Pero hace unos seis años, algo cambió. Las noticias comenzaron a irritarme profundamente. Después de leer por las mañanas, me sentía tan agotada que no podía escribir ni hacer nada creativo. Escuchaba Morning Edition, un programa matutino de NPR, y me sentía letárgica, desmotivada, y el día apenas había comenzado.
¿Cuál fue mi problema? Solía cubrir ataques terroristas, huracanes, accidentes aéreos, todo tipo de sufrimiento humano. ¿Pero ahora? Yo era demasiado permeable. Era como si hubiera desarrollado una alergia al gluten y aquí estaba yo, cultivando trigo.
Entonces, como mucha gente, comencé a dosificar las noticias. Eliminé las noticias de televisión por completo, por sentido común nomás, y esperé hasta el final de la tarde para leer otras noticias. Para entonces, pensé que podría aguantar hasta la cena (y el vino).
Pero las noticias se colaron en todos los rincones de la vida. No pude evitar la exposición: en mi bandeja de entrada de correo, en las redes sociales, en mensajes de texto de amigos. Traté de endurecerme. Me di a mí misma severos sermones: “¡Esta es la vida real, y la vida real es deprimente! Está ocurriendo una pandemia, por el amor de Dios. Además: ¡Racismo! También: ¡Cambio climático! ¡Y la inflación! Las cosas son deprimentes. ¡Deberías estar deprimida!”.
El problema es que no estaba tomando las medidas adecuadas. La consternación era paralizante. No es como si estuviera leyendo sobre otro tiroteo en la escuela y luego enviando un correo electrónico a miembros del Congreso. No, había leído demasiadas historias sobre la disfunción del Congreso como para pensar que eso importaría. Toda acción individual se sentía inútil una vez que terminaba de leer las noticias. Sobre todo, me estaba macerando en mi propia desesperación.
Fui a un terapeuta. Ella me dijo (¿listos?) que dejara de consumir noticias. Eso se sintió mal. ¿No era importante estar informado? Dejar las noticias era como dejar el mundo.
Entonces, un día, una amiga periodista me confió que ella también estaba evitando las noticias. Luego lo escuché de otra periodista. Y otra. (Me di cuenta de que la mayoría eran mujeres, aunque no todas.) La noticia de que no les gustaban las noticias siempre se susurraba, era un pequeño secreto sucio. Me recordó a la escena del documental El dilema de las redes sociales, cuando ejecutivos de empresas de tecnología admiten que no permitían que sus hijos usen los productos que habían creado.
Y eso llega al corazón del problema: si tantos de nosotros nos sentimos envenenados por nuestros propios productos, ¿podría haber algo malo con ellos?
El mes pasado, nuevos datos del Instituto Reuters mostraron que Estados Unidos tiene una de las tasas de evasión de noticias más altas del mundo. Alrededor de cuatro de cada 10 estadounidenses a veces o con frecuencia evitan el contacto con las noticias, una tasa más alta que al menos otros 30 países. Y consistentemente, en todos los países, es significativamente más probable que las mujeres eviten las noticias más que los hombres. Después de todo, no éramos solo yo y mis amigas periodistas hipócritas.
¿Por qué la gente evita las noticias? Según la encuesta, son repetitivas y desalentadoras, a menudo de dudosa credibilidad y dejan a las personas sintiéndose impotentes. La evidencia respalda esa decisión de dejarlas de lado. Resulta que cuantas más noticias consumimos sobre eventos con víctimas masivas, como tiroteos, más sufrimos. Cuantas más noticias políticas ingerimos, más errores cometemos sobre quiénes somos. Si el objetivo del periodismo es informar a la gente, ¿dónde está la evidencia de que está funcionando?
Así que tal vez algo está mal con las noticias. ¿Pero qué? Mucha gente dice que el problema es el sesgo. Los periodistas dicen que el problema es el modelo de negocio: la negatividad da clics. Pero he empezado a pensar que a ambas teorías les falta la pieza más importante del rompecabezas: el factor humano.
Las noticias de hoy, incluso las noticias impresas de alta calidad, no están diseñadas para humanos. Como dice Krista Tippett, periodista y presentadora del programa de radio y podcast Sobre el ser: “En realidad, no creo que estemos equipados, fisiológica o mentalmente, para recibir noticias e imágenes catastróficas y confusas las 24 horas del día, los sietes días de la semana. Somos criaturas analógicas en un mundo digital”.
Pasé el año pasado tratando de averiguar cómo se verían las noticias diseñadas para los humanos del siglo XXI: entrevistando a médicos especializados en comunicar malas noticias a sus pacientes, científicos del comportamiento que entienden lo que los humanos necesitan para vivir una vida plena e informada, y psicólogos que han estado tratando a pacientes por “trastorno de estrés de los titulares”. (Sí, eso existe).
Cuando destilé todo lo que me dijeron, descubrí que hay tres ingredientes simples que faltan en las noticias tal como las conocemos.
Primero, necesitamos esperanza para levantarnos por la mañana. Un grupo de investigadores ha descubierto que la esperanza está asociada con niveles más bajos de depresión, dolor crónico, insomnio y cáncer, entre muchas otras cosas. La desesperanza, por el contrario, está relacionada con la ansiedad, la depresión, el trastorno de estrés postraumático y… la muerte.
“La esperanza es como el agua”, dice David Bornstein, cofundador de la organización sin fines de lucro Solutions Journalism Network. “Necesitas tener algo en lo que creer. Si estás en el negocio de los restaurantes, le darás agua a la gente. Porque entiendes la biología humana. Es raro que al periodismo le cueste tanto entender esto. La gente necesita tener un sentido de posibilidad”.
En diciembre pasado, The New York Times publicó un ambicioso proyecto multimedia llamado “Postales de un mundo en llamas”, que relata cómo el cambio climático ha alterado la vida en 193 países. Comenzaba con un gráfico de la Tierra en llamas, girando en el espacio, y las palabras: “Ciudades tragadas por el polvo. La historia humana ahogada por el mar”. No es broma. Fue un esfuerzo bien intencionado, pero simplemente no fue diseñado para humanos. No sé para qué especie funcionaría, pero no es una con la que esté familiarizada.
Por el contrario, consideremos otro artículo reciente de The New York Times, este sobre un problema diferente: la falta de vivienda. Este artículo detalla cómo la ciudad de Houston trasladó a 25,000 personas viviendo en la calle a sus propios hogares. No era el texto más crédulo, presentaba informes extensos y ciertas limitaciones. Pero al leerlo, sentías que se abría un espacio en tu pecho, como encontrar una puerta escondida en un calabozo.
Segundo, los humanos necesitamos un sentido de agencia. La “agencia” no es algo en lo que piense la mayoría de los reporteros, probablemente porque la tienen en sus trabajos. Pero sentir que tú y tus semejantes pueden hacer algo, incluso algo pequeño, es como convertimos la ira en acción, la frustración en invención. Esa autoeficacia es esencial para que cualquier democracia funcione.
En ningún lugar es más evidente la necesidad urgente de agencia y esperanza que en la cobertura climática. De todas las historias climáticas transmitidas en las noticias nocturnas y los programas de los domingos por la mañana en 2021, solo un tercio discutió posibles soluciones, según un estudio de Media Matters for America. ¿Cómo se vería tener agencia? Podría parecerse al artículo de abril de The Washington Post que detalla seis formas de detener el cambio climático. O podría parecerse a los videos virales de TikTok, donde personas que no son periodistas como @thegarbagequeen han comenzado a llenar el vacío, celebrando victorias ambientales incrementales y desacreditando a los “condenadores climáticos”.
Finalmente, necesitamos dignidad. Esto tampoco es algo en lo que piensen la mayoría de los reporteros, en mi experiencia. Lo cual es extraño, porque es fundamental para entender por qué la gente hace lo que hace.
¿Cómo se ve la dignidad? Shamil Idriss, director de Search for Common Ground, que trabaja para prevenir la violencia en 31 países, lo explica de forma sencilla: “Para mí, es la sensación que tengo de que importo, de que mi vida tiene algo de valor”. En el periodismo, darle la importancia necesaria a las personas significa, primordialmente, escucharlas, tal vez de la misma manera en que el programa Curious City de WBEZ escucha a su audiencia para decidir qué investigar, por ejemplo. Puede significar invitar a los espectadores a hablar entre ellos, con cortesía, como lo hizo la estación 11Alive de la NBC de Atlanta, reclutando a padres locales, escépticos de la teoría crítica de la raza, para entrevistar a funcionarios escolares e historiadores en cámara. Y significa escribir sobre las personas como algo más que la suma de sus circunstancias, como hizo tan famosamente la periodista Katherine Boo en las páginas de este periódico.
Hay una forma de comunicar noticias, incluidas las muy malas, que nos deja mejor como resultado. Una manera de despertar la ira y la acción. Empatía junto a la dignidad. Esperanza junto al miedo. Hay otra forma, y no conduce a la bancarrota ni a la fanfarronería. Pero en este momento, estos ejemplos que he enumerado siguen siendo demasiado raros.
Es difícil generalizar sobre los medios de comunicación. Esta categoría incluye reporteros de fuente que trabajan duro, verificadores de datos y productores dedicados, así como propagandistas desvergonzados, tontos y empresarios de conflictos. Es una categoría casi demasiado grande para hablar de ella con claridad. Pero es justo decir que si los sitios de noticias fueran personas, la mayoría estaría clínicamente deprimida en este momento.
Cambiar esto podría requerir que los periodistas acepten que algunas de sus propias creencias fundamentales están desactualizadas. “La teoría del cambio del periodista es que la mejor manera de evitar una catástrofe es mantener a las personas enfocadas en el potencial de catástrofe las 24 horas del día, los siete días de la semana”, dice Bornstein. Eso solía más o menos funcionar. Los reporteros podían hacer una crónica rigurosa de las amenazas y la corrupción, y luego sentarse y dejar que llueva la rendición de cuentas. Pero esa dinámica solo funciona si el público está más unificado y los periodistas son de confianza. En estos días, no importa cuántas de las mentiras del expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, cuenten los verificadores de datos confiables: no cambiará la opinión de nadie. Muchos periodistas, tal vez frustrados por su impotencia, han respondido haciéndose más ruidosos y estridentes. Esto solo hace que más personas (sí, lo adivinaste) eviten las noticias.
Una mejor teoría del cambio, sugiere Bornstein, podría ser algo como: “El mundo mejorará cuando las personas comprendan los problemas, las amenazas y los desafíos, y cuáles son sus mejores opciones para progresar”. Él y sus colegas ahora han capacitado a más de 25,000 periodistas para hacer historias de soluciones de alta calidad en todo el mundo.
Finalmente, y esto está estrechamente relacionado: las personas que producen las noticias están luchando y, aunque es probable que no lo admitan, está distorsionando la cobertura. Los adictos a las noticias tienden a beber profundamente de la oscuridad, pensando erróneamente que los hará más agudos. Toda esa angustia no tiene a dónde ir, y se filtra en nuestras historias.
Sé lo que estás pensando: ¿Qué pasa con el dinero? El modelo de negocio de las noticias requiere clics. Y la forma más fácil de llamar la atención es a través de una manguera contra incendios de indignación, miedo y fatalidad.
Pero, ¿cómo sabemos que las personas no harán clic ni se suscribirán si las noticias fueran diseñadas para humanos? ¿Cómo lo sabemos, si casi nadie lo ha intentado?
Todavía no hay muchos medios de comunicación importantes que se dediquen a crear sistemáticamente noticias para humanos, pero uno que admiro (y al que ahora me suscribo) es el Christian Science Monitor. Cada edición presenta reportajes de todo el mundo, fotos vívidas, realidades brutales, junto con esperanza, agencia y dignidad. Las historias incluyen una breve explicación llamada “Por qué escribimos esto”, que trata a los lectores como socios respetados.
Es una especie de periodismo de bajo ego y alta curiosidad que he comenzado a tratar de emular en mi propio trabajo. No siempre lo logro. Puede resultar incómodo, por ejemplo, dejar que los oyentes dicten el tema del pódcast que presento. Pero el mes pasado, pasé cuatro horas en un mitin contra el aborto con un equipo de cámaras e hice algo que nunca antes había hecho: solo traté de entender, en profundidad, lo que la gente me decía. No traté de extraer la cita más escalofriante o la anécdota vívida e irónica. Solo hice preguntas más profundas, sin juzgar. Se sentía menos transaccional, más humano. También me sentí más informada.
Entonces, mientras nos preparamos para los próximos exámenes parciales, variantes y cataclismos, aquí está mi súplica a todos mis compañeros periodistas: busquen a ese 42% de los estadounidenses que evitan las noticias. No todos podemos estar equivocados. O hipersensibles o débiles. Y tal vez eres uno de nosotros.