El libro casta: El origen de lo que nos divide de Isabel Wilkerson, tiene un capítulo La maldad del silencio, una muestra apabullante del nivel de la crueldad humana. En su introducción: «La ceniza surgió del crematorio y se dispersó en el aire… se asentó en los lechos de los geranios de los habitantes que vivían fuera de las puertas de la muerte en Sachsenbausen (campo de concentración), al norte de Berlín. La ceniza cubrió los columpios y las piscinas en los patios de los vecinos». El teólogo disidente Dietrich Bonboeffer fue uno de los millones de personas que perecieron en los campos de concentración nazi, torturado y aislado en un confinamiento solitario. «El silencio ante el rostro del mal es en sí mismo el mal –fue lo que Bonhoeffer dijo una vez a los transeúntes–. Dios no nos considerará inocentes. No hablar es hablar. No actuar es actuar». No todos los vecinos eran nazis; de hecho, muchos alemanes no lo eran. Pero seguían a los líderes nazis en la radio, a Hitler y Goebbels. Y mientras tanto se iba sembrando el odio, el veneno en la sociedad alemana, en base a un sistema de castas, los judíos eran una casta inferior, frente al alemán ario. Y nadie parecía enterarse.
Lo expresó muy bien Víctor Klemperer en 1933 en su libro La lengua del Tercer Reich pecando de ingenuidad: «Estaba tan seguro de mi germanidad, de mi europeidad, de mi humanidad, de mi siglo XX. ¿La sangre? ¿El odio racial? Hoy no, aquí no…En Europa… ¿En la Europa del siglo XXI es imposible una catástrofe humana igual?».
Hoy muchos pensamos como Klemperer. No viene mal recordar la conferencia de Adorno en la Universidad de Viena en 1967 y hoy rescatada del olvido: «Lo característico de estos movimientos (de extrema derecha) es su extraordinaria perfección de los medios, y concretamente, en primer lugar, los medios propagandísticos en el sentido más amplio, combinada con una ceguera, con una oscuridad impenetrable de los fines que persiguen. Hay una constelación de medios racionales y de fines irracionales… Si los medios vienen a sustituir en una medida cada vez mayor a los fines, puede casi decirse que en los movimientos de extrema derecha la propaganda constituye de por sí la sustancia misma de la política».
El libro de Isabel Wilkerson tiene otro capítulo Los nazis y la aceleración de las castas, donde describe una reunión celebrada en Berlín el 5 de junio de 1934, a puerta cerrada, de un comité de burócratas nazis, que consideraron la ocasión tan importante para que hubiera un taquígrafo que trascribiera todo. Mientras se acomodaban en sus sillas para fraguar las Leyes de Nuremberg, el primer tema de la agenda fue ver qué se podía aprender de Estados Unidos. Presidía el acto, Franz Gürtner, ministro de Justicia del Reich, el cual presentó un memorando de cómo Estados Unidos controlaba a los grupos marginados y defendía a los blancos. Los diecisiete funcionarios y expertos en derecho examinaron las leyes de pureza estadounidenses que regulaban la inmigración y los matrimonios interraciales. Querían avanzar rápidamente en sus planes de pureza y segregación racial y sabían que Estados Unidos les llevaba siglos de ventaja. Los nazis se sintieron atraídos por las teorías raciales de dos eugenistas estadounidenses, Lothrop Stoddard y Madison Grant. La palabra untermensch, «subhumano», una injuria racial que los nazis adoptaron en su proyecto para deshumanizar a los judíos y a otros no arios la tomaron prestada de Stoddard.
Del libro sobrecoge un hecho ocurrido en los Estados Unidos el 19 de julio de 1935. Es en Fort Lauderdale, Florida. Lo refleja una fotografía truculenta. Aparece colgado tras ser linchado en un árbol el cuerpo flácido de Rubin Stacy de raza negra, con su mono destrozado y ensangrentado, lleno de agujeros con las manos atadas al frente, la cabeza caída como consecuencia del linchamiento, asesinado por asustar a una mujer blanca. Según investigaciones posteriores, lo ocurrido es que fue a pedir algo de comida a una casa y al salir la mujer se asustó. En la fotografía asisten, como si fuera un espectáculo, varias niñas blancas bien vestidas de familias bien y se muestran sonrientes y felices.
Los linchamientos formaban parte de un carnaval y atraían a miles de curiosos que eran cómplices de tal sadismo. Se avisaba con antelación a los fotógrafos y se instalaban imprentas portátiles para que los linchadores y el público se pudieran llevar una instantánea de recuerdo. Hacían postales de gelatina para regalar a sus seres queridos. Las postales de linchamientos se convirtieron en un floreciente subdepartamento de la industria de postales. En 1908, los envíos crecieron tanto, y estas prácticas eran tan repugnantes, que la dirección general de Correos de Estados Unidos prohibió su envío, aunque la nueva ley no impidió que los blancos compartieran sus hazañas. Simplemente metían la postal en un sobre. La revista Time el 2 de abril del 2000 escribió: «Ni siquiera los nazis se atrevieron a vender souvenirs de Auschwitz».
Y luego no faltan quienes desprecian las enseñanzas de la historia. Tony Judt en su libro Sobre el olvidado siglo XX nos advierte: «De todas nuestras ilusiones contemporáneas, las más peligrosa es aquella sobre la que se sustentan todas las demás: la idea de que vivimos en una época sin precedentes, que lo que está ocurriéndonos ahora es nuevo e irreversible y que el pasado no tiene nada que enseñarnos».