El tema ha estado presente desde su triunfo en las elecciones legislativas italianas y la respuesta a la pregunta es un claro no. Una revisión de sus postulados y promesas de campaña muestra que no lo es. Tampoco nombres creados ad-hoc de su persona como “posfascista” o “neofascista”, y no lo será el gobierno que encabezará.
En cierto modo, el problema fue creado por ella misma, toda vez que, en los inicios de su carrera política, aun cuando fue ministra de la Juventud de Silvio Berlusconi, tuvo expresiones, incluyendo tuits, que mostraban comprensión y aun admiración de Il Duce, bajeza en la que han caído otros políticos italianos, de distintas posiciones, a medida que pasan los años.
Aún más, un ex primer ministro de centro —izquierda (Italia Viva) como Matteo Renzi— ha desmentido ese tipo de acusaciones periodísticas hacia ella, en este caso de la CNN, diciendo: “Ella es mi rival político, pero no es un peligro para la democracia. Decir que es fascista es completamente falso”.
Ella no lo es como tampoco lo son Trump, Bolsonaro o el húngaro Orban. Tampoco lo era Kast el rival de Boric en Chile, quien así fue motejado para ganarle la segunda vuelta de la elección presidencial. Por cierto, que pueden ser calificados de otras maneras, por ejemplo, de “pinochetista” en el caso de Kast, pero no son fascistas o nazis.
El fascismo es una doctrina política, originada precisamente en Italia con Mussolini y una de sus variantes más conocidas (y asesinas) fue el nacismo hitleriano. Se enseña a través del mundo universitario, junto a otras ideologías, tales como el liberalismo, el conservadurismo, el socialismo o el comunismo.
Fue tanto el daño que produjo que tiene un muy mal nombre, y por eso se le usa para descalificar a adversarios con una consecuencia muy negativa, ya que atribuirle esa persuasión a quien no la tiene, puede producir el efecto distorsionador de que “no era tan malvada” la doctrina como se le acusa, cuando efectivamente lo era y lo es.
Como doctrina política el fascismo en casi todas sus variantes fue colectivista y estatista, lo que era expresado en la famosa máxima de Benito Mussolini de “Todo dentro del Estado. Nada fuera del Estado”, que a nadie sorprendía en Italia, ya que había empezado su trayectoria política en el Partido Socialista.
Era parte del credo la idea del partido único como también, la persecución y represión de sus adversarios. Había un fuerte componente racial en sus postulados, aunque no todos fueron racistas o antisemitas, al menos no en el sentido que los nazis lo hicieron en Alemania y en los territorios que ocuparon.
También estuvo presente el deseo de expansión y conquista, al mismo tiempo de expresar postulados antiliberales, antidemocráticos y anticristianos.
Como doctrina política hay ideas que han llegado hasta nuestros días y nadie lo expresa mejor que la vigencia de autores nacistas que nunca se arrepintieron como el jurista y politólogo alemán Carl Schmitt, quien aseguraba que la política no se hacía entre adversarios sino entre enemigos y entre cuyos seguidores —lo hayan sabido o no— se encuentran algunos importantes ideólogos que desde la ultraizquierda trataron de imponer la nueva constitución identitaria a los chilenos, fracasando en el intento.
No ayuda y sí perjudica calificar a muchos de quienes nos desagradan de fascistas o populistas. Hermanos de Italia, su partido, es de derecha, parte de lo que se llama en Europa la “derecha social” por sus postulados y entre los temas que más se agitaron estuvieron la inmigración ilegal y ciertos valores tradicionales, tales como la importancia de Italia y la familia.
La coalición de la que formaba parte estaba compuesta por grupos menores, y por La Liga de Matteo Salvini, exvicepresidente y ministro del Interior (2018-2019), y Forza Italia de Silvio Berlusconi, ex primer ministro en tres oportunidades (1994-95; 2001-06; y 2008-2011), rivales que fueron superados sobre todo por el apasionamiento y estilo carismático de Meloni y la importancia atribuida a principios morales tradicionales, al patriotismo a través de su orgullo de la italianidad, a lo que hay que agregar la defensa del cristianismo, en particular, la tradición católica.
Así logro imponerse al interior de la coalición, sobre todo a Salvini, quien sufrió una dura derrota y baja votación. En cuanto a Berlusconi, el triunfo expresa su regreso, pero ahora, sin aspirar, al menos públicamente a dirigir la coalición ganadora, entre otras, por razones de edad.
En el 44,1 % de votos obtenidos por esta coalición hay mucho voto que alguna vez fue comunista o democristiano, los dos grandes partidos de la posguerra en Italia, ambos desaparecidos como tales o repartidos en otras alternativas.
Es una coalición conservadora en el contexto italiano y europeo, pero en lo que ofreció y en cómo va a ejercer el poder pueden haber elementos de derecha radical, pero no son ultraderecha como tampoco populismo o fascismo.
Si alguna duda quedaba están las declaraciones que ofreció apenas electa, en el sentido de ratificar todo su apoyo a Ucrania como también en relación con la inmigración donde repitió que “los países tienen derecho a privilegiar la inmigración que sea compatible con su cultura. Por ejemplo, en Venezuela son millones, son cristianos. Si necesitamos migrantes, consigámoslos allá”.
En verdad ni la ley italiana, ni Europa, ni los tratados internacionales le permiten hoy hacer esta distinción, menos discriminar, pero es una declaración potente en cuanto a sus intenciones.
Va a ser una coalición de gobierno donde hay convergencias, pero también divergencias en una variedad de temas que incluyen la Unión Europea, la invasión rusa a Ucrania (ahí se diferencia de sus socios sobre todo en las sanciones a Rusia), energía, valores morales, calentamiento global.
En relación con la Unión Europea, Meloni ha tenido un discurso parecido al que tuvo por años la Sra. Thatcher, en su critica a lo que definía como una burocracia antidemocrática no electa por nadie en Bruselas y la pérdida de soberanía nacional consiguiente, eso sí con una importante diferencia, ya que el Reino Unido contribuía mucho más que lo que recibía de Europa, mientras que Italia necesita de ayuda para equilibrar sus presupuestos, en permanente déficit.
A medida que avanzaba hacia el triunfo, Meloni fue abandonando la idea de un “Italexit” para salir de la Unión Europea, en favor de un discurso que ha sido exitoso para expaíses comunistas como Polonia o Hungría, en el sentido de defender al interior de la Unión sus intereses nacionales en forma más agresiva y luego, solo después, buscar soluciones comunes con otros países.
Meloni agregó que su modelo era Portugal, que obtuvo concesiones para un plan de recuperación económica, preguntándose que “si el Gobierno socialista de Portugal lo hizo porque Italia no lo puede hacer?”. Por lo tanto, la Unión Europea es un ejemplo de las limitaciones a su poder que significa una alianza de estas características, no solo a ella, sino a cualquier líder que desee cambios radicales.
Su promoción de valores conservadores la condujo a ofrecer medidas concretas de apoyo a un aumento de la natalidad, toda vez que Italia es parte de la lista de países donde la natalidad disminuye, con números que serían aún más regresivos si no fuera por la inmigración ilegal.
Otro tema de diferenciación con Europa fue la idea de crear los llamados “puntos calientes” para frenar la inmigración ilegal, simplemente bloqueando los barcos con inmigrantes, en los puertos africanos de donde salen.
Un último tema de divergencia radica en el respeto a compromisos internacionales ya adquiridos en el cambio climático, donde Meloni ha argumentado que detrás de su reticencia a usar la palabra “calentamiento” hay una visión diferente, ya que para ella no existe una visión catastrófica de este cambio, sino solo una simple evolución y no el fin del mundo.
Para Meloni, Italia es una historia de éxito económico, al rechazar la idea que sería un país enfermo, argumentando que sus problemas son consecuencia de políticas europeas hoy equivocadas, y que, por el contrario, Italia fue un éxito de la posguerra con un modelo exportador basado en pequeñas y medianas empresas.
¿Sera el suyo otro gobierno de corta existencia, otra coalición fracasada? No lo sabemos.
Lo que sabemos es que ni ella ni su futuro gobierno son hoy fascistas, limitados además por ser parte de Europa y por las características de la coalición. Todo apunta a un gobierno conservador de derecha, incluso radical en su retórica, pero que no se aprecia ni en ella ni en las propuestas, un supuesto fascismo.
Este artículo forma parte de un acuerdo entre El American y el Interamerican Institute for Democracy.
Ricardo Israel es un reconocido escritor, bogado, analista político y académico chileno. Fue candidato presidencial de su país en 2013. Actualmente hace parte del directorio del Interamerican Institute for Democracy // Ricardo Israel is a renowned Chilean writer, lawyer, political analyst and academic. He was a presidential candidate in his country in 2013. He is currently a member of the board of directors of the Interamerican Institute for Democracy