En la construcción de la historia de la literatura dominicana, pocas veces -que recuerde- se ha escrito sobre el enorme aporte realizado por los escritores migrantes que, llegando desde otras tierras, han dejado inscritos sus nombres y han legado sus obras para que figuren en la bibliografía general del país que lo acogió.
Este es un tema que viene caminando en mí desde hace años y que se acentúa cada vez que al buscar un libro en los anaqueles de mi biblioteca alcanzo a ver a uno cualquiera de esos nombres provenientes de las migraciones que se han registrado en República Dominicana prácticamente desde el registro fundacional de la isla. Ha de merecer que, en algún momento, investigadores intelectuales realicen esa labor de identificación de los escritores que se establecieron en el país, y determinar, entre estos, los que hicieron su obra en su patria nativa, aún cuando la continuaran en el nuestro, y los que, prácticamente, han realizado su obra fundamental en nuestro lar. Tarea pendiente de la cual sólo puedo ofrecer por ahora, junto a mi interés por el tema, algunas pinceladas.
La literatura dominicana acoge en su historia, producción y proyección, un caudal relevante de obras literarias escritas por hombres y mujeres que nacieron en otros países y recalaron en el nuestro por motivos que van desde el refugio político hasta circunstancias económicas. Hemos tenido olas migratorias, de gran alcance, medianas o pequeñas, desde hace siglos. Entre esos migrantes los hay que eran simples hombres de trabajo, especialistas en determinados oficios, pero también educadores, músicos, artistas en diversas ramas, periodistas, médicos, empresarios, y entre otros muchos más, escritores. Estos últimos son los componentes de lo que denomino la migración letrada.
No se puede hablar de literatura dominicana sin destacar en ella la presencia de españoles, cubanos, puertorriqueños, venezolanos, árabes, chinos, judíos, canarios, alemanes, franceses, italianos, islas de Sotavento, estadounidenses, entre otros. Me permito aclarar: en algunos casos, escritores procedentes de otras naciones levantaron su nombre y obra en la patria dominicana de modo directo, y en otros, lo hizo la descendencia de migrantes. Resulta amplia la presencia de escritores migrantes o hijos e hijas de inmigrantes que aquí surgieron a la escritura. De hecho, la historia de nuestra literatura nace a partir de los diarios y escritos del Almirante de la Mar Océana. De ahí parten todos los estudiosos para delinear el curso histórico de nuestras letras. Fray Ramón Pané, Fray Pedro de Córdoba, Oviedo y fray Bartolomé de las Casas, son los que inician el periplo de nuestra literatura, en sus estancias de conquista y evangelización. Será, tal vez, con Antonio Sánchez-Valverde Ocaña, cuando se inicia propiamente nuestra historia literaria, pues su Idea del valor de la isla española es el primer gran libro de envergadura escrito por un nacido en estas tierras que fuera descendiente del hijo de un extremeño que llegó aquí en 1692, y de la hija de militares españoles que residieron en Bayaguana. Sánchez Valverde, que se identificaba con los dos apellidos de su padre, había nacido en Santo Domingo en 1729, aunque luego viajaría a Madrid, Caracas y Santiago de Cuba, regresando finalmente a Santo Domingo, donde moriría en 1790. Será con el Enriquillo de Galván, y antes con las Fantasías Indígenas de José Joaquín Pérez, ambas producidas después del proceso independentista, y entre las mujeres con Salomé Ureña, cuando nace la literatura dominicana no proveniente de la migración directa o a través de descendientes.
Saltando etapas, podríamos mencionar a dos refugiados españoles, a quienes la guerra civil en su patria los llevó a instalarse en Santo Domingo, junto a otros importantes intelectuales, educadores y artistas: Manuel Valldeperes y María Ugarte. El primero fue director de un importante diario en Barcelona y el último director de la Radio Nacional de la República Española. El periodista catalán se convirtió en un gran crítico de las artes plásticas, la literatura y la música, con una significativa labor en el diario El Caribe, quien llegó a publicar el libro El arte de nuestro tiempo con los auspicios de don Julio Postigo en su colección Pensamiento Dominicano, en 1957. Toda su obra crítica fue recogida por José Chez Checo, otro hijo de migrantes, en este caso chino, en tres volúmenes, auspiciado por la primera Feria Internacional del Libro de 1998. La segoviana María Ugarte realizó una labor inmensa como crítica de arte, historiadora, periodista, mereciendo el Premio Nacional de Literatura por el conjunto de su obra.
Los aportes del exilio español en República Dominicana, en materia literaria, son cuantiosos. Y bastaría mencionar además estos dos nombres: Carlos Esteban Deive, quien naciera en Sarria, Lugo, y quien fuera novelista, historiador, dramaturgo, también Premio Nacional de Literatura (migración directa); y el historiador Roberto Cassá, nieto de Constancio Bernaldo de Quirós, un notabilísimo sociólogo y jurista madrileño, fallecido en México (migración indirecta).
Desde la etnia china, nos vienen los nombres y las obras de Mu-kien Adriana Sang Ben, Chez Checo y Leibi Ng, entre otros. De la migración cocola nos llegan varios nombres, pero, para solo poner un caso, destaquemos al poeta Norberto James Rawlings, autor del célebre poema Los inmigrantes. De Haití llegó el poeta de la revolución del 65, Jacques Viau Renaud, nacido en Puerto Príncipe, hijo del educador y abogado haitiano asentado en Santo Domingo, Alfred Viau. El poeta Mateo Morrison es hijo de la migración, porque desde Jamaica llegó a Santo Domingo su padre Egbert Morrison. El doctor José Augusto Puig Ortíz, autor de un conjunto de libros valiosos, es de origen catalán, aunque nacido en Puerto Plata. La escritora Jeannette Miller, hija de Freddy Miller Otero, tiene antecedentes ingleses, escoceses y españoles. De Puerto Rico viene Pedro Cabiya, cuentista, novelista, ensayista.
Y así podríamos ir buscando orígenes de muchos de nuestros escritores, unos migrantes directos y otros descendientes de migrantes. Pero, a más de los que llegaron de España, cuya incidencia en la historia de nuestra literatura es tan significativa, deseo destacar la migración intelectual cubana, que tiene un antecedente notable en Federico García Godoy, natural de Santiago de Cuba, quien vino al país cuando tenía 11 años de edad, en 1868, naturalizándose veinte años después. Como novelista y ensayista dejó una obra valiosa y Rufinito, Alma dominicana, y Guanuma, son libros esenciales de nuestra historia literaria. Hijo de don Federico fue Emilio García-Godoy Ceara, considerado uno de los mejores sonetistas dominicanos, padre del presidente Héctor García-Godoy Cáceres. Con don Federico se inicia, seguramente, la presencia de la migración letrada cubana en nuestro territorio, probablemente la más activa, después de la española, de todas las migraciones intelectuales. Mencionemos en ese grupo a Luis Beiro Álvarez, Bismar Galán, José M. Fernández Pequeño, Camilo Venegas, Mario Rivadulla, Alfonso Quiñones Machado, Alejandro Aguilar y Rafael J. Rodríguez Pérez. De este grupo, Beiro, Galán, Fernández Pequeño y Rivadulla, tienen obra dominicana. Galán ha escrito incluso la historia del sancocho, de los Tigres del Licey y de los chuineros de Baní; Venegas es uno de los escritores más cultivados que conozco de esa cubanía migratoria; Fernández Pequeño, quien reside en Miami, tiene en su haber una notable labor intelectual en nuestro país; y Quiñones, periodista y culturólogo graduado en Moscú, publicó siete libros -poesía y ensayo-, en Cuba, Colombia, Puerto Rico y México. En Santo Domingo publicó su poesía reunida. La migración letrada en República Dominicana ha contribuido pues al desarrollo y valoración de la literatura nuestra y alguien debería escribir su itinerario y su integración a la bibliografía escrita por dominicanos que alguna vez fueron extranjeros.
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LUYANÓ
Luis Beiro Álvarez, Editora Unicornio, P.R. 2009, 287 págs. Con más de treinta años residiendo en Santo Domingo, este escritor y periodista cultural cubano-dominicano es autor de novelas, poemarios y ensayos.
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BANÍ, TIERRA DE CHUINES
Bismar Galán, Proyectos BiiK, 2009, 176 págs. El escritor cubano más asentado en la dominicanidad. Cuentista, poeta, ensayista y autor de libros infantiles, este santiaguero de Cuba es dominicano desde hace 16 años.
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SE CORTAN CHAZO
José M. Fernández Pequeño, Colección Banco Central, 2022, 192 págs. Conjunto de relatos de temas dominicanos, con un manejo del lenguaje barrial y del dialecto urbano que identifica al hombre y la mujer de nuestra tierra.
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ITINERARIO
Poemas 1994-2002, Camilo Venegas, Ediciones del Fogonero, 2003, 84 págs. Poeta, cuentista y periodista, se instaló en RD en el 2000. Ha hecho aportes a la bibliografía dominicana, publicando varios libros en el país.
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EL LIBRO DE LOS OLVIDOS
Alfonso Quiñones Machado, Editora Nacional, 2012, 346 págs. Antología que reúne los poemas que publicó en libro en su tierra nativa y algunos inéditos. Fue dado a la luz en Santo Domingo, donde reside desde hace 21 años. Obtuvo la ciudadanía dominicana.