La canción se escuchó fuerte, primero, luego de la final de la Copa América. “Hay que alentar a la Selección, oh, oh, hay que alentarla hasta la muerte, y no me importa lo que digan esos putos periodistas…”. Se volvió a oír en el vestuario luego del conmovedor triunfo en Qatar. Y resonó varias veces más en el micro que trasladaba a los jugadores. Mientras esto ocurría, en las redes empezaron a circular videos de periodistas deportivos que, en general, se ensañaban sin piedad con Lionel Messi, Angel Di María y con el cuerpo técnico de la Selección. Frente al predio de la AFA, además, se colgó un cartel donde decía “Ni olvido ni perdón a los traidores a nuestra Selección”, acompañado con la lista negra que, supuestamente, incluía a todos los “traidores”.
No soy periodista deportivo pero, como es obvio, soy periodista. Empecé en esto a los 16 años. O sea (¡ay!) hace 43. No es la vocación más útil del mundo, hay que reconocerlo, pero es a lo que me dedico con pasión desde entonces. Eso, tal vez, explique que el cantito no me cayó nada bien. En todos estos años, el periodismo fue objeto de muchos ataques. Muchas personas lo detestan porque, en realidad, detestan la crítica o tienen demasiados chanchullos que tapar: prefirirían que nadie contara nada sobre ellos. Por eso, lo que sentí al escuchar ese insulto -”putos periodistas”- de boca de los hombres más admirados del país es que iba a ser un gran favor para quienes nos odian. Además, me dolió. Así que el primer reflejo fue defensivo. Soy periodista. No me gusta que insulten a periodistas.
Pero la reacción defensiva -otra cosa que se aprende con los años- no es el mejor método para entender lo que sucede. Así que, con mucha dificultad y esmero, intenté preguntarme algo muy difícil. ¿Y si Messi tuviera razón cuando insulta al periodismo? Al fin y al cabo, es Messi. Ustedes han visto lo que es Messi. Resulta difícil pensar que pueda no tener razón en algo. ¿Y si Di María tuviera derecho a gritar “esos putos periodistas”? Le debemos tantas emociones a Di María que, como mínimo, tiene derecho a que consideremos su opinión, aunque la exprese de manera, ciertamente, agraviante. Que esos muchachos, a los que le debemos una de las más grandes alegrías de nuestra vida, griten eso es un lío para nosotros los periodistas. Podríamos responder insulto con insulto. O hacer como si no pasara nada. No creo que sea lo más inteligente.
Al final de esta nota trataré de explicar por qué creo que tienen parte de razón: no toda, pero una parte. Y también por qué me parece lógico que puteen como putean, que no es lo mismo que tener razón. Pero, antes de eso, necesito hacer unas aclaraciones que relativizan, al menos un poco, esas conclusiones.
En los días posteriores al triunfo contra Francia se desató una especie de caza de brujas contra algunos periodistas. El mecanismo por el que esto se ponía en marcha era mediante la difusión de pequeños fragmentos de editoriales pronunciadas por algunos de ellos. Es un método tramposo y bastante injusto. Difundir el video de un periodista -o de cualquiera- es una técnica ya clásica de escrache. Que un periodista, una vez, o dos, o cinco, haya dicho que Lionel Messi no estuvo a la altura de las circunstancias no dice nada de ese periodista, si no se conoce qué dijo otras veces sobre Messi, en qué circunstancias dijo eso, cómo había jugado Messi ese día.
El caótico movimiento de las redes sociales tiene gente especializada en ese recurso. Cortan un pedazo de la vida de una persona -el peor-, omiten los mejores momentos de esa persona, no aclaran el contexto y repiten esa caricatura hasta el infinito. Entonces transforman a esa persona en algo muy distinto a la persona real, mucho más detestable: en su peor parte.
Los deportistas podrían decir que con ellos hacen lo mismo y tendrían razón. Gonzalo Higuaín, por ejemplo, ¿es el que erraba goles? ¿Eso debe quedar de su carrera? ¿O era realmente un crack que, en algunas oportunidades, como cualquiera, erró? En sus equivocaciones, sus esfuerzos, sus logros, ¿no habrá una parte del camino hacia estos triunfos? Hay mucha crueldad en ese mecanismo que consiste en repetir hasta el hartazgo el momento defectuoso, el yerro, el paso en falso: sobre todo cuando esa persona pasa por un mal momento en la consideración popular. Ese recorte que se hace ahora sobre ciertos periodistas no refleja necesariamente lo que ellos son. Pero, claro, ¿cuántas veces somos los periodistas los que hacemos esos recortes sobre otros?
La segunda objeción respecto de la campaña contra el periodismo deportivo tiene que ver con el mal uso de la palabra “panqueque”. Si un equipo -la Selección nacional- juega mal y pierde contra Arabia Saudita, es de buen periodista decir que ese equipo jugó mal y perdió. Si, luego, el equipo se repone y se transforma en una maravilla, también es de buen periodista contarlo. Eso no tiene nada que ver con ser “oportunista” o “panqueque”. No hacerlo -elogiar o criticar más allá de cómo juegue el equipo- es contar algo que no ocurrió: romper el contrato básico que existe entre un periodista y su audiencia. Sería raro que un periodista elogiara a la Selección luego de la derrota del primer partido. Un periodista no es un hincha. Y, además, pocos hinchas elogian a su equipo cuando juega mal y pierde contra un contrincante débil.
Finalmente, lo mismo ocurre respecto de la información que se difunde. Si una información es cierta y relevante, lo correcto es que un periodista la cuente. De eso se trata este trabajo. Antes del partido contra Países Bajos, se conoció que Rodrigo De Paul sufría algún tipo de lesión. Como el entrenamiento fue a puertas cerradas, es obvio que desde adentro se filtró el dato de que no había practicado con el equipo titular y que algún problema tenía. Hubo periodistas que informaron incorrectamente que se trataba de un desgarro que lo dejaba fuera del mundial. Pero otros, correctamente, contaron que se estaba estudiando el tema y que alguna lesión tenía.
La circulación de esa información fastidió al técnico Lionel Scaloni. “Muchachos, parece que jugamos para Holanda”, dijo. Solo eso. Scaloni fue siempre moderado y respetuoso pero ahí se enojó. Era lógico porque la filtración complicaba su trabajo. Es una pena, pero a veces el trabajo correcto de un periodista puede enojar a personas nobles como el técnico de la Selección.
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Y hasta acá con las aclaraciones. Ya está. Porque otras cosas que se hicieron o se dijeron son muy difíciles de entender.
En su recorrida hacia la Copa del Mundo, los jugadores y el cuerpo técnico tuvieron que tolerar barbaridades realmente repugnantes.
Aquí algunos ejemplos:
“Que Messi se vaya de la Selección. Messi nunca le hizo ganar partidos a la Selección. Nunca le hizo ganar un partido importante. Y es el capitán”
“La Selección está muerta. Es un equipo sin coraje. No jugaron al cien por cien. Están podridos”
“Es un equipo lamentable, humillante, flaco, sin corazón. Son una verdadera ver-güen-za”.
“Hay que decirle a Lionel: quédate, por favor, pero el equipo no lo armás más vos. Lo armamos nosotros. Lo arma el técnico. Los que dicen que van a renunciar son nueve. Y son todos los amigos de Messi”.
“No nos metamos con los pibes. Este es el fracaso de Messi. Messi caminaba hoy. Porque no jugaba con sus amigos”
“Este pibe no tiene nada que ver con la Argentina. Es europeo. Que juegue en Catalunia”.
“Messi se adueñó de la Selección argentina. Es el técnico de la Selección argentina. Quiere poner sus amigos. Y al poner a sus amigos, este es el resultado. Un equipo flaco, disminuido, sin corazón. ¿La verdad? Alguna vez renunciaste a la selección argentina. No vendría mal que lo pienses otra vez”.
Y la más terrible, que no fue pronunciada por un periodista deportivo:
“Decir que Messi, hoy, es el mejor jugador del mundo es como decir que hubo 30 mil desaparecidos”.
Este tipo de frases sobre Messi pueden llenar páginas y páginas con él como blanco, o con Angel Di María (“¿qué hemos hecho los argentinos para merecer a Di María durante 13 años?”) o con Lionel Scaloni (“alguien que no tiene título ni siquiera para dirigir equipos de primera D, es el peor técnico del mundo”). La cantidad de adjetivos insultantes que fueron dirigidos contra ellos fue infinita. Los tonos eran terribles. El énfasis, insoportable. Resulta muy agresivo escuchar las grabaciones todas juntas.
El efecto humano de estas situaciones fue muy bien explicado por Jorgelina Cardozo, la mujer de Di María, luego de la derrota en la Copa América de 2016. “Atrás de estos jugadores hay una mamá que llora, el nene de Yanina llorando porque ya es grande, ¿quiénes se creen que son los que hablan así? Limítense a hablar de la parte futbolística. Realmente están jugando mal. Ellos son muy autocríticos. Pero otra cosa es decir que dan asco. Limitate a hablar de fútbol. A eso lo banco. Decir que dan asco, es otra cosa. Asco no dan. Mi marido no da asco. Dicen que los jugadores van a buscar chicas a boliches. Mi marido no hace eso. Y los que lo hacen, es cuestión de su vida privada. Son pibes jóvenes. ¿Por qué no lo harían? Uno se contiene demasiado. Estos chicos lloran. Son de carne y hueso. Que los periodistas se limiten a lo futbolístico”.
Y ahora, entonces, la Selección canta, en medio de la gloria: “Esos putos periodistas”. No está bien que alguien devuelva un insulto con otro insulto. Mucho menos cuando el nuevo insulto contiene un evidente costado homofóbico. Pero cuando alguien insulta, estimula, legítima y alimenta ese método, al mismo tiempo, pierde el derecho a repudiarlo. Es sencillo: si no querés que te insulten, no insultes.
Habría que preguntarse si este estilo se limita a un sector del periodismo deportivo. Yo creo que no. Y sé que muchos colegas piensan lo mismo. Se trata de un fenómeno que se ha expresado también en el periodismo de espectáculos y, obviamente, de manera muy violenta, en el periodismo político. Personas que no se han destacado especialmente en nada -eso somos, finalmente, aunque nos duela, los periodistas- gritan insultos frente a un micrófono como si tal cosa, en múltiples direcciones, como si del otro lado no hubiera seres humanos que hacen lo mejor que pueden su trabajo, o familias que los quieren. Una y otra vez. A toda hora. Todos los días. No se trata de una crítica, o de una información exclusiva que expone a alguien, sino del mero y despojado insulto, la humillación gratuita, la camorra berreta. Solo hay que prender la tele y cualquiera podrá escucharlo.
De verdad, creo que en nuestra profesión debe empezar un debate sereno y reflexivo sobre lo que está sucediendo. No es solo en el periodismo deportivo. El tono arrogante, altisonante, de sabelotodos no le hace bien al país, ni al deporte, ni a las personas que nos miran ni a nuestra profesión. No ayuda a entender nada. Aturde. No cuenta ninguna historia interesante. Y es básicamente tóxico. Tal vez obedezca a las necesidades del lenguaje televisivo. Tal vez genere cliqueo o rating. Pero es una baratija, es de poca monta, es un recurso bajo de personas mediocres.
La crítica es tanto más certera cuanto más fundamentada, razonable, informada y serena: en el deporte, en la política, en la vida. La gente tiene demasiados problemas para ponerla más nerviosa cada vez que enciende la radio o la tele. Solo una mentalidad de gueto puede ignorar que un sector del periodismo -deportivo, político- le está haciendo muy mal a la profesión y genera, porque así son las cosas, una reacción en espejo. Gritan, insultan, amenazan, piden renuncias, pontifican. Tarde o temprano les gritan a ellos, los insultan, los amenazan. No corresponde. Pero se trata de una medicina a cuya fabricación han contribuido.
Hay, en todo esto, algunos contraejemplos muy virtuosos de lo que debería ser el intercambio entre el periodismo y las personas que son contadas por él. Era lógico que la designación de Lionel Scaloni como técnico de la Selección generara sorpresa y preocupación porque no había dirigido nunca a un equipo de liga. Realmente, no tenía antecedentes. Fue una audacia. Eso no daba derecho a insultarlo -como ocurrió- pero era muy razonable plantear la duda. En una de sus primeras conferencias de prensa, un periodista le preguntó si tenía título de técnico. Lo hizo de manera respetuosa. Aunque hoy parezca que no, en ese contexto, era una pregunta pertinente.
Scaloni hizo un silencio, tragó saliva -pareció dar a entender que no le gustaba nada lo que estaba pasando- pero luego se limitó a contestar, serena y respetuosamente, con datos: dónde estudió, con quién, cuántos años. Otras personas, ante preguntas que pueden molestar, se victimizan, gritan, insultan al periodista. Scaloni, simplemente, explicó y cerró el tema. Las conferencia de prensa de Scaloni en los días de tensión extrema del mundial, donde se jugaba la vida en cada minuto, son un ejemplo emocionante de lo que debería ser la comunicación entre seres humanos. Lo notable en él es que fue siempre así: en las buenas, en las malas, en las malísimas y, ahora, en las inolvidables.
Tengo 43 años de esto. No me gustan las listas negras. No me gustan los climas que imponen el pensamiento único. No me gustan las agresiones a nadie. No me gustan los videítos recortados. No me gusta el ensañamiento en las redes sociales. Además, soy muy consciente de que todos cometemos errores, y -quién más quién menos- hemos hecho abuso indebido del poder de un micrófono. Pero me parece que un sector del periodismo utiliza la ofensa gratuita como un recurso de comunicación. Y que los cantitos de la Selección, en ese sentido, están señalando algo de eso.
Hace más de quince años, cuando El País de Madrid cumplió tres décadas, el talentoso escritor Manuel Vicent escribió un hermoso texto sobre el periodismo. En uno de esos párrafos, describía: “Los héroes de este oficio son aquellos periodistas que dan noticias fidedignas, emiten comentarios inteligentes y ponderados, conscientes de que la moderación es la conquista más ardua del espíritu y a la vez el arma más certera”. Los insultos de la Selección son groseros, desmesurados y contienen una generalización injusta. Pero tal vez nos estén ofreciendo la oportunidad de volver a las fuentes.
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