Por Morgan Lee y Giovanna Dell’Orto – The Associated Press
Tras huir de la violencia en su pueblo en Guatemala pero sin poder reunirse aún con sus familiares en California, como ansían, debido a las restricciones migratorias del Título 42 en la frontera de Estados Unidos, una familia de 15 personas se unió a una vigilia organizada en el albergue donde se están quedando en Ciudad Juárez (México), tan cerca pero tan lejos de El Paso (Texas).
El servicio religioso en la pequeña iglesia metodista del refugio Buen Samaritano no se puede comparar con las largas celebraciones navideñas que disfrutaban en Nueva Concepción. Allí había fuegos artificiales, tamales de puerco y procesiones donde cantaban y portaban una imagen de la Virgen desde la iglesia a cada vivienda.
“Sí, está difícil dejar esas tradiciones atrás, pero se tenía que dejar igualmente”, dijo Marlon Cruz, de 25 años, quien era agricultor de yuca y plátanos en Guatemala. “Cuando vas de casa en casa y escuchas disparos… nos quedábamos en la casa encerrados”, dice.
Decenas de miles de migrantes que huyen de la pobreza y la violencia en sus países pasarán la Navidad en albergues atestados o en las calles de ciudades mexicanas de la frontera, donde muchos suelen ser víctimas del crimen organizado.
El Gobierno de Joe Biden le pidió esta semana a la Corte Suprema que le permita levantar el Título 42, como exigió un juez federal pero bloqueo una apelación de 19 estados republicanos, a partir del 27 de diciembre. A la espera del dictamen del tribunal, la mayoría de solicitantes de asilo son retornados de inmediato en la frontera merced a esta norma aprobada por el expresidente Donald Trump en marzo de 2020, escudándose en la emergencia sanitaria por la pandemia de coronavirus. Más de 2.5 millones de personas han sido expulsadas desde entonces (aunque algunos pudieron haberlo intentado más de una vez, y por tanto ser contados repetidamente).
El Paso ha recibido a miles de migrantes en las últimas semanas por la expectativa de que se levantara al fin del Título 42 (debía acabar el 21 de diciembre, pero la Corte Suprema lo evitó).
El gobernador texano, el republicano Greg Abbott, reforzó en respuesta el despliegue militar; decenas de guardias nacionales pasarán la Navidad en la frontera, vigilando la cerca de alambre de espino colocada para frenar a los migrantes, aunque tendrán tiempo para asistir a servicios religiosos con capellanes, según dijo la sargento primera Suzanne Ringle.
Los albergues de Ciudad Juárez están llenos, dejando poco tiempo para celebraciones y a muchos migrantes en las calles pese al frío gélido del vórtice polar que cruza Norteamérica estos días.
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En uno de esos campamentos Daniel Morgan, de 25 años y residente de El Paso, vino con un sombrero de Santa Claus y un suéter verde con adornos navideños, afirmando que quería “llevar sonrisas” a los presentes. “Este es un tema complejo y yo no soy experto en eso”, manifestó sobre la crisis migratoria mientras repartía dulces. “Cristo vino al mundo para entregarse a nosotros y esa es la razón por la que vine yo, para darle a otros lo que yo tengo”, añadió.
El reverendo Brian Strassburger, un jesuita que ayuda a migrantes a ambos lados de la frontera a 800 millas (1,200 kilómetros) en el valle texano del Río Grande, también ve hay semejanzas entre la Familia Santa y las experiencias de migrantes que participaron con él en las festividades de la Casa del Migrante en Reynosa, México.
La posada, muy popular en Latinoamérica, conmemora la búsqueda de albergue por parte de María y José cuando fueron obligados a ir de su aldea a Belén antes del nacimiento de Jesús.
Cuatro niñas llevaban estatuillas y otros migrantes —muchas de ellas mujeres embarazadas cuyas parejas tuvieron que acampar en la calle por falta de espacio— cantaron los himnos sobre una familia que no tenía donde quedarse y una embarazada que soportó el frío.
“Actuamos la escena de la posada todos los días”, dijo Strassburger, quien también planea oficiar misa en albergues en Navidad.
Incluso las familias haitianas, donde las posadas no son populares, participaron con entusiasmo en los cantos y la repartición de buñuelos preparados por las monjas mexicanas del albergue.
También se turnaron golpeando a la piñata, aunque los aproximadamente 70 niños fueron los que disfrutaron de eso más.
“Ver a los niños riendo es la expresión de alegría que Cristo le trajo al mundo”, dijo Strassburger, “hay algo de alivio, de alegría auténtica. Están cargando con mucha ansiedad e incertidumbre”
Edimar Valera, una madre venezolana de 23 años de edad quien lleva más de un mes en el albergue con su hijita de 2 años, además de su madre y otros familiares, dijo que la posada les da un respiro en medio de la ardua espera. “Fue chévere, bailamos todos, batimos una piñata y comimos pizza con Coca Cola”, dijo, “pero al estar aquí obviamente me siento triste porque no es donde quiero estar”.
En un albergue para migrantes y otros sin hogar en El Paso, Loreta Salgado también halló razones para contentarse, aunque dejó atrás a su familia, incluyendo su hijo y su nieto, en La Habana, Cuba, hace más de un año. Salgado atravesó 11 países, de Brasil a México. Sufrió hambre, la muerte de un compañero mordido por una culebra, fue asaltada y secuestrada por enmascarados. El amigo que le prometió ayuda al llegar incumplió su promesa, y ahora no tiene dinero ni dónde ir. “Más bien estoy feliz que estoy aquí, que estoy libre, que estoy con personas buenas”, comentó sin embargo en Nochebuena.