Stalin sabía que sin Ucrania,
Rusia se desestabilizaría.
Anne Applebaum
Cada cuarto sábado de noviembre, Ucrania se viste de luto recordando un crimen de Estado, el peor de los de Stalin, que costó la vida de millones de ucranianos al condenarlos al exterminio por hambre en la República Socialista Soviética de Ucrania. Sí, hablo del Holodomor, el holocausto, el genocidio ucraniano, perpetrado entre 1931 y 1934.
Ucrania era para Stalin, en 1922, un área estratégica. Económicamente era el granero de Europa gracias a la estepa agrícola del Mar Negro y al cultivo intensivo alrededor de Kiev y poseía importantes yacimientos de carbón y hierro en la cuenca del Donbás (donde Donetsk y Luhansk pertenecían a la Rus de Kiev desde el s. IX). Como macroregión multicultural, políticamente era laboratorio ideal para impulsar la “ucranización” que sometería a las identidades locales bajo una sola que “fortaleciera” al régimen soviético (en Polonia, Checoeslovaquia, Hungría, Bulgaria, Escandinavia, Centro y Extremo Orientes replicarían su experiencia). El encargado: Lazar Kaganovich, y desde 1928, Kosior.
Sin embargo, en 1930 Stalin denuncia que depender del carbón y metalurgia ucranianos era obstáculo para el desarrollo industrial de los Urales y la Siberia Occidental y transforma a Ucrania en “zona fronteriza”, reduciendo su autonomía de gestión. Acusa al chauvinismo de la Gran Rusia de ser “el mayor peligro” para el Partido en la “cuestión nacional” y a Ucrania, su principal escenario. Para combatirlo, prohíbe cualquier aspiración de subdivisión étnica; sofoca todo movimiento nacionalista “contrarrevolucionario”; pulveriza al campesinado colectivizando la agricultura, requisando tierras, aperos de labranza y animales de miles de familias campesinas de subsistencia a las que convierte en mano de obra estatal e impulsa la “dekulakización” de los grandes propietarios (los que llama “kulaks”) a quienes arresta, deporta y ejecuta, vilipendiando y exterminando a la intelectualidad ucraniana nacionalista.
En 1932 estalla la crisis alimentaria. El Estado confisca los granos. Ucrania se queda sin semillas. Alertado por Molotov y Kaganovich de “saboteadores antisoviéticos”, Stalin eleva los precios y decreta la “Ley de los Cinco Tallos de Grano”: todo el que tome grano será encarcelado y fusilado por atentar contra la propiedad socialista. A Ucrania exige la entrega de 8 millones de toneladas de grano. Ésta no puede cumplir. Ordena entonces la represión masiva, deportación de miles a Siberia y ejecución de decenas de miles más. El resto de la población comienza a morir de hambre e inicia su éxodo hacia el exterior. Stalin impide su movilización y cierra las fronteras ucranianas, mientras brigadas de “activistas” requisan toda la comida en poder campesino: el 80% de la población.
El Holodomor está en marcha.
En su desesperación, los ucranianos comen lo que sea, desde espigas hasta animales domésticos. Otros se suicidan. Surge el canibalismo, aún entre hermanos. Por amor, las madres se ofrendan para que sus hijos sobrevivan y los padres los matan para que no sufran. Decenas de miles mueren diariamente, los cadáveres se acumulan y desbordan las inmensas fosas comunes. Ignoramos cuántos perecieron, aunque se calcula entre 7 y 12 millones. El Estado prohibió hablar de ello y por décadas Ucrania calló. Por el Holodomor Lemkin creó el concepto de genocidio; Conquest lo declaró acto deliberado de asesinato en masa y Graziosi: el primer genocidio “metódicamente planeado y perpetrado”, al privar al productor de alimentos de todo su sustento.
En la Segunda Guerra Mundial, como oficial del ejército italiano, mi padre cayó preso de los nazis en 1943. El primer campo de concentración al que lo condujeron fue Tarnopol, en Ucrania. Sus guardias fueron alemanes y también ucranianos. Pero de él aprendí que siempre debemos analizar el contexto en el que transcurren los hechos y nunca olvidar que los otros son también humanos, o deberían serlo.
Tras el atroz Holodomor y la Gran Purga (1937), los ucranianos sobrevivientes (nacionalistas y comunistas) creyeron en 1941 que adhiriéndose a los nazis invasores una luz de esperanza se iluminaba para ellos: aspiraban independizarse del despiadado régimen que los exterminó. Ignoraban que también los nazis aniquilaban como sucedió en Babi Yar. Por ello, acusarlos de pronazis es perverso, como irresponsable y negligente es tomar partido por filias y fobias propias y/o incoadas por los discursos de las redes sociales e intereses gubernamentales.
Nuestra obligación es volver los ojos a la historia, no sólo reciente, sino a mediano y largo plazo, para entender por qué el pueblo ucraniano hoy se ha erigido en defensor ejemplar de su tierra, su Patria, su gente. Son sobrevivientes, hijos, nietos, descendientes, es el pueblo en cuyos genes y memoria está grabado el dantesco horror del Holodomor. No podemos permitir que una nueva página negra, execrable, como la que nunca debió ser escrita en el libro de la historia humana, se replique. Ucrania requiere ser analizada con justicia, con solidaridad, pero sobre todo con humanidad.
bettyzanolli@gmail.com\u0009\u0009\u0009@BettyZanolli