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Han transcurrido más de dos semanas de la visita del Presidente Andrés Manuel López Obrador a Washington, y muchas opiniones se han vertido al respecto de tal acontecimiento. Se trata de la tercera visita del mandatario mexicano a Estados Unidos en los tres años y medio de gestión. Y, en esta ocasión, se reunió con el presidente demócrata Joe Biden, a quien las encuestas sitúan con un 33% de aprobación ciudadana, y un porcentaje de rechazo superior al 60%. Muy diferente de las tres visitas anteriores en las que el anfitrión de turno gozaba de un margen no tan desequilibrado de aprobación/rechazo popular. Por supuesto, AMLO esperó sin apuros este escenario propicio, atrincherado en un tipo de liderazgo más resiliente que confrontativo; y –consciente y audazmente– capitalizó esta flaqueza político-moral del vecino para asestar un golpe de timón decisivo en la correlación de fuerzas transfronteriza. En el léxico beisbolístico, ponchó al bateador. Recapitulemos.
En julio de 2020, AMLO visitó Washington por invitación del presidente Donald Trump, en un encuentro que muchos catalogaron como histórico por la altura diplomática de México en esa reunión tan difícil y potencialmente explosiva. No pocos opositores, de los dos lados de la frontera, vaticinaron un desencuentro entre los dos jefes de Estado. No hubo tal discordia. Y, sin sobresaltos, trataron el tema de la ratificación del Tratado México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC), y oficiaron el refrendo protocolario de la amistad entre los dos pueblos. En realidad, el margen de negociación del lado mexicano era muy estrecho por la virulencia del inflexible discurso antimexicano de Trump y las amenazas de boicot comercial-arancelario que ya pesaban sobre las espaldas del gobierno mexicano. Aun así, AMLO salió ileso, obsequió el honorario bate de béisbol al contendiente, y consiguió los tres objetivos estratégicos no enunciados: atenuar el discurso mexicanófobo del malqueriente anfitrión en la antesala de la segunda carrera presidencial; garantizar la continuidad de la relación económica con Estados Unidos sin más asimetrías que las que ya de por sí encierra el acuerdo; y enarbolar públicamente –y por primera vez en la historia– la carta de negociación más poderosa de la que dispone México en la relación bilateral: ¡los 40 millones de mexicanos en Estados Unidos! Y todo ello embalado en el folclórico envoltorio de tres “viva México” que exclamó el más mexicano de todos los presidentes mexicanos en los dominios del más antimexicano de todos los presidentes antimexicanos. ¡Strike one!
En noviembre de 2021, AMLO volvió a Washington. Esta vez para asistir a la reunión trilateral de los jefes de Estado de América del Norte: la ya tradicional cumbre de los “tres amigos”. Destacaron tres agendas: el T-MEC, el cambio climático y la recuperación económica post-Covid. Si bien tímidamente, el Presidente mexicano aprovechó la ocasión para deslizar la tesis del desarrollo regional como palanca del ordenamiento del flujo migratorio. Y, sin despeinarse, consiguió arrancar del presidente Joe Biden el compromiso de jubilar el uso de frases despreciativas tales como “los amigos del sur” o “patio trasero”, comúnmente empleadas en los círculos del poder estadounidense para referirse a México y, por extensión, a todos los territorios al sur del Río Bravo. Muy lejos quedó la bochornosa reprimenda del otrora presidente de Estados Unidos, Barack Obama, al muy ignaro Enrique Peña Nieto por su incontinencia verbal y su grosero desconocimiento del léxico político. Peña quiso aprovechar aquel encuentro trilateral de 2016 para ventilar antipatías domésticas y acabó exhibiéndose indignamente en la arena internacional. Justin Trudeau, primer ministro canadiense, que por cierto también asistió a aquel fatídico encuentro años atrás, cerró la pinza de otra internación mexicana exitosa en suelo hostil y terregoso: “Estoy particularmente agradecido por el liderazgo del presidente de los Estados Unidos Mexicanos”, dijo refiriéndose a AMLO. ¡Strike two!
Hace apenas un mes, se esperaba que se efectuara la tercera visita a Estados Unidos, aunque esta vez no a Washington, sino a Los Ángeles, en el marco de la Cumbre de las Américas que se celebró en esta ciudad. Sin embargo, como bien sabemos, el Presidente mexicano decidió no asistir en señal de protesta por la exclusión de algunos países de la región, y por la acostumbrada soberbia de Estados Unidos de decretar qué países si ameritan invitación y qué países no. Muchos coincidimos que se trató de una catedra de soberanía, dignidad y solidaridad con los pueblos de Nuestra América. Y también salió ileso a pesar del desaire. No solo ileso, sino fortalecido políticamente en toda la región por el liderazgo reforzado que dejó aquel episodio.
Y así volvió a Washington, en su tercera visita a Estados Unidos, el 12 de julio de 2022: ungido de mucha autoridad moral –mucha más que la del actual presidente de Estados Unidos–, y tras haber negociado una reunión bilateral México-Estados Unidos, sin toda la alharaca de la cumbre multilateral que seguramente no habría arrojado los mismos dividendos. En esta ocasión –se había dicho– el tema central sería la migración. Y como telón de fondo –telón siniestro– la reciente tragedia de San Antonio, donde perdieron la vida 53 personas, 27 de ellas mexicanas. Tal como se esperaba, AMLO no llegó a recibir órdenes; tampoco a exigir descortésmente. Prefirió apostar por una estrategia de negociación más templada, aunque no por ello menos audaz. Sin ambages, pidió arrojo a su homólogo. Tomó la palabra y pronunció un mensaje de treinta minutos; muy por arriba de los insignificantes diez minutos de Biden. Esbozó sobriamente una agenda multitemática y escurrió la propuesta de migración en conexión con otros temas que tocan tangencialmente la cuestión migratoria. Esquivó cualquier pretensión hegemónica. Dialogó horizontalmente, bragadamente. Propuso salidas al desfallecimiento del alicaído imperio apoyadas en las fortalezas de México. Algunos cuestionaron que “quedó a deber” en el renglón migratorio. Tal vez. Pero robó una base, y encarriló la relación en una dirección insospechada: la de la cooperación entre pares, por oposición al injerencismo extranjero revestido de colaboración bilateral que ensayaron tan entusiastamente los gobiernos pasados. Sí, asestó un golpe de timón en la correlación de fuerzas transfronteriza. Y aunque el marcador sigue siendo adverso, ganamos credibilidad y respeto. Y la hazaña no es menor. ¡Strike out!