Leo estos días la propuesta del multimillonario mexicano Carlos Slim, uno de los hombres más ricos del mundo, donde propone desterrar la clásica jornada de ocho horas e implantar una de 10 u 11 horas. Pero nada de cinco días a la semana, sino solo tres. Esto me recuerda que hubo una antigua civilización, de cuyos orígenes es el euskera, en el que el calendario laboral, digamos que el trabajo activo o productivo era de tres días: astelehena (primer día de la semana), asteartea(entre semana), asteazkena (fin de semana). El jueves (osteguna/eguena) día de adoración, meditación, oración a Dios, al universo. Viernes (ostirala/bagerikua) devoción, oración a nuestros antepasados. Larunbata (un cuarto de mes lunar) adoración a la luna como regenta, fecundadora y avivadora de la naturaleza, y el domingo(igande), día de paso, descanso.
Claro está, tres días de trabajo productivo y tres días de trabajo intensivo reflexivo-meditativo, o llamémosle de estudio, nuevas iniciativas y distintas actividades lúdico-creativas. Ora et labora, y el séptimo día descanso semanal. Lo cierto es que viviríamos inmensamente más felices en este nuevo orden de espíritu matriarcal, seríamos más sabios siendo más conscientes de por qué y para qué estamos. Tendríamos la libertad y la capacidad de una visión más amplia en lo que emprendamos, optaríamos al trabajo como motivo más que como sacrificio y abundaría el empleo.
Slim afirma que el trabajo es una responsabilidad social y una necesidad emocional y que la edad de jubilación se podría alargar. Tampoco importaría tener este modus vivendi permanente hasta que flaqueen las fuerzas. ¿Será que tenemos la clave para un nuevo orden mundial? Interpretar bien los signos nos podría llevar a otra forma de pensamiento y de modelo de actuación para la mejora del bien común.
El tema suena a utópico y mucho es lo que tendría que cambiar, tendríamos que cambiar, pero el capitalismo patriarcal está unido a la ambición, al poder y al dinero como únicos baluartes de la vida. Y la vida es algo más, mucho más. Las crisis son calamitosas pero siempre traen nuevas oportunidades. Nuestro quehacer es seguir las consignas establecidas e impuestas como únicas. Sabemos cómo estamos y, lo peor, nada ni nadie nos dice que vayamos a mejor. La pasividad y el laisser faire no conduce a nada. El tema es dónde queremos ir y de qué forma.
La realidad es la que es y las propuestas utópicas imperan sólo cuando el agua llega al cuello y no hay otras salidas. No sé si estamos lejos de ello, no soy ni mago ni agorero, pero el futuro pinta gris y el cambio en nuestra manera de pensar y actuar es tan necesario como evidente. “Roma no se hizo en un día”, pero quizás es hora de mirar más atrás para seguir adelante.
Es evidente la inquietud social existente por el posible derrumbe del nivel de vida y de los logros alcanzados por el progreso. Abogar por un cambio de funcionamiento ayudaría al capitalismo a resolver uno de los problemas estructurales: las injusticias sociales que derivan en cuotas de miseria. Y en el despiste global de por dónde tirar, estamos en un cambio permanente de nuevas tecnologías, pero lo nuevo se habrá de reforzar con parámetros que nos lleven a la motivación y a la esperanza colectiva más que a la práctica insolidaria del sálvese quien pueda.
Ante el sistema imperante del capitalismo patriarcal, que basa su status quo en las finanzas especulativas pero que no encuentra salida a la crisis que él mismo ha creado, el futuro orden mundial debía de acercarse al espíritu matriarcal de avivar la concordia y fomentar oportunidades sociales básicas, promoviendo la creatividad bajo las bases democráticas de protección matriarcal e impulsando la interculturalidad entre las personas y los pueblos. “De mi madre aprendí el sentido de la justicia, la prudencia y la sensatez” dice Slim. Y en este nuevo tiempo, también el estamento eclesial habrá de promover el cambio necesario.
El relativismo y la pérdida de valores subyace dentro de toda crisis y hoy los propios medios de comunicación fomentan la ridiculización de los valores morales. Y la desacralización según Mircea Eliade es la plaga psicológica que aqueja a la moderna civilización. Tal y como nos explicaba el sabio de Otxandio –Bittor Kapanaga–, nuestro devenir humano en la tierra: IZ(ser), In(Hacer), Il(Morir) se sustenta bajo la composición de los fonemas AR/UR y sus derivados(apegados al ser, a la tierra y a sus frutos), y GO (Espíritu, cielo, Dios, deseo, fuerza interna…) como alimento de fuente energética.
Pero, más allá de disquisiciones teórico-filosóficas, antropológicas, lingüísticas o teologales, en las decisiones políticas está todo, y el orden mundial, si ha de cambiar, nos ha de llevar a vidas más justas y más dignas y no a lo que nos ofrece la indignidad del modus operandi chino. Para ese cuento, nos quedamos con el que tenemos, que aunque estando como está, de nosotros depende que no empeore.
En breve se presentará el musical llamado Hazia, sobre la vida y obra de José María Arizmendiarrieta, impulsor del cooperativismo vasco, sus lemas de cooperación, humanismo, solidaridad, transformación, compromiso, responsabilidad y justicia social…, en este mundo competitivo, son más necesarios que nunca.
Apunto un precioso texto escrito por Arizmendiarrieta, el cual lo hemos musicado:
“Guztiok lankide izango gara, gure langilleri guztiaren pozgarri eta giza-lagun, gure herri maitearen askatasun eta nortasun izpi barriakin. Danon eginkizunetan, iñor iñoren otsein ez jaun izan ahal dezaken danok danontzako suilletan, eginkizunetan jokabide barriak onartu behar ditugu mundu zabalean ikusi eta ezagutu izan ahal geinkeguz han. Beti aurrera!” – “ Todos.. seremos compañeros de trabajo y estímulo de los trabajadores en activo y allí en el mundo ancho nos conocerán como pueblo laborioso, amante de la libertad y de una identidad con luz propia. Nadie siervo o señor de nadie, solamente todos para todos, hemos de aceptar en nuestras funciones nuevos comportamientos para que en el ancho mundo nos vean y nos conozcan. ¡Siempre adelante!”.
En fin, le diremos al hombre más rico de México que tenemos la fórmula que utilizaban nuestros ancestros euskaldunes, los más antiguos habitantes de la vieja Europa. ¿Slim prohombre de las finanzas y otros de su corte optarían por este cambio global? ¿Tendrían como principio la equidad? ¿Se acogerían y ponderarían el espíritu humanista? ¿Pondrían el cascabel al gato? Ya, no me digáis las respuestas ni me llaméis iluso, pero de chaval en la escuela, el profesor de literatura nos leía La vida es sueño, de Calderón de la Barca, y que los euskaldunes podemos saborearlo con el título Bizitza Amets, magistralmente traducido por Xabi Paya y he pensado que quizás Slim debiera saber que hubo un día muy lejano por estas tierras en el que trabajaban tres intensos días y meditaban otros tres. Todavía recuerdo el recitado: ¿Qué es la vida? Un frenesí, ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son. Beraz, ametsak eraikitzen; por tanto, sigamos construyendo sueños.