La gran tarea histórica de las y los mexicanos ha sido transformar nuestra sociedad para garantizar las posibilidades de desarrollo, bienestar familiar y realización humana. Construir al nuevo ser humano comprometido con la libertad, la democracia, la honradez y la solidaridad. Mujeres y hombres capaces de responsabilizarse de su propio destino y del de su país. Es un gran desafío, pero debemos afrontarlo sí queremos sacar adelante a México.
La formación y la cultura ciudadana están en ciernes. Hace falta mucho camino por recorrer; estamos en los primeros ensayos. Por ejemplo, los partidos políticos han abandonado las causas de la gente y han dado la espalda a sus militantes, mientras los gobiernos están inmersos en un debate autocomplaciente de sus propias contradicciones ideológicas. Encontramos pues un ambiente ausente y despreocupado por las condiciones de vida de sus ciudadanos.
El llamado cambio de régimen ha quedado en el discurso. El combate a la corrupción y la impunidad es una quimera, la inseguridad está en su apogeo, la economía postrada, la inflación demoliendo el bolsillo popular y, por si fuera poco, la pandemia cancelando la vida de miles de compatriotas. El diagnóstico es duro, severo y hasta dramático. Más vale tomarlo en serio. Vamos en el mismo barco y no podemos naufragar.
Al gobierno le queda lo más difícil de la cuesta, el camino más empinado y espinoso. En consecuencia, su desgaste aritmético, en sus primeros años, se convierte en exponencial en los últimos. Sin resultados no hay legado. Sin legado no hay historia. Sin historia crecen el agravio y el olvido colectivo.
El gobierno está en una encrucijada. Las relaciones internacionales se están complicando y las internas escalan a niveles peligrosos. La agenda política nacional está en plena ebullición. En los primeros tres años, el presidente marcaba en sus mañaneras el tema, la pauta, el ritmo y la cadencia de la agenda. Ahora se está modificando el formato. La oposición, formada por medios de comunicación, periodistas y empresarios más que por partidos políticos, le ha dado un giro novedoso. Con una estrategia de denuncias periódicas ha sostenido las acusaciones de corrupción dentro de este gobierno. Productos de trabajos de investigación periodística han obligado al presidente a dedicarse a contestar, creciendo así el deterioro de la imagen del responsable del Poder Ejecutivo. De denunciante pasó a denunciado, de acusador a acusado. En tan sólo unos días el pleito con Loret escaló a medios nacionales e internacionales. El escándalo ha tenido mayor repercusión que otras noticias de mayor trascendencia mundial. Sin duda, intereses muy fuertes en juego.
Ante este escenario, la libertad y la democracia sólo se garantizan con ciudadanos formados, con el cultivo de la responsabilidad social por parte de seres humanos comprometidos con el futuro. En México arrastramos un gran déficit en esta materia. Con lentitud y sacrificio hemos avanzado en la travesía de la democracia. Se logró la transición política y la alternancia del poder; sin embargo, los resultados demuestran que no hemos sabido qué hacer con el país. Misma música con distintos mariachis. Hemos dado tumbos sin definir objetivo, sin método, estrategia, modelo económico ni instrumentos para asegurar una travesía venturosa.
La denuncia del pasado ha consumido el tiempo del actual gobierno. Los distractores políticos, aun desgastados, están a la orden del día. El actual debate político, rayando a pleitos personales, está tocando aristas y nervios vulnerables del gobierno. Está provocando molestias, irritación y corajes en contra de sus adversarios. Los tambores de guerra están sonando.