Sobre el final de 1991, Diego Maradona estaba suspendido de la actividad profesional por un control positivo de antidoping. Había dejado Italia, país que además lo acusaba de evadir impuestos. Estaba recibiendo las facturas por la eliminación de la Azzurra a manos de la Argentina en el Mundial de 1990. Esa era la versión de Maradona en el comienzo de la última década del siglo pasado, que se preparaba para las primeras de las resurrecciones del 10.
En esa misma época, había llegado al Club Atlético Agrario una carta de la Liga de Fútbol de Tres Arroyos, indicando que debían ampliar los vestuarios para la competencia que se avecinaba. En el club habían hecho un esfuerzo importante para colocarle luces a la cancha. En De la Garma, una localidad del Partido bonaerense de Adolfo González Chávez que entonces tenía poco más de 1500 habitantes hay dos clubes: Agrario que es el más humilde y el Club Deportivo Garmense con socios que mayoritariamente son lo dueños de los campos de la zona.
El poco dinero que había, se estaba escurriendo en la luminaria: los propios futbolistas eran los que se encargaban de la obra. Sin contar la novedad solicitada, iluminar la cancha demandaba 10.000 pesos, el equivalente a 50 salarios mínimos de la época.
Un grupo de cinco o seis futbolistas, los más grandes del plantel y que se encargaban de llevar adelante las obras, pensaban en un negocio para recaudar dinero, terminar las luces y, ahora, hacer a nuevo los vestuarios. En esa misma época, Ricky Maravilla era garantía para convocar multitudes y la idea de llevarlo a la práctica dominaba las reuniones.
-¿Escucharon ustedes que viene Diego? Se hizo un silencio largo. ¿Si lo invitamos a jugar un partido, vendrá? Me pegaron una manteada bárbara. El arquero que siempre era mala onda me dijo: eh, Joselo, mirá si va a venir Maradona, dejate de hinchar las bolas. Es verdad que era como hoy decir: che, ¿y si le decimos a Messi si quiere venir a jugar con nosotros? Las cosas no suceden si no las intentás. Y en el interior, las cosas no suceden nunca. Allá por ahí vas al supermercado y te cruzás con Riquelme. Acá no podés comprar una entrada para ir a ver a Boca, no hay nunca.
A José Luis Zamora, Joselo, le había llegado el rumor de que Maradona estaría en Marisol, un balneario a poco más de 160 kilómetros de De la Garma. Supo que era lo más cerca que iba a estar de una de esas oportunidades que, supone y tal vez no se equivoque, están más a mano en Buenos Aires que en cualquier otro sitio. La idea no tuvo aprobación inmediata. Pero quedó flotando. Después de la reunión, uno se acercó y le dijo que contara con él. Era más fácil contratar a Ricky Maravilla, pero la posibilidad de jugar con Maradona era más atractiva. A los pocos días, eran cuatro y una misión secreta. No había que levantar la perdiz. Unas cuantas semanas después, se confirmó el rumor: “Maradona está en Oriente”.
La F100 naranja modelo 80 partió con rumbo a la Ruta 3 para bajar hacia el Atlántico, con Hugo López, el arquero, Carlitos Gil -ex jugador- y su hijo Facundo, que estaba en la Tercera, y Joselo, claro. Tenían que encontrar a Maradona primero y después pedirle que vaya a jugar a su cancha. El detalle era que el campeón del mundo había elegido ese lugar para encontrar tranquilidad.
-En esa fecha no va nadie, no hay turistas. Compramos carne para hacer un asado, y en el negocio, la mujer nos preguntó qué hacíamos por ahí. Y le dijimos: venimos a buscar a Maradona. “Ah, está con Pablo Bahía”, nos dijo. Llegamos a la casa donde se hospedaba y había un flaquito en la puerta. “Miren Diego está durmiendo, pero a las 10 sale a correr. Cuando se levante a correr, fíjense”, nos recomendó. Pero nos pareció mejor ir a hablar con Pablo y contarle lo que queríamos.
Pablo Bahía es una leyenda del fútbol de la zona. Los cuatro fueron a su negocio y le contaron de las luces, del vestuario y de la idea de que Maradona jugara en contra Agrario para poder recaudar lo que se necesitaba para concretar las obras. La segunda parte del plan se completó con las coordenadas de Bahía: todos los días a las 13, el contingente de Maradona iba a una playa cerca de desembocadura del río con el mar. Los de Agrario, que ya tenían todo para el asado, fueron al punto convenido e hicieron un fueguito. La idea era pasar desapercibidos para que el encuentro pareciera casual. A la hora indicada vieron una caravana de autos que les pasó por delante y se estacionó unos cuentos metros más adelante. ¿Eran ellos? Desde lejos reconocieron al único que no podía pasar desapercibido en ningún rincón del mundo. Algunos minutos prudenciales más tarde, salió otra caravana, ahora a pie, para llegar dónde estaba el hombre buscado.
-Esperamos un rato y encaramos. Medio que nos achicamos porque cuando estábamos cerca Diego y Coco (Villafañe, su suegro entonces) se estaban gritando por un partido de bochas. Pero ahí Pablo dijo: “Diego, vení”. Creo que nos sentíamos latir el corazón, lo escuchábamos. “Mirá los chicos que te quieren conocer”, le dijo. No sé ni qué dijimos ¿Qué le decís a Diego? Además, sabíamos que otros le habían ofrecido plata para presentarse a algún lado y los había sacado cagando. Le contamos lo qué queríamos hacer, que era invitarlo a inaugurar las luces porque teníamos que seguir juntando dinero, porque se había sumado el tema de los vestuarios. Y yo siempre digo que se pudo concretar gracias a Pablo, porque Diego medio que se paró y empezó a decir: “mirá, yo cuando estoy de vacaciones…”, yo creo que nos iba a decir que no, pero Pablo interrumpió y le dice: “che Diego, vamos a hacerle partido a estos carasucia” y ahí Diego dijo: “bueno, dale”. Estuvimos 30 o 40 segundos en silencio, sin saber qué decir. Ahí Hugo, el arquero, dijo: “Diego, ¿en serio lo decís? Si no vas, nos van a cagar a palos”. Diego se paró medio así de costado y le pegó en el hombro una cachetada: si Diego te dice que va, va”.
Lo siguiente que preguntó Maradona fue cuando sería el partido que acabada de cerrar de palabra. “Cuando quieras”, le indicaron. En el acto, Maradona hizo cuentas en la cabeza, les dijo que tenía que volver a Buenos Aires porque su yegua corría en el hipódromo de Palermo -la bautizó Dalma Nerea, como su primera hija- y les tiró una fecha: “el 15 de enero estoy acá de nuevo y le ponemos fecha al partido”. En esa época, las noticias que llegaban de Italia indicaban que el futbolista suspendido tenía que regresar a ese país para declarar en la causa por evasión fiscal, pero ese pequeño detalle no parecía un obstáculo. El grupo decidió ir paso a paso y esperar la próxima reunión para hacer pública la noticia. Se saludaron y decidieron emprender la retirada a De la Garma.
-Para un mortal, eso que nos pasó, era para morirse. Es muy loco, el 99, 9 por ciento de posibilidades es que te diga que no. Tal vez no porque no quiera, sino porque no pueda. Pero nosotros nos estábamos volviendo con un sí. Pero a los siete u ocho metros, Carlitos dice: “no nos sacamos una foto”. Yo dije “volvamos” y Hugo, como siempre, dijo: “dejate de joder con la foto” y de pronto escuchamos la voz de Diego: “Eh, muchachos, vuelvan que me quiero sacar una foto con ustedes”. Después nos contaron que se escuchaba todo lo que decíamos… Nosotros veníamos con una alegría que gritábamos en vez de hablar.
El regreso a De la Garma fue pura adrenalina. No existían los celulares y ellos tenían una noticia que les quemaba. Con un radio UHF, cuando consiguieron la cercanía adecuada contactaron al presidente del club, que como no estaba al tanto de esa misión secreta, no esperaba resultados.
-Le pedíamos a Carlitos que apurara, pero la camioneta no daba más que 80, “¡dale, dale!”, le decíamos. Cuando íbamos llegando, hicimos contacto con el presidente: “abrí la oreja que te vamos a contar algo. Fuimos a conocer a Diego”, le dijimos. “¿Qué Diego?”, nos preguntó. “Diego Maradona. Escuchá, va a venir a jugar un partido contra nosotros”, le dijimos. “Pero dejá de decir pavadas”, nos gritó. No nos creía. Obviamente.
Llegó la el día previsto para el reencuentro con Maradona y ponerle fecha al partido. Los mismos cuatro salieron en la camioneta, repitieron los rituales recordados, pararon en el mismo comercio y compraron para hacer asado. El primer indicio de que el acuerdo seguía vigente lo ofreció la esposa de Bahía: “¿Cómo están? Miren que acá se están entrenando”, les dijo. Llegaron a la desembocadura a la misma hora. Cábalas, son cábalas.
-Cuando pasó la caravana de Diego y nos vieron, nos tocaban bocina. Nosotros sentíamos que ya éramos amigos. Le pusimos fecha: el 25 de febrero iba a ser el partido. Y ahí le propusimos algo que planeamos después y le dijimos que si no lo tomaba a mal, queríamos ponerle su nombre a la cancha. Lo sorprendimos. Se quedó mudo, no se lo esperaba. “No, como lo voy a tomar a mal. Lo que sí, hagan más lugar porque van a venir mis viejos”, nos dijo.
Llegó el día del partido. La organización estaba desde temprano ultimando los detalles para que no fallara nada esa noche, pero no había nada firmado. Todo era de palabra. Palabra de Diego. Cerca del mediodía, llegó una persona hablando en italiano. En ese país se habían enterado del partido y mandaron un periodista a cubrirlo. “Maradona vuelve al fútbol”, era la noticia que había nacido en De la Garma, una ciudad que apenas aparecía en los mapas y tenía un enviado especial de Europa. El partido terminó 1 a 0 para la visita -“Amigos de Marisol”- y el gol, ed tiro libre, por supuesto de Maradona, que casi hace otro de chilena… desde la mitad de la cancha.
-Yo solía jugar de nueve, de seis, de cinco, de ocho… Ese día jugué un rato de cinco, imaginate que hicimos como 30 cambios. Juntamos el dinero, nos fue bien. Cuando Diego se fue, nos dijo: “miren que voy a volver a ver todo esto terminado, eh”. Yo lo volví a ver. Tuve la suerte. Al otro año él volvió a Oriente. Volvimos a hablar una vez por teléfono y luego perdí el contacto… Tomamos conciencia de lo que había pasado cuando él muere muchísimos años después. Uno lleva todo en la cabeza, está dentro tuyo, solamente se puede experimentarlo cuando se lo recuerda. Siempre pienso: ¿por qué nos quedó tan adentro Diego? Porque uno es también de familia humilde y ve las cosas de la misma manera. Él se sintió muy tocado… se cambió en un banquito, creo que con nosotros ese día él volvió, no sé si a su niñez, pero revivió algo de sus tiempos de humildad. Ese banquito no lo sacamos nunca más. Está en el mismo lugar. Ahora tenemos que renovar de nuevo el vestuario y lo vamos a dejar en ese mismo lugar. Ahí se cambió Diego Armando Maradona.