión social. Reducir los obstáculos a la comunicación con personas de ideas contrarias y facilitar la interacción entre diferentes campos políticos puede ser una contramedida eficaz contra la polarización afectiva”, señala el estudio, que anima a “combatir este círculo vicioso de polarización” con iniciativas como el programa My Country Talks, que facilita precisamente el intercambio de visiones.
El “cara a cara”, un factor a tener en cuenta. El estudio deja, o por lo menos perfila, también algunas ideas curiosas. Una de ellas es que el “cara a cara”, la oportunidad de quedar y charlar en persona, puede ser un factor importante. Como recuerdan sus autores, un trabajo anterior, de 2020, mostraba que “desconectar” de Facebook —de nuevo el fantasma de la cámara de eco— ayuda a reducir la polarización ideológica, pero no afectiva; algo que sí se ha logrado en este experimento con entrevistas reales, de tú a tú con un interlocutor de carne y hueso. El efecto es parecido al que detectó otro estudio de 2021 cuando se expuso a gente a noticias que chirriaban con sus propias posturas en Facebook: se redujo la polarización afectiva, pero no las opiniones políticas.
Las conversaciones con “salsa” duran más. Otro dato significativo es que, a pesar de lo que podría pensarse, las conversaciones en las que se contraponen ideas duran más que las que nos sirven solo para reafirmarnos. Durante su investigación, el equipo de Bonn descubrió que aquellas charlas en las que había un desacuerdo, una confrontación de posturas y opiniones, se prolongaban más tiempo. En concreto, los interlocutores estaban media hora más sentados a la mesa.
“El desacuerdo sobre un tema aumenta la probabilidad de discusión y la duración de las reuniones de los contrarios en un 30% (30 minutos) más largas. Los socios contrarios discuten sobre temas en los que no están de acuerdo, pero no reaccionan a ello adaptando su propia opinión”, reseñan. Para favorecer el intercambio de ideas, las entrevistas no se tutelaban, moderaban ni guiaban. Los temas de conversación únicamente se planteaban en torno a siete claves políticas y pasada una semana se enviaba una encuesta. De media, las conversaciones duraron alrededor de 140 minutos.
Imágenes | Shane Rounce (Unsplash) y Afif Kusuma (Unsplash)