Jordi Pujol es de nuevo noticia por sus opiniones sobre la inmigración. El expresidente de la Generalitat, de 92 años, lleva décadas generando controversia en la materia. En concreto, desde que escribió el libro ‘La immigració, problema i esperança de Catalunya’, en 1958, cuando habló de los andaluces como hombres “cuya ignorancia natural lleva a la miseria mental y espiritual” y como seres “insignificantes, incapaces de dominio, de creación”.
El ‘expresident’ hace referencia otra vez a la inmigración en el libro recién publicado en el que participa, ‘L’última conversa’ (Lapislàtzuli), que en realidad es la transcripción de una charla que Pujol mantuvo en julio de 2022 con Ko Tazawa, un profesor japonés que llegó a recibir la Creu de Sant Jordi por su catalanofilia.
“¿Qué es lo importante para un país? El ser, la identidad. Y eso va muy ligado a hechos nacionales, históricos, de memoria, pero sobre todo a la lengua. Y claro, nosotros entre que tenemos una natalidad baja (Japón también la tiene), que tenemos tanta tanta inmigración, que los organismos públicos oficiales de todo el Estado no nos van a favor, y que tenemos que luchar mucho para conseguir que la lengua se mantenga en la escuela… Estamos amenazados de quedar minorizados, muy minorizados, dentro de Catalunya. Esto aún lo aguantamos, lo podemos aguantar, pero necesitamos reforzar la política en este sentido”, dijo Pujol en la conversación. Es posible conocer la textualidad de este fragmento gracias a que la editorial distribuyó, junto a la habitual nota de prensa, un vídeo que contiene pasajes en bruto de la charla.
Para la editorial que publica el libro, “ha habido medios que han querido tergiversar” estas palabras, vinculando a la inmigración con ese riesgo de minorización que detecta el ‘expresident’. “Se refiere a que Catalunya forma parte de un Estado más grande, e incluso después dice que el nacionalismo catalán no es de base étnica, sino cultural“, aclara Jon López de Viñaspre, el editor que estuvo presente en la conversación entre Pujol y Tazawa.
“Un error garrafal”
El hecho de que esa opinión sobre la inmigración haya generado estos días una pequeña polémica retrotrae al famoso texto de Pujol sobre los andaluces. Escrito antes de entrar en prisión, en 1960, por los ‘Fets del Palau’, el libro ‘La immigració, problema i esperança de Catalunya’ se reeditó en 1976 y poco después ya creó un gran debate. Tanto, que Pujol, que el 15 de junio de 1977 logró un acta de diputado en el Congreso tras las primeras elecciones de la democracia, tuvo que explicarse poco antes de la campaña en dos artículos en ‘El País’.
En ellos atribuía la polémica a la inminencia de las elecciones, defendía su modelo de integración de la inmigración y llegaba a afirmar que merecería un reconocimiento: “Nadie dudaría en otorgarme el título de político de filiación catalana, no sólo más interesado por el tema de la inmigración, sino incluso en un cierto sentido del más andalucista”. Muchos años después, en 1997, admitiría sin embargo que las consideraciones sobre los andaluces recogidas en su libro fueron “un error garrafal”.
Pero esas frases seguirían persiguiendo a Pujol incluso después de su retirada política. Ciudadanos utilizó en la campaña de las elecciones catalanas de 2012 algunos pasajes del polémico libro del ‘expresident’ escrito en 1958, entre los que se incluye otra advertencia sobre la inmigración andaluza: “A menudo da pruebas de una excelente madera humana, pero de entrada constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España. Ya lo he dicho antes: es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Catalunya. E introduciría su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir, su falta de mentalidad”.
Desde el nacionalismo que profesa, la identidad y sus diferentes manifestaciones -sobre todo la lengua- siempre han estado entre los principales asuntos de reflexión de Pujol. Está especialmente orgulloso, y los artículos de ‘El País’ de 1977 ya lo subrayaban, de su aserto de que es catalán “quien vive y trabaja en Catalunya”, a la que a veces, según el momento político, se añade la coletilla “y quiere serlo”. Pero el acercamiento al fenómeno migratorio del espacio político e incluso del entorno familiar del ‘expresident’ ha sido cuestionado en varias ocasiones.
Las campañas de Mas y Duran
Por ejemplo, cuando Josep Antoni Duran i Lleida utilizó en la campaña de las elecciones generales de 2008 una frase que le valió muchas críticas. “La gente no se va de su país por ganas sino por hambre [‘per ganes sinó per gana’]. Pero en Catalunya no cabe todo el mundo“, se leía en los carteles de CiU.
Durante años, la gestión de la inmigración fue uno de los asuntos estrella en las campañas de CiU. Artur Mas protagonizó diversas polémicas al respecto en sus años como candidato, desde un carnet de puntos que premiase a los inmigrantes que se “integraran” en Catalunya hasta un acto que, antes de las elecciones catalanas de 2010, sorprendió por el paternalismo que desprendía.
Hablando muy lentamente y ayudándose de la gestualidad que muchas veces se emplea para explicar las cosas a los niños pequeños, Mas explicó entonces a casi 2.000 inmigrantes -reunidos en el Barcelona Teatre Musical por Àngel Colom, entonces secretario de Inmigración de Convergència- que para votar en las elecciones no había que “poner una crucecita” en la papeleta, sino que bastaba introducirla en la urna. “Que nadie se equivoque marcando con una crucecita las papeletas. Tal cual la papeleta, pum”, insistía el entonces líder de CiU.
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Pero sin duda quien ha generado más polémica sobre la inmigración desde el entorno de Pujol ha sido su esposa, Marta Ferrusola. Primero cuando desveló en 2001 las quejas de sus hijos cuando eran niños e iban al parque. “Mamá, hoy no puedo jugar, son todos castellanos”, afirma Ferrusola que le decían. Pero en el mismo acto dejó también claro que aquella inmigración llegada del resto de España no le parecía tan mal comparada con la del siglo XXI. Según ella, el “alud” de recién llegados de fe musulmana quería “imponer” sus costumbres y su religión a los catalanes católicos.
Pujol, entonces todavía al frente del Govern, defendió a su mujer diciendo que tenía derecho a expresar sus opiniones, que además coincidían con las de “la gran mayoría de los ciudadanos”, y que lo importante era la política de la Generalitat al respecto, que era “mucho más abierta”.