Hoy, las mujeres están en el centro del debate electoral que anticipadamente abrió Andrés Manuel López Obrador, con anuncios de nubarrones y confusiones. Sí queremos, sí deseamos que un día la presidencia de la república esté en manos de una mujer, pero una feminista capaz de empujar con toda la fuerza del Estado una política de igualdad que de fin a la violencia contra las mujeres.
Nos ponen en el centro. Estamos en la disputa del discurso político, el de los hombres y el patriarcado. Existe nuestra voz, construida por el movimiento de los años 70 que dio lugar a la potente nueva ola, la de la marea verde, el anarquismo y las jóvenes contestatarias.
Pensamos que habíamos logrado algo. Hay, estoy segura, avance de las conciencias, mujeres que levantan reivindicaciones precisas, que hablan de género y feminismo, contra la impunidad y la simulación.
Al mismo tiempo, desde el poder, las leyes, políticas públicas y programas con claroscuros desaparecen, y la realidad es la persistencia de la discriminación y la violencia feminicida, visible y creciente.
De la mano del concierto internacional y de lo que llamamos en México la transición a la democracia nació un amplio andamiaje de leyes en favor de la igualdad que nos hizo pensar en avances; hoy, están convertidos en espejismo, mientras el patriarcado se yergue transversalmente en Palacio Nacional y en el gobierno.
Muchos años soñamos con más y más mujeres en la toma de decisiones. Pero la paridad en el Congreso ha servido para vaciar el presupuesto de género. En 9 de 32 entidades del país gobiernan mujeres sin perspectiva feminista y hay cientos de diputadas locales y presidentas municipales atrapadas y sin perspectiva de género ni feminista. La disputa por el poder es patriarcal.
Se dirá que hay una discusión abierta sobre las diversidades sexuales —que nosotras abrimos—, usada para borrarnos, y pensamos que finalmente se despenalizaría el aborto. Pero…
Hoy nos tunden en la cara con la desaparición de programas, la disminución de recursos, instituciones, algunas conseguidas con sangre. Se derrumban o se abandonan.
Vivimos de manera agigantada el desprecio y el machismo, la violencia política contra las mujeres, violencia familiar. Cero recursos para los cánceres femeninos y niñas sin escuela, frente a las mentiras del gobierno.
Las más pobres son eso: las más pobres sin servicios de salud; se anuncia que el kilo de tortillas subirá a las nubes; hay más empleos, pero precarios con salarios miserables. Las feministas son tildadas de conservadoras, y —para colmo— en el imaginario de la presidenta de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), Rosario Piedra Ibarra, estamos equivocadas por “extremistas”.
Sí, pero el discurso político habla de nuestros derechos, cada vez más en las precampañas presidenciales, sólo como botín político.
Hoy, las mujeres, somos vistas como la mitad de los votos y la mitad de la fuerza de trabajo, pero nuestros derechos específicos, como mujeres, son violentados y arrumbados.
En los partidos de oposición no se les mueve un pelo, y el nuevo partido de Estado, Morena, aplaude y ensalza a los perpetradores de la violencia.
El asunto es como para pensarse. Hay paridad, pero las nueve gobernadoras avalan el militarismo y una política social confusa, incoherente y clientelar. Las funcionarias del gabinete: sin compromiso —se diría— de género, y dirigentes sociales y feministas: perdidas, sin propuesta ni coordinación. Los encuentros feministas rondan temas mil veces analizados; no hay espacio para dar la batalla ideológica y programática. Un peligro inminente para nuestros derechos y un silencio profundo entre las que pensaron antaño y escribieron agendas y filosofía. Veremos…
*Periodista, directora el portal informativo SemMéxico.mx