– Ella escucha, es inteligente y muy amable también, pero no tiene idea de como resolver los temas macroeconómicos…
La frase, pronunciada con un matiz leve de ironía, sonaba fulminante desde Washington DC. Era la descripción descarnada de uno de los funcionarios estadounidenses que se reunieron con Silvina Batakis, la ministra de Economía del gobierno en estado de coma de Alberto Fernández, que fue a los Estados Unidos a decir que Cristina Kirchner también la apoyaba.
Si hay algo que quedó en claro después de los tres días de examen que Batakis rindió en EE.UU., es que el resultado era un aplazo. “No fue consistente cuando tuvo que dar explicaciones sobre la macroeconomía de la Argentina, y su viceministra (la secretaria de Política Económica, Karina Angeletti) tampoco sabía mucho del tema. No tienen un plan para resolverlo”, insistió el funcionario con mucha experiencia en Washington.
Cuando se disponía a volver a Buenos Aires, el vuelo que iba a traer de regreso a Silvina Batakis se demoró. El tiempo dirá si fue una fortuna o si fue una desgracia. Poco antes de embarcarse, la ministra se enteró que Alberto Fernández evalúa reemplazarla por Sergio Massa. Apenas llevaba 25 días en el cargo. Acababa de reunirse con la directora del FMI, con el presidente del Banco Mundial, con el vice del Tesoro estadounidense, y con dos grupos importantes de empresarios de compañías de EE.UU. y de financistas de Wall Street. Cuentan que “La Griega” es gran puteadora. Le sobraban argumentos para ensayar semejante habilidad y sublimar el ridículo. Dice la publicidad oficial, un país con buena gente.
El 30 de junio, en esta misma columna, se describía la posibilidad de que Sergio Massa dejara la presidencia de la Cámara de Diputados para ingresar al gobierno como un super jefe de gabinete bajo el título “El juego que juega Massa”. Lo había hablado con el Presidente en Los Angeles, adonde habían ido juntos a la Cumbre de las Américas; y después en Munich, adonde también compartieron la Cumbre del Grupo de los 7.
El sábado 2 de julio, cuando Martín Guzmán eligió el aniversario de la muerte de Juan Perón para renunciar al ministerio de Economía, todo quedó listo para que hubiera un gran recambio sanador en el Gobierno. El peronismo celebró ese fin de semana un cabildo abierto para evitar un final caótico en el poder.
Pero el juego que juega Massa le salió mal y, entre la indecisión crónica de Alberto Fernández y el cálculo permanente de Cristina, la decisión se postergó. Entonces apareció la solución Batakis, ex ministra de Daniel Scioli, de buena relación con el Presidente, recomendada por Miguel Pesce, funcionaria de Wado de Pedro, y aceptada sin confirmación pública por Cristina Kirchner. A todos les cerró, menos a la realidad argentina.
Batakis, con el respaldo insuficiente de Alberto y el silencio demoledor de Cristina, llevó el dólar blue de 239 a 326 pesos, hizo volar el dólar Bolsa y el Contado con Liquidación, y puso el riesgo país a nada de los 3.000 puntos básicos. Pasaron los días y, como esos equipos de fútbol a los que les queda un solo jugador para tratar de remontar el partido, el peronismo volvió a agitar la estampita de Massa. Algunos creen que es un genio de la política. Otros lo tratan simplemente de bluff o de bomba de humo. Lo cierto es que, a este Gobierno deshilachado, no le queda mucho más por probar. Lo que sigue es el abismo.
El miércoles, cuando la versión sobre Massa comenzó a hacerse más insistente, uno de sus dirigentes de confianza advertía los peligros del juego. “Solo lo invitan a pagar los costos de medidas que nadie quiere firmar; ahora te dicen que entres a jugar, cuando vas perdiendo 5 a 0, y te expulsaron a 3 jugadores”.
El riesgo que corre Massa vuelve a ser la discusión sobre la cantidad de poder con la que debería llegar al Gobierno. En las 24 horas en las que fue un virtual Jefe de Gabinete, pidió el control político del ministerio de Economía, el de Producción, Agricultura, la presidencia del Banco Central, la dirección de Anses, la de la AFIP y la secretaría de Energía, que maneja Cristina sin que Alberto haya podido reemplazar allí ni siquiera a un subsecretario de Estado. Parecía mucho y lo dejaron sin nada.
No alcanzó que entre los nombres que sonaban para acompañarlo estuvieran los de los economistas Martín Redrado y Miguel Peirano, que pudiera sumarse Marco Lavagna y que contara con el respaldo de la mayoría de los gobernadores peronistas y los intendentes del Gran Buenos Aires. Alberto y Cristina prefirieron la opción Batakis, y hasta escenificaron una breve reconciliación con una cena en la Quinta de Olivos.
Una maniobra para que Massa llegue estropeado
En estas últimas horas, mientras Batakis sufría el bochazo del poder económico estadounidense, la solución Massa venía empaquetada en la figura de un super ministerio de Economía, con el aditamento del ministerio de Obras Públicas (que maneja el casi massista Gabriel Katopodis), a las que deberían sumarse el Anses y una nueva discusión por la trinchera energética de Cristina. Es una porción de poder importante, pero de menor magnitud a la que aspiraba Massa hacía tres semanas.
Entre los incondicionales del diputado de Tigre, prevalecía la opinión de que el kirchnerismo o algún gobernador había filtrado su inminente llegada a Economía mientras Batakis exponía sus falencias en EE.UU. para desgastarlo prematuramente. Massa se apuró a escribir un tuit aclarando que no había tenido ningún ofrecimiento, y que iba a “charlar” con el Presidente una agenda de trabajo entre el viernes y el sábado. El peronismo es un homenaje permanente a la magia de Gabo García Márquez.
Si el objetivo de Cristina es que Massa llegue estropeado al Gobierno, el vodevil peronista de estas horas habrá sido una excelente estrategia para mostrarlo cada día un poco menos imprescindible. El último rasguño pareció ser la versión sobre la llegada de Jorge Capitanich a la Jefatura de Gabinete. ¿Cómo subordinado o como jefe del super ministro Massa? Todo sirve para desalentar a los que quieren ver el empoderamiento del Jefe de Diputados como una plataforma de candidato 2023.
Claro que, como en todas las tragedias de la Argentina, siempre hay alguien que está peor. Y si Massa corre el riesgo de caer en su ambición de poder, Batakis es quien se lleva la peor parte en medio de su travesía por los despachos ya bastantes desangelados de Washington.
Se había reunido el lunes con la búlgara Kristalina Georgieva, la directora del Fondo Monetario Internacional, a quien ya conocía por teléfono. También tuvo una reunión con David Lipton, el segundo de Yanet Yellen en el Tesoro de EE.UU., y lo mismo hizo con Axel van Trotsenburg, el presidente del Banco Mundial, quien la recibió junto al director de la entidad financiera para Argentina, Uruguay y Paraguay, Jordan Schwartz. Nadie sabía lo que se cocinaba en Buenos Aires.
La ministra argentina se topó con una Kristalina Georgieva mucho más dura e intransigente de la que había escuchado por zoom hacía una semana. La directora del Fondo había sido aconsejada por los integrantes del board sobre que no podían seguir manteniendo un discurso optimista e ingenuo con un país que no va a cumplir las metas que acordó Martín Guzmán en enero pasado, y refrendó el Congreso con el voto de la oposición.
Batakis les dijo en Washington que la Argentina iba a hacer el ajuste necesario para alcanzar la meta de bajar el déficit fiscal al 2,5% del PBI, pero la verdad es que allí ya no le creían que pudiera cumplir lo pactado. “Les dimos un programa tan laxo que está diseñado para que no puedan incumplirlo, pero parece que la Argentina va a lograrlo de nuevo”, se ríen por no llorar en el FMI. Georgieva no se ríe tanto. Será quien pague el costo político si el país de los nueve default bastardea otra vez su compromiso.
La reunión con David Lipton, y con otros dos integrantes del Tesoro, también fue áspera. El funcionario fue directivo del FMI, se había opuesto a concederle a la Argentina el préstamo de 45.000 millones de dólares que recibió Mauricio Macri y fue consultado también cuando se le extendió el acuerdo de facilidades extendidas a Guzmán. Fue quien más preguntó sobre el modo en que la ministra pensaba resolver las dos cuestiones que más preocupan a EE.UU.: la brecha entre el dólar oficial y el dólar libre, y los planes para contener a la altísima inflación.
Cuando los funcionarios estadounidenses decían que notaron a Batakis sin un plan macroeconómico, también reconocían que la ministra llevaba tres semanas en el cargo. Pero, por sobre todas las cosas, admitían que la inexistencia de un programa consistente para que la Argentina volviera a estabilizarse es responsabilidad exclusiva del presidente Alberto Fernández.
El tercer encuentro oficial importante de Batakis fue con el presidente del Banco Mundial. Antes de empezar la reunión, la ministra le pidió tres minutos a Axel van Trotsenburg para hablar a solas. Finalmente, el aperitivo fuera de agenda duró unos 45 minutos y les sirvió a ambos para conocerse. Creyó que no le había ido mal con la catarsis. El banco global de auxilio en infraestructura le concedió un crédito por 200 millones de dólares para promover la innovación y el emprendurismo, una curita para aliviar la herida del país que se quedó sin reservas.
Claro que todo cambió y vio las noticias de su reemplazo inminente a través de la pantalla de su teléfono inteligente.
¿Qué podrá decirle Alberto Fernández este jueves a Silvina Batakis? ¿Qué todo fue un malentendido? ¿Qué no se acordaba que estaba en Estados Unidos con reuniones de altísima sensibilidad? ¿Qué viste como es Sergio? ¿Qué viste como es el peronismo? Que la culpa de todo la tienen el campo, que no liquida los granos ni siquiera con el esperpento del dólar soja.
O peor. Que la culpa de su indolencia la tiene la meritocracia. Porque solo eso faltaba. Que, mientras no logra resolver ni siquiera una de las materias pendientes de su gestión tan opaca, la meritocracia sea el nuevo demonio con el que el Presidente maltrata sin piedad a la memoria de los sufridos abuelos y abuelas inmigrantes de la mayoría de los argentinos.
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