CORDOBA.- Valencia, en España, unió a una venezolana y a un argentino que se conocieron como mochileros y, después de un tiempo, resolvieron radicarse en Europa. La pandemia les alborotó los planes y como salida de emergencia empezaron a fabricar pastas para vender. Invirtieron 110 euros en una máquina “comprada en los chinos”, les empezó a ir bien, pusieron 10.000 euros en un local con obrador y venden unos 100 kilos de pasta semanales.
Andrea Pisani tiene 33 años, en 2008 dejó su Venezuela natal porque “no se podía estar más”; Álvaro Medina, de 26, estudió gastronomía. Ambos querían viajar, conocer y trabajar para sostener ese plan. En 2017 se conocieron en Ecuador, cuando él subía hacia Colombia y ella bajaba hacia Chile. Compartieron dos años y un itinerario en Latinoamérica cuando resolvieron emigrar a Europa.
Por una cuestión de costos, descartaron Barcelona y empezaron a analizar Gran Canaria, Málaga o Valencia. Se inclinaron por la última porque la ciudad los enamoró. El coronavirus llegó casi con ellos. “Los ahorros y la planificación se nos fueron en cuatro meses de confinamiento”, dice Medina.
El 1 de junio del 2020 tomaron la decisión: una “pastalinda” genérica, un palo de amasar y “mucha harina”, cuenta Pisani. Armaron una web –Una Rica Pasta– y empezaron a ofrecer, primero, en los grupos de argentinos en Valencia. Ravioles, panzotis y tortelinis, todo a mano, sin moldes. Los pedidos eran con al menos 24 horas de anticipación.
“Hacíamos unas dos raciones por día, ahora estamos en 100 kilos a la semana entre pastas rellenas y no rellenas, más las salsas -detalla Pisani-. Es que al mes nos empezaron a pedir las salsas y arrancamos con una filetto… ya son ocho. Y tenemos 13 variedades de rellenos”.
Explican que debieron hacer algunas “adaptaciones” porque los españoles no están acostumbrados a comprar pasta casera cruda. Lo habitual es la “del supermercado, que no es igual; así que fuimos preparándolos como para un juego, el de cocinar en sus casas”.
Durante cuatro meses trabajaron en su casa. Señalan que hacían lo que más podían y que les “desapareció” el tiempo libre por el intento de “aumentar la capacidad de producción”. Consiguieron que una rotisería, que no ocupaba su cocina por la mañana, se las alquilara. Al año, les quedó chica también.
“La logística de llevar y traer cosas era difícil -agrega Medina-. Decidimos empezar a buscar un local; ya teníamos clientela. Usamos el verano de acá para sondear y armarlo”. Pusieron 10.000 euros, que “para este mercado no es nada”.
“Todo lo hicimos reciclado, con lo que nos dejaron; todo tiene una segunda vida, le sacamos el máximo provecho”, aporta Pisani. Medina sigue repartiendo en bicicleta de miércoles a viernes.
Los sorrentinos son la pasta estrella: “Aprecian mucho la calidad; lo poco que se encuentra acá es industrial, de un relleno que no se sabe bien qué es. Ahí hacemos la diferencia. Mantenemos los precios, esa es otra clave”, dicen. Una porción para una persona cuesta 3,75 euros. Una salsa para cuatro, cuatro euros.
“Afinamos el lápiz sin descuidar la calidad. Queremos que la experiencia sea buena de principio a fin”, insiste Pisani. Las pastas se acompañan con tips para cocinarlas e incluso, convocados por una empresa que hace paellas, dieron cursos de tres horas sobre el tema.
Señalan que, alguna vez, habían soñado con montar un restaurante de montaña, probablemente en la Patagonia. “Pero la pandemia cambió todo y ahora estamos muy contentos”, grafica Pisani.