Era cuestión de tiempo antes de que la teología islámica entrase en el debate de las criptomonedas. El dictamen merece interés, precisamente por el hecho de que, entre todas las confesiones existentes en la actualidad, la musulmana es la única que tiene el valor de declarar públicamente lo que piensa acerca de un asunto en el que incluso los portavoces oficiales laicos se inhiben, por motivos de ignorancia, cortesía o simplemente para no molestar. Para nuestra sorpresa, pasando revista a los argumentos expuestos por los ulemas musulmanes –por ejemplo en las últimas fatwas dirigidas a la comunidad de fieles de Indonesia, la más numerosa del mundo–, no tardamos en comprobar que, dejando de lado la clave religiosa, la postura de rechazo de los musulmanes hacia el bitcoin resulta sorprendentemente similar a la de nuestros líderes de opinión occidentales. Los argumentos que desde el punto de vista de un musulmán llevan al rechazo de las criptomonedas, son en el fondo los mismos que los que podría exponer la Comisión Nacional del Mercado de Valores.
Las criptodivisas son haram, término que emplean los ulemas para referirse a todo aquello que consideran impuro, y por lo tanto incompatible con los preceptos de la religión islámica, como la carne de cerdo, el alcohol o el juego. Primero, porque al no constituir un instrumento tangible y de aceptación general, suscitan incertidumbre en el trato comercial. Su naturaleza especulativa y su volatilidad las asimilan más juegos de azar que a medios de pago. Fomentan los comportamientos codiciosos, la temeridad y el engaño, debilitando los lazos que mantienen unida a la comunidad de fieles. En su variedad proof of stake, es decir, aquellas monedas digitales cuyo beneficio se basa en el devengo de algún tipo de interés, resultan particularmente odiosas porque desde sus orígenes el Islam siempre ha condenado los préstamos con usura.
Es esta condición de opacidad lo que termina por rematar la calificación de haram para las criptos, asimilándolas más a artilugios diabólicos que a una herramienta al servicio de la comunidad de fieles. Por si fuera poco, además de poner en riesgo la paz social y desafiar groseramente a la autoridad establecida, las divisas basadas en tecnologías Blockchain no incluyen ningún procedimiento para generar un pago de limosna a los pobres y desfavorecidos (zakat), con lo cual incumplen otro de los mandatos esenciales del Islam. La única finalidad de las criptomonedas es puramente lucrativa, y por ello resultan contrarias tanto a la palabra escrita como a cualquier sentido moral interpretado por la lectura del Corán.
Si nos molestamos en efectuar el obligado cambio de coordenadas semánticas, reemplazando locuciones religiosas por otras de ética civil, nos daremos cuenta de que las causas principales por las que las criptomonedas están perdiendo fuelle, tanto en los devotos países musulmanes como en el Occidente cristiano o en la comunista y atea China, vienen a ser las mismas. Líderes políticos y opinión pública comparten por doquier el parecer de que las criptomonedas fomentan el libertarismo improductivo y la anarquía; desafían al poder del Estado y socavan el sistema financiero. Favorecen la desigualdad, el engaño y el fraude fiscal. Viéndolo así, nos vemos obligados a admitir que nunca antes había existido semejante grado de conformidad entre civilizaciones y culturas con respecto a un tema concreto de naturaleza económica como este de las criptocoins.
La mentalidad tradicional del árabe se decanta por lo tangible. Aunque parezca difícil de creer, en países como Yemen o los Emiratos sigue aceptándose como medio de pago el legendario tálero de la emperatriz María Teresa de Austria, una moneda de plata del siglo XVIII con la misma ley que el real español y los primeros dólares acuñados en Estados Unidos tras la Guerra de Independencia de 1776-1783. Algo que no debería extrañarnos, a la vista de los cada vez más numerosos inversores occidentales que se decantan por el oro como activo seguro en tiempos de turbulencia financiera y social.
Inspirado por su fe en Allah y en el Profeta, un buen musulmán sabe que su distanciamiento con respecto a las criptomonedas le permite vivir en armonía consigo mismo y con el resto del mundo. De hecho, los únicos que en estos tiempos recurren al bitcoin son quienes pretenden eludir marcos de regulación globales y actúan al margen de la ley. Sírvanos de ejemplo la maquinación de aquellos hackers norcoreanos que desplegaban ataques informáticos para robar criptomonedas con las que financiar el programa de misiles nucleares de Pyongyang. O sin ir más lejos, esa banda dedicada a la falsificación de pasaportes covid. Por no hablar de la amenaza más obvia: los yihadistas del DAESH quienes, corrompidos por la naturaleza diabólica de las cripto, incumplen uno de los preceptos más sagrados del Islam: respetar la vida y mantener la paz.* Profesor