Convencernos de la utilidad de muchas de las políticas públicas que se establecen es el primer paso para fortalecerlas e impulsar su cumplimiento. Imponer reglas que no se seguirán por parte de las y los ciudadanos por falta de confianza tiene poco sentido y menos utilidad.
En los últimos dos años, felizmente, creo que hemos incorporado a ese respaldo social muchas de las medidas de prevención sanitaria y de cuidado de la salud que hoy nos permiten contar con un elevado porcentaje de vacunación, un descenso en los contagios, hospitalizaciones y fallecimientos.
El que nadie deba explicar las ventajas de la nutrición, el ejercicio, la higiene personal y la sana distancia cuando tenemos una enfermedad contagiosa, puede volverse una política ciudadana que refuerza a las públicas que fijan las autoridades para obtener una mejor convivencia entre todos.
Ninguna disposición puede llegar muy lejos si no cuenta con el consenso de la sociedad y para ello debemos actuar de forma corresponsable para que todo aquello que redunde en nuestro beneficio tenga el apoyo que necesita para volverse un comportamiento civil.
Eso quiere decir que se aplicará con o sin la supervisión de la autoridad, porque la regulación de inicio será de los mismos ciudadanos, así como su rechazo a quien no la comparta, y la posterior denuncia si se insiste en el mal hábito.
Ya lo hacemos al reciclar los desechos de nuestro hogar, al ponernos de acuerdo como vecinos acerca de un área común o en el caso de que alguna persona haga daño a un árbol o lastime a un animal de compañía. Solo cuando es necesaria la intervención de la autoridad es que se le llama, mientras tanto cada ciudadano se puede autoregular y regular a otros.
Hacer lo que nos toca se volverá nuevamente necesario cuando la pandemia amaine y entremos en una fase de convivencia con el virus, pero sin los riesgos presentes. Fomentar acciones concretas de salud física y mental en todas y en todos puede dar paso a una sociedad inteligente que aprendió lecciones valiosas. No lograrlo nos llevaría a repetir errores o a nos estar preparados para una nueva emergencia.
Insistir en que nuestra manera de ver la salud personal debe cambiar para que nuestra percepción sobre la salud general también lo haga es una misión que debemos adoptar. Es dialogar para convencer y explicar para actuar de forma correcta.
Es cambiar los mensajes que nos hemos acostumbrado a recibir para modificarlos por otros que nos sitúen en otros niveles de obesidad, diabetes o males crónicos provocados por el sedentarismo, el consumo erróneo de comida chatarra y el exceso de azúcar en nuestra dieta.
Salir, caminar, ejercitarnos varios días a la semana harán que demos un giro de 180 grados como sociedad y la mayoría de la población pueda estar en condiciones para aminorar cualquier impacto que la naturaleza nos presente. Ya compartimos espacio con muchas bacterias y virus, la única diferencia es que ninguno se había vuelto en contra de nosotros como ocurrió ahora en más de un siglo.
Al no estar preparados, el daño ha sido considerable para quienes perdieron un ser querido o se han visto afectados por secuelas de la enfermedad que todavía no pueden ser explicadas por la ciencia.
Eso explica el enorme logro de las vacunas y su efecto en el rumbo y la posible duración de la pandemia. No conocemos bien al virus, pero alcanzamos a entenderlo lo suficiente para diseñar una respuesta que ayudara a mitigar unos efectos que se conocerán más adelante.
Mientras eso sucede sigámonos cuidando y cuidemos a los demás, actuemos con prudencia y con el compromiso de protegernos de aquí en adelante. Todavía no podemos cantar victoria, aunque estamos más cerca de lo que nunca lo habíamos estado en dos años de pasar a una nueva realidad con un peligro menor. Para quienes han superado la Covid-19, al igual que para quienes no se han contagiado o han sido asintomáticos, vale la pena tener la voluntad de cambiar muchos hábitos y no olvidar nada de lo que hemos padecido.
Titular del Servicio de Protección Federal