Este sábado, el cantautor Ismael Serrano (Madrid, 1974) se subirá por tercera vez al escenario de Baluarte. Pero, asegura, ésta vez será más que especial: “Es una gira para celebrar el encuentro con el público, que eso tiene un carácter especial y añadido después de todo lo que nos ha tocado vivir”.
Regresa a Pamplona para presentar su último disco, ‘Seremos’, que nació ligado al confinamiento. ¿Surgió por una necesidad que había entonces de mirar al futuro?
–Sí, desde la necesidad de conectar con un futuro que se nos negaba. Lo más angustiante era el miedo a lo que nos pudiera pasar, pero también estaba la angustia de perder el control de nuestras vidas, sin un horizonte claro. Las canciones tienen ese valor terapéutico, que te hacen sentirte acompañado en la adversidad y el saberse acompañado te ayuda de alguna manera a recuperar la certeza.
Sí que da la sensación además de que éste es un disco muy femenino. Muy “a ella”.
–Sí, lo es. No solamente en el caso de las canciones Cuando llegaron ellas o La primera que despierta. Tiene que ver con las voces que participan pero también hasta con un cuestionamiento del ideal romántico del amor en un tema como Soltar, y una suerte de construcción de uno mismo y de la figura del cantante de éxito, al que se le supone una sensibilidad especial. Todo eso está en cuestionamiento en este disco.
Es también un cuestionamiento en el que la crítica política y social quedan a un lado. ¿Surgió de forma natural y por las circunstancias en que se concibieron estas canciones?
–Supongo que surgió así. No sé si la crítica de manera explícita está fuera del disco, porque el tema Cuando llegaron ellas es una forma de hablar de política, Fahrenheit 451 también… Pero es verdad que habla del nosotros y desde otro lugar. No abandono el cantarle a los anhelos y a los sueños colectivos, al paisaje compartido… pero sí desde una mirada social. Efectivamente tiene que ver con las circunstancias que vivíamos y también con que me acompaña una sensación de que hay una hiperpolitización de todo discurso que hace que, de manera inconsciente, uno evite expresarse de manera clara y rotunda.
¿Ahora priman los discursos que abrazan los extremos y todo es blanco o negro, sin lugar para los grises?
–Sí, de hecho con la polarización se busca el hartazgo, cansancio y que abandonemos el debate, cosa que es sumamente triste. Tengo una editorial a través de la cual publicamos libros míos o proyectos que me parecen interesantes y hace poco hicimos unos textos políticos de Antonio Machado cuya idea partía de una frase de Juan de Mairena, que decía a los jóvenes que debían participar en política porque de otra manera otros lo harían por ellos o contra ellos. Y esa sensación da, que la polarización busca apartarte del debate político para que otros tomen las decisiones pertinentes por ti.
¿De ahí la importancia, como decía antes, de cantarle al nosotros, como herramienta del posible cambio?
–Tal cual, sobre todo en un contexto donde creo que estamos viviendo un cambio de paradigma político que se expresa muy violentamente. Cuando hay un cambio de paradigma hay resistencias a que suceda y por eso ocurren guerras y la polarización, que tiene que ver con un sistema que colapsa ante la emergencia climática, ante el mal reparto de la felicidad y de la riqueza… Además la pandemia lo que ha hecho es exacerbar todas esas desigualdades, ahí el sistema colapsa y surgen los conflictos que están surgiendo, la militarización entre las relaciones de los pueblos… Y es sumamente preocupante.
Parafraseando el título de una de sus nuevas canciones, ¿cuál sería ahora ‘El último acto de rebeldía’?
–No sucumbir al desaliento. Ante la pregunta de si saldremos mejores o peores, solemos decir que peores y creo que incluso promover esa convicción es un acto político que tiene que ver con abandonar. Entonces no resignarse y entender que ante esa pregunta nosotros podemos hacer algo, es un último acto de rebeldía. No sumergirnos en la melancolía permanente, en la resignación y en el derrotismo en muchos aspectos y asumir que, como decían las madres de la Plaza de Mayo, la única lucha que se pierde es la que se abandona.
A nivel de cambios, recientemente se ha aprobado el Estatuto del Artista. ¿Cómo cree que afectará esto al mundo de la cultura?
–Nos dará cierta estabilidad y cierta seguridad laboral que no teníamos. El artista vive permanentemente en el alambre y la pandemia lo ha dejado en evidencia. En cuanto el artista tiene que parar, no encuentra amparo de ningún tipo para poder resistir cuando vienen mal dadas. A veces es la pandemia, otras puede ser un accidente laboral… Y en ese sentido nos va a dar seguridad en muchos aspectos, pero si algo ha dejado claro la pandemia es que la cultura no siempre está en la prioridad. A pesar de que se celebran iniciativas y leyes como ésta, las administraciones no han estado a la altura. En los periódicos estaba la necesidad de ayudar a la hostelería y ciertos sectores y las administraciones no han acompañado el esfuerzo de los trabajadores de la cultura por crear espacios seguros como han sido los conciertos, las obras de teatro… Las artes escénicas han padecido mucho y el tejido cultural está todavía resentido porque mucha gente se ha quedado en el camino: iluminadores, montadores, gente del sonido, de producción, salas donde se hace música en directo…
Al margen de este nuevo disco, el pasado año presentó el proyecto de La canción más triste del mundo, con el que indagaba en el por qué y cómo se escriben esas canciones tristes. ¿Encontró la respuesta?
–La sabía ya (risas). Fue una forma de reivindicar el valor terapéutico de las canciones por un lado, y también una forma de desmontar el cliché en torno a la tristeza del cantautor en el sentido de que si hacemos un repaso de las canciones que más nos han marcado, la mayor parte de ellas son tristes y esto tiene que ver que nos han acompañado den momentos de adversidad. Han sido un bálsamo… Y este proyecto reivindicaba un espacio para poder transitar el duelo con la calma que merece. Vivimos en una especie de tiranía de Mr. Wonderful que no nos permite ningún signo de debilidad. Incluso como espectadores, en cualquier contexto vemos a alguien que sincera su tristeza y la expresa y eso nos incomoda de alguna manera. Las lágrimas se ven como una impostura muchas veces y cuando te preguntan qué tal estás, la respuesta automática tiene que ser bien. Hay un empeño e infantilismo que tiene que ver con la proyección obligada que uno hace en redes sociales.
Como las fotos y los vídeos en Instagram.
–Sí, donde tienes que ser lo más feliz, ejemplar y apasionante. Esa tiranía está generando muchas frustraciones en gente joven y está más que demostrada la toxicidad de ciertas redes en lo que respecta a frustraciones que genera en sus vidas, sobre todo a la imposición de ciertos cánones no sólo de belleza, sino también de forma de vida por así decirlo. El espejismo del influencer, que al parecer uno se busca aproximar a ese ideal. Así que yo reivindico no estar triste permanentemente, pero sí entender que nuestra vida es compleja y que ese estado del alma nos va a tocar vivirlo queramos o no, a no ser que seamos unos perturbados que nos da igual absolutamente lo que pasa en el mundo. Entonces mejor amigarnos con esa idea y darnos la posibilidad de vivirlo con la calma que merece para poder salir de esa experiencia mejor y no averiado, ya que a veces la negación genera muchos más problemas. Caí en la cuenta cuando me vi que cada vez que hacía una entrevista, sobre todo en ciertos medios audiovisuales, siempre el tono de comedia tenía que sobrevolar y no había ningún momento para ponerse serio. Tenía la sensación de que no podíamos hablar de otras cosas que creo que igual al publico le interesan.
¿Interesa precisamente quedarse tan sólo con el titular, en la superficie?
–Los tiempos son tan urgentes y todo pasa tan rápido… Y esa sensación de volatilidad se traslada también a las noticias. Primero damos el titular y luego ya comprobamos si es verdad o mentira, porque no dejes que la realidad te estropee un buen titular… Estamos trasladando ciertas dinámicas de redes sociales a nuestra vida, como al debate político, por ejemplo, ya que en Twitter o en redes sociales no tienes que esperar a que el otro acabe su discurso para soltarle el tuyo. ¿La escucha y el sesgo de confirmación? Te rodeas de gente que te diga lo que quieres oír y esas dinámicas las ves en los debates y tertulias televisivas, en cómo se dirigen unos a otros… La realidad de las redes sociales es performativa y se traslada a diferentes ámbitos de manera preocupante.
Con el peligro que conlleva.
–Sí, porque está el encapsulamiento del mensaje. Twitter tiene un límite de caracteres y eso también nos educa y hace que encapsulemos nuestras expresiones y sentimientos, que los simplifiquemos… O los post que son demasiado largos, que no captan la misma atención, los vídeos de YouTube tienen que tener una duración limitada, porque si no pierde visualizaciones y la gente se distrae… Padecemos todos un déficit de atención continua.
De ahí que, por momentos, un concierto ahora se convierta en hora y media de desconexión. ¿Cómo es el espectáculo que presentará en Baluarte, del que ya ha avanzado que combina música y teatro?
–Me divierte hacer algo diferente y me apetece que la persona que vaya a verlo, tenga una experiencia especial que vaya más allá del concierto convencional. El teatro me encanta, soy un tipo obsesionado con los relatos y creo que en una canción y en un concierto los hay. La propia vida encierra un relato y buscamos argumentos para él. El concierto se construye en torno a un guion y eso te ayuda a contextualizar las canciones y a hacer el viaje que uno realiza cuando escucha un concierto de un artista, que te lleva a veces a lugares insospechados. Y a través de un diálogo con una voz en off, hago un diálogo con varios gjros un tanto inesperados porque reviso no sólo el recorrido que uno ha hecho en estos 25 años, sino también el que han hecho las canciones, porque viajan, crecen, se desarrollan y se cantan con otra mirada pasado el tiempo. Y a eso invito, con un formato muy íntimo también.