He leído con atención el artículo que ha publicado en El Adelantado sobre las numerosas meadas de borrachos en la zona de la C/ Infanta Isabel, tema que me toca muy de cerca, ya que una de las fotografías que lo ilustraban es de la puerta de mi casa (que, al contrario de lo que alega la Policía, no está especialmente escondida). Son muy numerosas las denuncias que he presentado al Ayuntamiento por este tema, tanto de palabra como por escrito, pero no son nada al lado de los cientos de veces que he denunciado una situación insostenible por el ruido de los juerguistas nocturnos. Lo de las meadas y vomitonas es el regalo extra con el que nos encontramos para empezar el día siguiente, después de unas noches toledanas; un regalo repugnante, signo de la degradación de las personas.
En muchas ciudades, el ocio nocturno se ha derivado a zonas donde tanto el ruido como la limpieza son más fáciles de controlar, normalmente en el entorno de los polígonos industriales, pero en Segovia, desde hace unos treinta años, ha sido todo lo contrario: se han ido dando facilidades para instalar en esta céntrica zona todo tipo de locales incontrolables, hasta el punto de que se ha modificado la ordenanza municipal que impedía abrir un negocio de ciertas características a menos de 25 metros de otro similar. Esto es un signo claro de la falta de sensibilidad municipal para cuidar de la salud y bienestar de los vecinos.
En ese magnífico reportaje hay dos fotos muy significativas. La del cubo con la fregona dice mucho de la vejación del vecindario que continuamente se ve obligado a llevar a cabo unos menesteres penosos, y la de la fachada de la Cárcel Vieja muestra el granito de la parte baja degradado por los orines consentidos (y las escorrentías en la acera que, por cierto, se han apresurado a limpiar como han podido, no fuera a ser que a alguien le entrara la curiosidad de ir a verlos en persona tras leer el artículo). Ésta es la realidad de Segovia, especialmente en el centro del casco antiguo: calles, edificios monumentales y nuestros domicilios abandonados a su suerte.
Lo que de ninguna manera puede admitirse son las justificaciones que da el representante policial que, por desgracia, lo único que hacen es demostrar que no van a tomar ningún tipo de medidas y que piensan seguir consintiendo estos comportamientos. Y para intentar justificar que la situación es incontrolable, el agente aporta todo tipo de razonamientos y afirma que “las meadas son generalmente nocturnas en lugares de ocio”. Pues, precisamente, ¿no facilita esta gran limitación de tiempo y espacio las cosas? A continuación, admite que se pueda mear en la calle por hacer una “gracia”, aunque si la misma situación se diera en las puertas de las casas de los policías locales muy probablemente ya no les parecería igual de gracioso. Lo de que, según la Policía, “la intervención requiere mano izquierda” lo menciono sólo porque da risa, en medio de un asunto que lo único que da es ganas de llorar. Mientras pongan al vándalo la multa que le corresponde, ¿qué más da si le dejan acabar de mear o no? Sigamos. Admitir como atenuante que se pueda tratar de un “apretón” o que “el baño estaba ocupado” tampoco es de recibo. El que se va metiendo los litros de alcohol en el cuerpo poco a poco sabe que en algún momento va a tener ganas de ir al baño; luego es algo que se ve venir, no un “apretón” inesperado. Otra cosa es que no les dé la gana de hacer cola para poder seguir bebiendo y gritando sin pérdida de tiempo. A continuación leemos que “hay quien directamente no sabe lo que está haciendo porque el alcohol es un elemento habitual”. Aparte de estar reconociendo que estas calles están llenas de borrachos, el hecho de que se dé por supuesto que el alcohol es un atenuante indica que nuestras autoridades han llegado a ver como normal –y admisible– el problema del alcoholismo. Luego, la Policía pontifica que “en la práctica, un dispositivo para erradicar las meadas implicaría a una vigilancia excesiva que la sociedad no admitiría”. Esto es una presunción gratuita, porque precisamente es lo que algunos afectados estamos deseando (total, ya nos graban a diario las numerosas cámaras de vigilancia que hay repartidas por la ciudad al lado de bancos, edificios oficiales, etc.). Y como guinda final, comparar estos comportamientos vandálicos con las conductas infantiles de usar los bancos como portería de fútbol, directamente resulta insultante.
Está muy bien que la Policía Local vaya a los centros docentes para informar a los niños sobre lo que son actitudes cívicas y lo que no, pero lo que es evidente es que urge formar a los propios agentes en la correcta interpretación de las ordenanzas municipales y en los derechos básicos de la ciudadanía. También sería importante contar con la implicación de la asociación de vecinos del barrio, a la que no le resultaría difícil montar una campaña de denuncia eficaz con unos simples carteles tipo “Segovia, Ciudad Patrimonio de la Suciedad”, en la que el vecindario colaboraríamos gustosos, y que sería una llamada de atención importante.
Por último, quiero poner el foco de manera especial en aquellas instituciones, colectivos y asociaciones que en teoría tienen la obligación o la devoción de cuidar de nuestro patrimonio cultural. Cada momento de la civilización exige unas actuaciones diferentes y ahora, por desgracia, los focos no deben de ir hacia arriba para resaltar nuestros monumentos, sino hacia abajo, para cuidarlos y cuidar la vida de los vecinos. Hay que forzar a las autoridades a que no sigan mirando para otro lado y que pongan en marcha medidas correctivas, ya que ésa es su obligación; y que empiecen por intervenir rápidamente en edificios como San Martín o la Cárcel Vieja, ya que se están dañando elementos que pronto no tendrán remedio.