- Ana María Roura
- HayFestivalArequipa@BBCMundo
El presidente Jair Bolsonaro de Brasil, a quien varios politólogos como el peruano Farid Kahhat consideran el ejemplo más claro de la ultraderecha en el poder en América Latina, acaba de ser derrotado en las urnas por un estrechísimo margen por el histórico líder de la izquierda Luiz Inácio Lula da Silva.
Mientras, en Europa, Giorgia Meloni, se ha convertido en la primera representante de la ultraderecha en llegar al poder en Italia después de la Segunda Guerra Mundial con el mismo eslógan “Dios, patria y familia” que usó Benito Mussolini, considerado el padre del fascismo.
En este contexto, muchos de nuestros lectores y usuarios de redes sociales nos han hecho llegar sus inquietudes y preguntas sobre el fenómeno de la ultraderecha.
¿Son comparables las ultraderechas de América Latina y Europa? ¿En qué se parecen y en qué se diferencian? Y algo mucho más elemental: ¿por qué a estos políticos se los asocia con la ultraderecha?
BBC Mundo habló con Farid Kahhat (Lima, 1959), autor del libro “El eterno retorno“ (Editorial Planeta Perú, 2019), en el marco del Hay Festival Arequipa, que se realiza entre el 3 y el 6 de noviembre en esa ciudad peruana.
¿Cómo se define a una determinada tendencia o a un partido o un político como de ultraderecha?
Yo tomo la definición del académico Cas Mudde (Países Bajos, 1967) que habla de derecha populista radical y la define con base en 3 criterios.
El primero, lo que él llama nativismo, es decir, la sociedad se divide entre los que son parte de la propia cultura, a los que se ve de manera positiva, pero, además, se les ve compitiendo con inmigrantes por acceso a puestos de trabajo o subsidios estatales.
Y ese nativismo está vinculado a un nacionalismo étnico.
Tienen enemigos comunes, pero un nacionalismo étnico siempre tiene como rival a otro nacionalismo. Por ejemplo, la derecha radical ucraniana es antirrusa y la derecha radical rusa es antiucraniana.
Segundo. La definición incluye el populismo, que no necesariamente es de derecha y que tiene muchas aristas la definición, pero lo fundamental de la definición es dividir a la sociedad entre una élite económica y política que actúa en interés propio y de espaldas al pueblo, que es un todo indiferenciado.
Una masa sin distinciones a la que el líder populista representa.
Y, finalmente, el autoritarismo por dos razones.
No solo porque la obediencia debida a la autoridad es un valor fundamental que suele relevarse, sino, además, porque aunque acceden al poder por vía democrática, terminan desarrollando formas de gobierno autoritario, con la solidaridad de otros partidos de derecha radical que, sin embargo, dicen ser democráticos.
Por ejemplo, Giorgia Meloni defiende virtualmente a ultranza al primer ministro de Hungría, Viktor Orban, pese a que este está siendo criticado por la propia Comisión Europea y por el Parlamento Europeo por haber convertido a Hungría en un régimen autoritario.
Pero para Meloni lo importante es que hay elecciones y que Orban las gana por amplio margen. Las circunstancias de esas elecciones parecen no importarle.
Usted menciona que el fenómeno de la ultraderecha en Europa se diferencia del de América Latina. ¿Cómo?
La distinción fundamental es que mientras la derecha radical europea surge en un contexto en donde la izquierda tradicional, es decir, la socialdemocracia, era una fuerza en declive electoral, en América Latina, la derecha radical crece electoralmente en un contexto en el cual la izquierda tenía su mejor desempeño electoral en toda la historia de la región.
Claro, uno podría decir que a la izquierda en América Latina antes no se le dejaba llegar al poder o si llegaba por vía democrática era derrocada, como Salvador Allende o João Goulart en Brasil.
Editorial Planeta Perú
A personas de clase trabajadora que solían votar por fuerzas de izquierda, la derecha radical les ha seducido.
Por primera vez en el siglo XXI, la izquierda pudo gobernar y tuvo relativo éxito producto del superciclo de las materias primas, por lo menos durante una primera etapa.
Entonces la derecha radical tiene un componente anticomunista mucho más fuerte en América Latina y el Caribe donde todavía existen insurgencias marxistas leninistas que utilizaron el terrorismo como medio de acción y eso hace que ese componente anticomunista sea aún más fuerte.
Por otra parte América Latina tiene una de las mayores tasas de homicidios del mundo y, por ende, propuestas de mano dura con penas más severas como las de la derecha radical, aunque eso no resuelve el problema, pueden tener audiencia.
Otra diferencia es que el nacionalismo étnico en Europa y en Estados Unidos todavía apela a blancos cristianos que son una mayoría de la población.
Mientras que en América Latina el nacionalismo étnico como fundamento de la derecha radical tiene un límite y es el hecho de que cuando uno apela, por ejemplo, en América Latina, en la América hispana, el hispanismo no convoca a la mayoría de la población.
Además la derecha radical europea es más intervencionista en lo económico que la latinoamericana.
Y ahora que ya nos ha contado en qué se diferencian la derecha radical de Europa y la de América Latina, ¿nos podría decir en qué sí se parecen?
Se parecen en la oposición a lo que llaman la globalización o el globalismo.
En los valores conservadores hay algunas diferencias porque en la derecha radical del norte de Europa, por ejemplo, en el partido Alternativa para Alemania hay dirigentes homosexuales.
Pero en general la derecha radical tiende a oponerse al aborto. También están contra el matrimonio igualitario, contra la adopción por parte de parejas homosexuales y contra el enfoque de género en la educación escolar.
Y además son aliados de otras fuerzas de derecha radical en el mundo.
Por ejemplo, durante una época, el líder paradigmático de la derecha radical europea era el presidente de Rusia, Vladimir Putin.
Era el opositor del islamismo al que combatió a sangre y fuego y Rusia podría decirse que es un país de blancos cristianos con muy poca tolerancia frente a la inmigración.
Pero obviamente, la forma en que ha evolucionado el liderazgo de Putin ha hecho que algunos sectores estén comenzando a ser críticos de Putin a raíz de la invasión de Ucrania, pero ahora su líder global sería el expresidente de Estados Unidos Donald Trump.
[Los políticos de derecha radical] expresan solidaridad entre sí, pero porque tienen enemigos compartidos, no porque tengan una ideología común.
Pero los unen ciertos enemigos: la izquierda, el islamismo, la globalización liberal y han tendido a apoyarse mutuamente cuando lanzan candidaturas.
Por ejemplo, apoyan a Bolsonaro en América Latina, apoyan a Trump en Estados Unidos y ahora le intentan lavar la cara a la recientemente electa primera ministra de Italia Giorgia Meloni que tiene un pasado fascista pues ella era militante del Movimiento Social Italiano y ha defendido al exdictador y padre del fascismo Benito Mussolini en declaraciones públicas.
Uno puede decir, se ha moderado y es cierto, pero tiene un origen fascista y algunos ahora pretenden negar eso.
Teniendo en cuenta esta descripción, ¿qué gobiernos en América Latina usted considera que son de ultraderecha?
(Jair) Bolsonaro, sin ninguna duda.
Probablemente ya en Sudamérica, sea el único caso.
Es gracioso porque se le sindica de esa manera y yo incluso, como digo, uso el término de derecha radical, que es digamos más técnico y neutral que el de ultraderecha.
Pero habitualmente se ofende a algunos miembros de sus agrupaciones [de ultraderecha] cuando se les llama de esa manera y yo les respondo, de qué otra manera se puede llamar a alguien que como Bolsonaro está a favor de la tortura, que siendo presidente les exige a las Fuerzas Armadas conmemorar un golpe de Estado, el del 64 en Brasil contra un gobierno democrático, progresista.
O que, por ejemplo, dedicó su voto en favor del impeachment a la expresidenta de Brasil Dilma Rousseff al militar que la torturó durante la dictadura.
Entonces, yo diría que Bolsonaro es el ejemplo paradigmático en América Latina. Podría haberse dicho lo mismo [del expresidente] Iván Duque, de Colombia pero ya dejó la presidencia.
Con el título de su libro“El eterno retorno” usted sugiere que existe una especie de ciclo.
Yo hablo del eterno retorno porque como digo, un elemento clave de la derecha radical es el nacionalismo étnico.
Y el nacionalismo es una fuerza política que ha sido desahuciada por visiones modernas de la política una y otra vez: por el marxismo, por el liberalismo por ejemplo, y una y otra vez regresa por sus fueros.
Por eso el eterno retorno.
¿Por qué aflora la ultraderecha? ¿Cuál es el caldo de cultivo?
Varía de país en país, pero la desigualdad en la distribución del ingreso ha tendido a crecer en el mundo desarrollado en años recientes y el crecimiento de la desigualdad suele ir aparejado de una mayor propensión a la polarización política.
Editorial Planeta Perú
A personas de clase trabajadora que solían votar por fuerzas de izquierda, la derecha radical les ha seducido.
Además, hay un discurso que en el plano cultural presenta al grupo étnico mayoritario como un grupo amenazado, porque es lo que llaman algunos en la derecha radical, el gran reemplazo, porque habría un intento deliberado de reemplazar a la población local con inmigrantes que sean culturalmente distintos a esa población, que no sean ni blancos ni cristianos para decirlo claramente y “blanco” aquí es un concepto más cultural que racial propiamente.
En otras palabras, a personas de clase trabajadora que solían votar por fuerzas de izquierda, la derecha radical las ha seducido.
Les han cambiado la explicación de su padecimiento: “a ti no te va mal porque el capitalismo sea intrínsecamente desigual como sistema de distribución de la riqueza, sino que te va mal por la acción disociadora de inmigrantes fundamentalmente, y por la competencia exterior que permite la liberalización de la economía mundial”.
Además, habría que tener en cuenta que en años recientes hemos tenido la peor recesión desde la Gran Depresión, la peor pandemia en un siglo y a eso hay que sumarle el efecto de la guerra en Ucrania, que es importante porque atiza un factor de descontento económico fundamental: la inflación.
Hace más de 40 años que los países en general no tenían los niveles de inflación que tenemos ahora, y aunque el origen sea externo, es decir, una causa internacional como una guerra, los votantes solo pueden castigar por el fenómeno a sus propios políticos.
Pero en su libro usted mencionaba varios ejemplos de países, como por ejemplo Portugal, que pasaron por una crisis severa y que allí no afloró la ultraderecha.
El tema de la narrativa es importante.
Se le induce a la gente a creer que esa inmigración podría llegar en masa y desplazar a la población local de sus trabajos y del acceso a subsidios públicos. Y aunque eso no sea un hecho comprobable en el presente, el temor que infunde sí tiene consecuencias políticas.
¿Y quién controla esa narrativa?
Parte del problema, en mi opinión, es que la derecha democrática y la izquierda socialdemócrata han tendido en algunos casos, de manera errónea, a adoptar las banderas de la derecha radical, presuntamente para desplazarla electoralmente.
Por ejemplo, el Brexit (el divorcio de Reino Unido de la Unión Europea) era una propuesta del UKIP (United Kingkdom Independence Party por sus siglas en inglés) a la que se oponía el Partido Conservador.
Pero finalmente este partido terminó adoptando el Brexit como consigna, con lo cual efectivamente le ganó el electorado a la derecha radical, pero se convirtió él mismo en la derecha radical y ahora estamos viendo que el Brexit es un fracaso para todo efecto práctico.
En el caso de Dinamarca, la socialdemocracia adopta políticas ante la inmigración básicamente indistinguibles de los de la derecha radical.
Entonces, frente a una actitud en la cual inicialmente se pretendía tender un cerco sanitario contra la derecha radical para excluirla del poder, en tanto no moderara sus posiciones, hoy en día ese cerco se ha roto casi en todas partes.
Pero cuando ya tu agenda (la de los partidos tradicionales) en algunos temas fundamentales, como la de inmigración, son indistinguibles de los de la agenda de la derecha radical, contribuye a legitimarla.
Europa vivió en carne propia los efectos del ideologías radicales como el fascismo en el siglo XX. ¿Usted cree que aprendemos de la historia o se repite?
Hay dos factores, primero la generación que vivió el fascismo, sea en el período de entreguerras, o sea durante la Segunda Guerra Mundial, ha desaparecido.
Virtualmente no queda gente viva que recuerde esa experiencia.
Un segundo elemento es nuevamente el término derecha radical que quiere aludir al hecho de que estos partidos, cuando vienen del fascismo, incluso se presentan como postfascistas.
Es decir, no reniegan del todo de su origen, pero dicen que han cambiado.
Digamos, hay un guiño a la derecha radical o al viejo fascismo en realidad, pero simultáneamente existe la idea de que ellos son un fenómeno distinto.
Entonces, ¿la ultraderecha retornará eternamente?
No, la derecha radical ha sido derrotada antes, no solo en la Segunda Guerra Mundial.
El ejemplo de Portugal es interesante porque si la desigualdad es uno de los factores que está detrás del surgimiento de la derecha radical, ese tipo de preocupaciones en torno a la desigualdad también las suele recoger la izquierda radical.
Y si bien el gobierno de Portugal no es de izquierda radical, sí tiene una agenda muy clara en torno al tema de la desigualdad y la redistribución del ingreso y puede competir electoralmente en torno a ese tema con la derecha radical.
Hablemos de la otra cara de la moneda, la ultraizquierda. ¿Cómo la definiría usted?
Algunos de los factores que ayudan al crecimiento de la derecha radical también ayudan al crecimiento de la izquierda radical .
Habría de recordar que el fascismo de Mussolini o el fascismo de Hitler, eran, además de una fuerza política, un movimiento social de base plebeya, de base popular.
Es decir, Mussolini y Hitler buscaban movilizar a los mismos sectores sociales a los que quería movilizar la izquierda.
Y en esa disputa la izquierda perdió.
La desigualdad es un factor que ayuda al crecimiento, pero genera polarización y la polarización básicamente implica dividir al país en bandos irreconciliables. Eso ayuda al crecimiento de los extremos.
Ahora la extrema izquierda, sin embargo, tiene límites mayores a su capacidad de acción que los que tiene la extrema derecha.
Por un lado, las posiciones de izquierda radical no tienen un modelo de crecimiento sostenible en el tiempo.
La derecha radical puede apelar al modelo neoliberal o liberal, y ese modelo, con todos sus bemoles, sí genera crecimiento económico, aunque no genere redistribución.
Y en segundo lugar, los poderes fácticos son más tolerantes con la derecha radical que con la izquierda radical, es decir, empresarios, grandes medios de comunicación privados y Fuerzas Armadas pueden ser tolerantes con la derecha radical de una manera en que jamás lo serían con la izquierda radical.
Veamos el caso de mi país, Perú, yo no creo que su presidente, Pedro Castillo, sea un presidente de izquierda, pero fue candidato de un partido que se autodefine como marxista leninista, que hablaba de estatizar sectores estratégicos de la economía.
La prensa privada, la gran prensa privada, los empresarios y, en la medida en que trasciende miembros de las Fuerzas Armadas o militares retirados, tienen una actitud muy clara de oposición frente a Castillo y no la tuvieron frente al fujimorismo en los 90.
Claro, aquí es discutible que tanto el fujimorismo como Castillo representen la derecha y la izquierda radical, pero en todo caso creo que la izquierda radical tiene más obstáculos para hacer valer su agenda que la derecha radical.
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