Los puestos callejeros de micheladas de la Ciudad de México se han popularizado en los últimos años, pero su historia de fondo es una de precariedad laboral y económica. Imposibilidad de formalizar, clasismo, corrupción, incertidumbre y hasta maltrato. Así es tener un puesto informal de micheladas en la capital del país.
Aldo Canedo, estudiante / Corriente Alterna
EMEEQUIS.– Desde el interior del Metro Tepito se escucha música de todo tipo. La fiesta llega hasta los andenes. De miércoles a domingo el Eje 1 Norte es una verbena: es el tianguis de Tepito y aquí está el epicentro del fenómeno que ha invadido redes sociales y provocado curiosidad hasta en los más escépticos y puristas: los puestos de micheladas.
En abril de 20202, al caminar sobre el Eje 1 Norte se contaban al menos diez puestos de micheladas en menos de 500 metros. Música de banda, salsa, reggaetón o cumbias a todo volumen reverberan en bocinas gigantes, dignas de sonidero —evento originario de la Ciudad de México en el que se reproduce música popular para bailar. Hay barras con todos los ingredientes apilados y mesas y bancos para que los comensales disfruten su bebida. Las lonas exhiben el nombre de las micheladas y los precios.
Este escenario cambió después del 7 de junio de 2022, cuando el gobierno de la Ciudad de México ordenó un operativo policíaco para retirar los puestos informales que por años han revestido los carriles laterales del Eje 1 Norte de la alcaldía Cuauhtémoc, entre ellos, los de micheladas. Sin embargo, la venta continúa.
Las micheladas tuvieron su origen en México, específicamente en San Luis Potosí. Según el portal Cerveceros de México, Michel Ésper, socio del club Deportivo Potosino, acostumbraba pedir una cerveza con limón, sal, hielo y un popote en una copa llamada “chabela”. El nombre de michelada resultaría de una combinación entre “Michel” y “chabela”. Aunque existen otras versiones, ésta es una de las más populares. Hoy, esta bebida se ha viralizado en redes sociales gracias a sus curiosas combinaciones: más allá de las mezclas que incluyen limón y sal, están las que añaden a la cervezasalsas picantes o condimentos, camarones, gomitas de sabores, dulces, tamarindo o ajonjolí incluso mole o flautas de pollo.
En un espacio vacío del tianguis descansaban dos policías parados con la mano en la cintura recargada en su arma. Su semblante es de soberbia y poder. Como si a su alrededor no existieran comercios informales. Sobre todos los puestos, uno llama la atención: Micheladas SS, de Sara y Susy. En su lona aparece el logo de Netflix y poseen más clientela que su competencia: frente a ellas, dos puestos similares; a sus costados, tres más.
Cerca de las dos de la tarde, ya había más de tres mesas, de ocho, ocupadas. En una está un par de señoras de edad adulta acompañadas de lo que parecieran ser sus nietos. Todos con la boca pintada de azul por su bebida: uno de los famosos azulitos —bebida a base de vodka, preparada con algún disolvente color azul y refresco de limón, decorada con escarchado azul. En el mostrador hay recipientes de todo tipo y para todos los gustos: vasos de licuadora fosforescentes, cilindros en forma de dildos, caguamas de plástico gigantes para tritones (recipientes con capacidad de cinco litros).
Susy llegó unos minutos tarde, pero tuvo una aparición espectacular: en su motoneta, con lentes oscuros, uniforme de Micheladas Doble SS, junto a su hija, cargando más de cinco bolsas grandes con mercancía para el puesto (chicharrones, papas, salsas, materias primas, cajas de bebidas preparadas). “Lo mejor de Tepito, Micheladas Doble SS”, dice el DJ al micrófono animando a los clientes.
Pero la fama y el éxito no ha llegado de la noche a la mañana. Este negocio les costó mucho esfuerzo a las hermanas Doble SS para rendir frutos. Originarias del “barrio bravo”, Sara y Susy, al igual que la mayoría de gente de la zona, encontraron en el comercio una forma de vida. Sin apoyo de sus familiares, desde el inicio fueron ellas dos y nada más. Ambas madres solteras, buscaban la forma de mantener a sus hijos.
Entre música e informalidad.
En sus inicios, hace aproximadamente cinco años, vendían aguas frescas a los diferentes puestos del tianguis. Les iba bien, por lo menos para subsistir económicamente. Pero comentan que, pronto, la competencia hizo que el negocio decayera: “La gente ve que algo está vendiéndose bien y van de copiones”.
Cuentan, con nostalgia, que hubo días en los que apenas tenían 20 pesos para comer ellas y sus hijos. Tenían que buscar una forma de sobrevivir y la encontraron gracias a uno de sus mayores gustos: los sonideros. Eran asistentes frecuentes de las tocadas del Sonidero Siboney. Ahí tenían amigos que, al terminar, siempre buscaban ansiosos una cerveza para la cruda.
Conocedoras del barrio, los llevaban a donde vendían. En aquel momento, sólo había dos o tres puestos reconocidos en Tepito como “chelerías”. Fue ahí cuando se les ocurrió la idea de venderles cervezas. Tras perder el puesto en la calle de Florida, el destino les jugó una buena pasada y consiguieron que una conocida dueña de varios espacios del tianguis les otorgara un par de metros de local justo en el Eje 1 Norte..
Escépticas, pusieron una pequeña mesa que aún conservan en el negocio, una sombrilla y una pila de vasos junto a una hielera con caguamas, limón, sal y chile. Así fue la primera venta de las micheladas Doble SS en el lugar que ocupan actualmente. El éxito fue tal, que la gente comenzó a hacerse fanática y crecieron hasta el punto de pasar de 3 metros cuadrados a tener tres espacios grandes de locales de tianguis.
Ambas no pueden evitar mirar al cielo y contar con nostalgia la forma en la que cambiaron sus vidas. Pasaron de vender aguas y contar monedas para comer, a salir en una serie producida por Netflix, tener entrevistas en televisión nacional y encabezar un negocio fructífero y rentable.
Sara, alegre, tierna y amable, contrasta con la personalidad de su hermana Susy, que es estricta, dura y certera. Nacidas en Tepito, han logrado convertirse en celebridades de la zona.
Tepito ha sido constantemente acusado y expuesto por la venta informal de bebidas alcohólicas sin ninguna restricción. Por ello, ante la nula posibilidad de erradicar todos los puestos de este tipo, las autoridades han optado por hacer un acuerdo con ellos. Por lo menos con los que venden sobre el Eje 1.
Según vendedores de micheladas de la zona, el acuerdo consiste en no permitir consumo de drogas, no vender a menores de edad, evitar agravios entre clientes y, la más importante, cerrar antes de las 18:00 horas. Si algún negocio se niega a acatar dichas medidas, la policía entra y tira la mercancía, corre a los clientes y les impide vender durante ciertos días.
Así como algunos miembros de la autoridad pueden comportarse comprensivos, existen elementos que abusan del poder y tienen tratos indignantes con los y las vendedoras y clientela. El vendedor anónimo de la calle Florida en Tepito cuenta que en esa zona es necesario “dar una cuota” para poder vender micheladas y esta se entrega a elementos policiacos.
Además, cuentan que hay ocasiones en que policías entran a los negocios y avientan todos los vasos de los consumidores y les exigen que se vayan del lugar. Esa actitud variable de las autoridades genera desconfianza en Doble SS y en la mayoría de los locales de este rubro. No tienen certeza de lo que puede ocurrir al día siguiente. Como lo que sucedió a partir del operativo del pasado 7 de junio.
Sin embargo, aunque el escenario se configuró, negocios como Doble SS continúan preparando sus bebidas. Se instalaron fuera del arroyo vehicular, a la expectativa de las futuras acciones contra los puestos informales. Pese al miedo de algún cambio de parecer en las autoridades, aseguran, seguirán adelante.
UN NEGOCIO SALVAVIDAS
Un par de chicas caminan en la colonia Coltongo de la alcaldía Azcapotzalco con vasos grandes y llamativos en mano: uno tiene un escarchado azul, el otro es rojo y ambos están adornados con gomitas y dulces por encima. Se escucha un sonido de reggaetón a lo lejos: la voz de J Balvin y Bad Bunny conduce hasta a un par de carteles que anuncian micheladas, azules, mojitos y alitas en un patio grande de vecindad con tres mesas al centro. Se trata de Michelandia. Y, al igual que cientos de negocios del estilo, funge como escenario de una actividad cada vez más frecuente entre los jóvenes: “Ir a las miches”, le dicen.
En la primera de las mesas está Ingrid, expectante. Tiene siete semanas de embarazo y hace cuatro meses inició la aventura de tener su primer trabajo: junto a su novio, Santiago, abrió su propio puesto de micheladas. El tiempo le demostraría que no sería algo sencillo.
La joven de 18 años explica que las dificultades de tener un puesto de este tipo son múltiples: vecinos incómodos, riesgo a contagio por la pandemia o incertidumbre económica. Constantemente, también se enfrenta con violencia de género: “No falta el grupo de amigos que llegan y te ‘morbosean’; después entendí que no podía controlar a todos los hombres que vinieran a consumir. Me vista como me vista, ésa va a ser siempre su mirada”.
Ingrid reconoce que lo que más disfruta es preparar las bebidas. Pese a que en el barrio hay más de cinco puestos de este tipo, “Yiyi”, como le nombra su familia, cuenta que Michelandia se distingue por sus mezclas únicas y por la particularidad de sus escarchados: desde dulces Jolly Rancher triturados para los azulitos hasta Takis Fuego para las micheladas.
Ella y su familia son conscientes de que tienen un negocio informal; por eso, uno de sus mayores miedos es el conflicto con las autoridades. Y aunque comenta que se sentiría mucho más segura si pudiera formalizar su negocio, lo describe como algo “difícil de lograr”.
Y es que, para este giro, los requisitos son complicados: el registro y los permisos son costosos, los trámites son rigurosos y es obligatorio tener un local fijo.
Según el Sistema Electrónico de Avisos y Permisos de Establecimientos Mercantiles (Siapem), un negocio de micheladas pertenece al giro mercantil de “impacto zonal”, por lo cual requiere ocho requisitos previos, entre ellos se interpreta la posesión de un local:
Tras cubrir estos requisitos, la alcaldía correspondiente tiene cinco días hábiles para responder si procede o no la solicitud de permiso. En caso de proceder, la fracción II del artículo 191 del Código Fiscal de la Ciudad de México indica que hay que realizar un pago de derechos según los metros cuadrados del establecimiento:
Por los primeros 50 metros cuadrados de construcción se pagarán 18,872 pesos. Por cada metro cuadrado excedente, hasta alcanzar 100 metros cuadrados de construcción, se paga 377.20 pesos adicionales. Y por cada metro cuadrado arriba de los 100 metros y hasta los 300 se pagan 755.50 pesos más. Además, si el negocio hace uso de suelo de la vía pública, deberá pagar 2,882 pesos. Es decir, el desembolso mínimo es de casi 20,000 pesos por el derecho de suelo, sumado a todos los requisitos previos que también tienen un costo.
Ante la complejidad de regularizar el negocio, Ingrid y otras personas que han emprendido negocios similares optan por la informalidad, que resulta mucho más económica tanto a ella como a sus clientes.
Luis Foncerrada, doctor en economía y académico de la Universidad Anáhuac, comenta en entrevista con Corriente Alterna al respecto: “Muchas veces una empresa pequeña no tiene los flujos suficientes para hacerse formal, y cuando tratan de hacerlo, los requerimientos son tan altos que les impide crecer. Es muy difícil cubrir los costos de la formalidad”.
Esto, a pesar de que, como expone Foncerrada, los negocios informales también aportan a la economía del país: según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), 22% del producto interno bruto que se generó en 2020 provino del sector informal.
Al realizar solicitudes de información a cada alcaldía de la Ciudad de México para saber cuál fue el número de solicitudes aprobadas para negocios con giro de impacto zonal (para venta de alcohol) en 2019, 2020 y 2021, se obtuvo la siguiente información:
Las alcaldías Álvaro Obregón, Azcapotzalco, Cuajimalpa, Iztapalapa y Xochimilco no respondieron a la solicitud de información vía transparencia.
No todos los negocios con giro mercantil de impacto zonal corresponden a chelerías. Por ejemplo, en las colonias Morelos y Centro, donde se ubican las dos zonas más populares de venta de micheladas (Tepito y La Lagunilla), hasta 2021 únicamente había cinco negocios catalogados como cervecerías.
Según la información solicitada y los registros de la SIAPEM, en el epicentro del fenómeno de las micheladas no existe ningún negocio de este tipo formalizado y registrado ante la Siapem y las alcaldías correspondientes. Sin embargo, tan sólo al caminar unos cuantos metros sobre la calle Jesús Carranza pueden observarse más de 15 puestos ambulantes con venta de estas bebidas. Incluso, en Google Maps se pueden ver 20 negocios autodenominados como micheladas dentro de la zona.
CONTRA EL ESTIGMA
Dalia es fanática de la cerveza; sobre todo, de la preparada. Conoce una gran variedad de bares y establecimientos, desde los más formales en las colonias más adineradas, hasta los más clandestinos en zonas catalogadas como peligrosas. Considera que el ambiente se vive distinto. Beber una michelada en un local establecido y regulado es diferente a tener que compartir una mesa pequeña con extraños, música estruendosa, pláticas ajenas a menos de un metro de distancia, en un puesto sobre la calle, dentro de un patio de vecindad o una casa que abrió las puertas de su zaguán para vender, con personas que pueden o no ser mayores de edad bailando, cantando y con la sensación de que nada ahí es legal. Para Dalia, esto último es mucho mejor.
Un negocio que surge por necesidad y está a merced de operativos.
Además, admira la creatividad para la presentación y variedad: la que más llama su atención es la “licuachela”: bebida preparada servida en un vaso de licuadora fosforescente, escarchado con ajonjolí o “miguelito” y adornado con gomitas, fruta picada y hasta dulces como Pelón Pelo Rico o paletas de caramelo. Otras bebidas peculiares de estos negocios son las “vitrochelas”, los “focodrinks”, los “cerillitos” o una de las más nuevas: la “garrachela”.
Uno de los problemas comunes de estos negocios es la estigmatización a la que son sometidos públicamente. Portales especializados en temas urbanos los califican de vulgares o que no aportan a la economía del país. Para Dalia, esto viene directamente impulsado por el clasismo. Considera que las personas que se dedican a vender lo hacen por necesidad y sobrellevar una desigualdad que no les permite aspirar a empleos formales bien pagados, pero tampoco les otorga facilidades para formalizar su negocio.
Luis Foncerrada afirmó a Corriente Alterna que el aumento de comercio informal es una causa directa de la falta de creación de empleos formales. “Sea malo o bueno, es irremediable. Tiene que ver con el gran número de personas que requieren trabajo y no lo pueden encontrar”. Aunado a ello, resalta la falta de financiamiento y apoyo para que pequeños negocios se atrevan a emprender en la formalidad.
Una de las razones principales de que las personas opten por crear sus propios negocios en la informalidad es la falta de salarios justos y decentes. El salario mínimo del año pasado aumentó de 123.22 a 141.7 pesos diarios; no obstante, para el segundo trimestre del 2021, el Inegi indicó que casi 34 millones de trabajadores ganan menos de 300 pesos diarios y alrededor de 14 millones de personas ganan menos de 150 pesos. En contraste, locales como La Taberna, Michelandia o Doble SS, en un día “bueno”, pueden generar mucho más de mil pesos, según sus propietarios.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo 2021 del Inegi, entre abril y junio de ese año más de 31 millones de personas laboraban en la informalidad: seis de cada diez trabajadores. Y, de estos, las mujeres representan 57%.
Gaby, madre soltera de dos niñas, estudiante y fundadora de La Taberna, prefiere los beneficios económicos de tener un negocio de bebidas, aunque es clara sobre la dedicación y esfuerzo que conlleva: “La verdad, sí es buen negocio, aunque a veces la gente no ve todo lo que hay detrás: surtir cerveza, botellas, preparar el espacio, adornar, conseguir vasos, escarchados o picar fruta”. Optó por un negocio de venta de bebidas, ya que años atrás tuvo trabajos más formales en los que perdía mucho tiempo y esfuerzo por ingresos no tan redituables.
Comenzó el negocio por necesidad económica, pero siempre fue clara en que únicamente entrarían a consumir amigos, familiares o personas conocidas. Fue así como Gaby y su socio comenzaron una especie de club: el club de las micheladas mejor conocido como La Taberna.
Se siente satisfecha con lo que ha logrado: un negocio redituable en el que puede pasarse un rato agradable con amigos y familia. Desahogar sentimientos encontrados y, claro, disfrutar una bebida preparada con calidad premium a un costo accesible, en una especie de club secreto.
Si bien el tener negocios de este tipo implica dificultades, también representa una gran oportunidad para mejorar su calidad de vida. Para Ingrid es una fuente de ingresos clave para sostener sus estudios y mantener bien cuidado su embarazo. Para el vendedor anónimo de Tepito, representa su único ingreso y lo que sostiene económicamente su estilo de vida y el de su madre. Para Gaby, el negocio representa una forma de mantener a sus dos hijas y también le permite continuar con sus estudios. Para Susy y Sara, una salida de la pobreza y el acercamiento a un estilo de vida digno para ellas y sus hijos.
OPERATIVOS
En julio de 2021 un medio nacional llevó de portada un reportaje sobre la venta de bebidas en Tepito durante la pandemia. En respuesta, la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, implementó un operativo y se impidió la venta durante unas semanas. Sara y Susy confiesan que, económicamente, fue muy complicado.
No obstante, también cuentan que, cuando no están bajo el foco político, las mismas autoridades les avisan cuando habrá operativos para evitar la confiscación de mercancía.
Apenas en noviembre del 2021 la recién electa alcaldesa de la alcaldía Cuauhtémoc, Sandra Cuevas, declaró en rueda de prensa, tras poner en marcha el Operativo Chelerías (que consistió en poner freno a la venta de bebidas alcohólicas en zonas de Tepito y La Lagunilla), que “se tiene la firme convicción de aplicar la ley y reglamentos para no permitir esta actividad ilícita”.
Pero, en la práctica, estos operativos no son constantes. La alcaldía Cuauhtémoc respondió vía transparencia que los únicos operativos realizados en los últimos siete años se dieron en noviembre de 2021. Fueron dos y, ambos, en apoyo a la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México. El primero se llevó a cabo el día 13 de noviembre en la calle Bolívar; el segundo, el 15 del mismo mes, en el tianguis de La Lagunilla.
De ambos operativos, las autoridades confiscaron 15 cartones de cerveza llenos, una caja con cinco botellas de vodka llenas, una caja de bebidas para preparar y alrededor de ocho cartones con envases vacíos, como se observa en algunas imágenes de los operativos que entregó la misma alcaldía a Corriente Alterna vía transparencia.
Al conversar con el dueño de un negocio de micheladas (que pidió permanecer en el anonimato) de la calle Florida, confesó que cuando ocurrió el operativo durante la pandemia todos los puestos de las calles de Tepito acordaron dejar de vender sobre la vía pública durante un par de semanas para evitar conflictos con policías.
El operativo más reciente ocurrió el 7 de junio, aunque no fue exclusivo contra estos negocios que, al final, encontraron un espacio sobre la banqueta y pudieron continuar operando.
Múltiples diputadas y diputados de la Asamblea Legislativa de la Ciudad de México y del Congreso federal también han buscado prohibir este tipo de negocios. En 2016, Elizabeth Mateos (Partido de la Revolución Democrática) propuso aumentar el número de visitas de verificación e inspecciones para evitar la proliferación de estos establecimientos que operan fuera de la norma; en 2017, Araceli Velázquez (Nueva Alianza) propuso erradicar la venta de micheladas en bares debido a la gran demanda que hay y el alto contenido calórico y de sodio en los escarchados e ingrediente; y en 2018, Guadalupe Morales (Morena), propuso solicitar a Raymundo Collins, entonces titular de la Secretaría de Seguridad Pública de la Ciudad de México, erradicar la venta de cualquier tipo de bebidas alcohólicas en espacios públicos.
Ninguna de las iniciativas prosperó: pese a los intentos, cada fin de semana en los tianguis de la Ciudad de México y sus alrededores pueden verse innumerables puestos de micheladas.
Al igual que otros negocios informales, las micheladas significan una salida económica y una oportunidad de crecimiento para muchas familias mexicanas. Y también representa un espacio de coexistencia entre diferentes clases sociales, grupos de edad y estilos de vida, todos reunidos alrededor de una cerveza fría preparada.
Este es un reportaje de Corriente Alterna, en el que participaron integrantes de la Unidad de Investigaciones Periodísticas de CulturaUNAM, disponible aquí. Para leer más historias, visita corrientealterna.unam.mx
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