“En una discusión, mi hija me dijo que me veía como una persona soberbia. Pude haberle dicho que estaba equivocada, pero decidí prestar atención”.
Esas palabras fueron el motivador del empresario Leopoldo Cedillo para decidir usar sus ratos libres para ser conductor de Uber y aprender a escuchar, ante el asombro de los demás.
Este sería un reto más en su vida, tal y como conseguir una beca en el Tec de Monterrey, dejar un puesto directivo para capacitarse en Estados Unidos o hasta enfrentar una quiebra corporativa.
El actual coordinador general de Grupo Proeza es el padrino de la novena generación de Líderes del Mañana, programa que beca a jóvenes talentosos al 100 % para estudiar en el Tec.
Su reto personal: aprender a escuchar
Cuando Leopoldo era director general de Metalsa, empresa regiomontana de productos de acero, le hicieron notar que podría mejorar sus habilidades de escucha, tanto en lo profesional como en lo personal.
“Muchas veces hablas y pocas veces escuchas. No es porque lo quieras hacer o no, así es en ciertas posiciones.
Fue en una discusión familiar que tuvo con su hija cuando ella le hizo una declaración reveladora.
“Me dijo que era la persona más soberbia que existe. Decidí prestar atención y preguntar por qué no se sentía escuchada por mí”, recuerda Leopoldo.
Luego de darle vueltas al asunto, Leopoldo quería hacer una actividad que lo obligara a escuchar.
“Tenía que buscar un lugar en donde tenía primero que escuchar”.
Luego de analizar varias opciones, llegó a la idea que lo llevaría a trabajar como chofer los fines de semana, luego de terminar su horario de trabajo corporativo.
Ser chofer de Uber lo ayuda a escuchar a las personas
Ya como chofer de Uber, uno de sus primeros retos fue controlar el impulso por hablar primero.
“Cuando me dieron el entrenamiento me decían que si un cliente no me hablaba, yo no podía hacerlo”, comenta.
Al igual que en otros de sus trabajos, Leopoldo buscó no solo cumplir, sino sobresalir, así que hoy presume haber conseguido 5 estrellas de calificación en la aplicación.
Sin embargo, lo que más le dejó esta experiencia fue haber aprendido la lección.
“Es un trabajo de mucha escucha y aparte sabía que de todos los viajes iba a aprender algo nuevo. Desde aprender cosas nuevas hasta ver maneras en que la gente lidia con la vida”, asevera Leopoldo.
Cuando se dormía en el transporte público
Leopoldo nació en Saltillo, Coahuila, pero creció en Monclova. En un principio quería ser abogado, pero por algunos prejuicios sobre esa profesión con la corrupción, decidió estudiar contaduría pública.
Leopoldo soñaba con estudiar en el Tec de Monterrey, pero no tenía los recursos necesarios para lograrlo. Así que buscó una beca y un préstamo. Finalmente consiguió ingresar a la institución.
En sus tiempos de estudiante vivió con sus hermanos en San Nicolás, municipio aledaño a Monterrey, así que utilizaba el transporte público al carecer de un automóvil.
“Me iba en el camión a veces estudiando, y de regreso, a veces me quedaba dormido por lo cansado”, recuerda.
A partir de su cuarto semestre decidió que trabajaría a la par de sus estudios para apoyarse en sus gastos y comenzar a tener prácticas laborales, pero durante la entrevista laboral le aseguraban que no tenía todavía la experiencia necesaria.
“Ne fueron poniendo muchas trabas, me veían muy joven, pero poco a poco los fui convenciendo. Me dieron la “chamba” y me iba bien en el trabajo y en la escuela.
“Fue retador en las tareas, por ejemplo, porque no tenía el suficiente tiempo para ellas y me enfoqué más en los exámenes. No acabé con mención honorífica, saqué 8.9”, recuerda riendo Leopoldo.
“Un director de orquesta no le dice al violinista: ‘Dame tu violín’. El director de orquesta debe saber qué nota debe venir”.
Su pasión: servir a los demás
A pesar de sentir que le faltaban horas a su día, Leopoldo organizaba su día para incluso ir a reuniones sociales, tener novia, ir a misa todos los días durante las mañanas e incluso organizar misiones con su iglesia a lugares vulnerables.
Esa pasión que sentía por ayudar a los demás iba creciendo a la par de sus estudios y de su trabajo, e incluso, después de haberse casado y haber egresado del Tec de Monterrey en diciembre de 1992.
Ya trabajando como profesionista en la década de los 90, Leopoldo retomaría aquella idea de no solo buscar un beneficio propio, sino ayudar de alguna manera a los demás con su profesión.
Directivo de finanzas a los 26 años lo lleva a crisis vocacional
El Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Estados Unidos, México y Canadá, que entró en vigor en 1994, sería una nueva oportunidad y un nuevo capítulo de logros para su vida.
Cuando el TLC abrió la puerta para las exportaciones y negocios, Leopoldo supo que debía capacitarse para continuar haciendo su trabajo.
Al igual que cuando estudiaba en el camión rumbo a la escuela, decidió irse a Estados Unidos a presentar el examen para certificarse como contador público en el vecino país del norte.
A sus 23 años se encerró 2 meses a estudiar dedicando días y noches a aprender sobre la contabilidad en sistemas financieros estadounidenses, para luego presentar un examen de 19 horas dividido en varios días.
A su regreso, se acercaron para ofrecerle un empleo en Metalsa, que buscaba hacer negocios con el TLC.
“Al que era director de finanzas lo promueven y me dan la vicedirección de finanzas a los 26 años, pero me di cuenta que me faltaba, que no era tan buen financiero y entonces tuve una crisis vocacional”, recuerda.
Abandona un puesto directivo para buscar aprender más
En ese entonces Leopoldo tomó la decisión de abandonar ese puesto directivo y comenzó a replantear su carrera, cuando Metalsa estaba comprando su primera planta en Estados Unidos, a donde fue asignado.
Leopoldo reconocía que no tenía el conocimiento operacional para dirigir una planta, así que pidió que no le dieran un puesto directivo, sino uno de contralor, pasando de dirigir a casi 80 personas a solo 2 de ellas.
Aceptar que en ese momento no era capaz no fue un impedimento para que Leopoldo buscara aprender, así que a la par empezó a preguntar sobre cómo trabajaban la estrategia y la operación de la empresa.
“Era el único mexicano en esa planta y me gustaba esa posición experimental. Ahí decido aplicar a una maestría en la Universidad de Stanford y cuando termino y regreso tenía un reto más grande”.
Leopoldo asegura que reconocer cuando no sabía algo lo había hecho crecer y asegura que es importante que el equipo de un líder sepa más que ella o él.
“Un director de orquesta no le dice al violinista: ‘Dame tu violín’. El director de orquesta debe saber qué nota debe venir”, menciona.
Parte de su labor en las empresas: dejar un impacto positivo
Al igual que cuando organizaba misiones en su juventud para ayudar a comunidades vulnerables, Leopoldo aprovechaba alguna oportunidad para dejar un impacto positivo en las comunidades que le rodeaban.
“En Metalsa dije: ‘Puedo ser un buen profesionista, pero también un buen ser humano’. Por ejemplo, en plena pandemia cuando paramos la operación comenzamos a trabajar en hacer ventiladores médicos.
“Alcanzamos a entregar ventiladores que podrían salvar vidas. Buscamos siempre poner al ser humano en el centro”, asegura.
Ya como director general de Metalsa, su equipo ganó el Premio Nacional de Tecnología por primera vez en la historia de la empresa.
“No todo ha sido miel sobre hojuelas. He cometido errores también. En lugar de ponerlos debajo de una alfombra hay que asumirlos junto con sus consecuencias. Esto es lo que te permite crecer y no cometer el mismo error”, menciona.
Durante su periodo como director de Metalsa la empresa creció 6 veces su tamaño, pero Leopoldo asegura sentirse orgulloso principalmente de la filosofía humanista que existe y que buscó impulsar desde que llegó.
Dejar un legado de impacto social
Leopoldo señala que quiere dejar un legado en el que se reconozca la labor humanista antes que sus logros.
Ahora, menciona, quiere aprovechar el tiempo con su familia, seguir aprendiendo y enfrentarse a nuevos retos laborales y personales como ser padrino de Líderes del Mañana
Leopoldo sonríe cuando llega al tema de apadrinar a la novena generación de este programa, que incluye a jóvenes con potencial transformador, y que reciben una beca del 100% en el Tec de Monterrey.
Y asegura que quiere platicar con todos los integrantes de esta generación, justo como cuando fue chofer de Uber.
“Es interesante porque usualmente a los padrinos los nombran cuando se gradúan, pero aquí es al inicio. Me puse un compromiso personal conocer a las y los 200 (jóvenes), profundizar, ayudarles y compartir aprendizajes”.
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