El pintor pamplons recibir el prximo 18 de junio en Sangesa el Premio Prncipe de Viana de la Cultura 2022, en reconocimiento a su trayectoria artstica
Asegura Pedro Salaberri (Pamplona, 1947) que pintar no sólo le hace sentirse vivo, sino también mirar la vida con más intensidad. De ahí que no pueda pasar excesivo tiempo alejado de su estudio de la calle Pozoblanco. Y desde ese refugio, el pintor trata de atrapar en sus cuadros la fugacidad y belleza de la ciudad, de la naturaleza. Del mundo. Premio Príncipe de Viana de la Cultura 2022, es complicado repasar su trayectoria y no terminar mencionando a su familia porque, dice, son su vida.
Han pasado ya unas semanas desde que el Consejo de Cultura le propuso como Príncipe de Viana de la Cultura 2022. Ahora, tras cierto tiempo para reposar este reconocimiento, ¿a qué sabe?
–Como suelo decir, tus intereses y por qué haces las cosas van cambiando a lo largo de la vida, pero yo identifiqué bastante pronto que quería formar parte de mi comunidad y ser activo en lo cultural, sentirme parte. Así que a lo mejor este premio viene a decirme que ya formo parte de lo cultural y eso es muy satisfactorio.
En la rueda de prensa con motivo del galardón, apuntaban que con sus pinturas y exposiciones, “ha conseguido llegar y ser valorado por un público muy amplio y variado”. ¿Lo siente así?
–Sí, como que unas cuantas personas que no te conocen un día se acerquen y te digan que saben lo que pinto y que les gusta… Soy muy reconocible además, en seguida se ve que es una cosa que he pintado yo. El estilo viene así, eres como eres y yo no he estado buscando una cosa para diferenciarme de nadie… Soy como soy.
Es reconocible hasta el punto de que alguna persona ha asegurado verle en un paisaje…
–Sí, hay personas que se sorprenden con un paisaje y dicen “es como un cuadro de Salaberri”. Se produce una simbiosis y hay gente que a lo mejor descubre paisajes porque después de ver mis cuadros, quizá se para más a ver aquello. Pero eso le pasa a todo el mundo, seguro que yo después de ver ciertos cuadros de pintores clásicos, he mirado a la naturaleza de otra manera. Yo pinto después del impresionismo, después de Van Gogh, de Gaugain… Y ellos me han enseñado y me han hecho ver. Así que si yo hago eso con alguien, es estupendo.
Asegura que los cuadros son recreaciones no de la realidad, sino de una idea. Pero, ¿qué busca Pedro Salaberri en la pintura?
–Yo para sentirme vivo, una de las mejores cosas que puedo hacer es pintar. La naturaleza está ahí, el paisaje es el que es y cuando lo pinto, seguramente lo idealizo, porque lo que hago con mis cuadros es evocar. Mis obras se ven en casa, en salas de exposiciones… y los Pirineos son los Pirineos y nada te va a sustituir la sensación de estar caminando por ahí, pero mis cuadros lo evocan. ¿Por qué? Para detener la vida y para que se pare esa sensación de que esto circula, de que van pasando los años y de que se va acabar. El Orhi se va a quedar ahí, la Higa también… y yo no voy a estar. Siempre está esa sensación de fijarlo, de ver si detengo el paso del tiempo. Y es una batalla perdida, claro, pero es una manera de vivir con más intensidad. Miro, veo, disfruto y camino con mis amigos con más detenimiento porque luego lo voy a querer pintar para ver si puedo hacer que esa belleza se quede un rato con nosotros.
Una mirada y detenimiento que va a la contra de estos tiempos en los que precisamente caminamos con prisa, como si apenas tuviésemos tiempo para deternos y observar.
–Claro, leí de alguien que una de las virtudes que puede hacer el arte es decirte “para un poco”. Para, que la vida eres tú, tú eres el que va a vivir tu vida y no quieras vivirlo todo. Vive bien las cosas que tienes cerca, los paisajes que hay por aquí, los paseos que podemos hacer… Vívelos con tranquilidad y no pienses que te vas a perder Tailandia, Vietnam o América del Norte, porque los campos aquí son maravillosos y el sol también se mete aquí. Yo ya no le digo a nadie lo que tiene que hacer, pero mi apuesta es esa: la belleza la ponemos nosotros.
¿La pintura es su oficio, pero también su vida y su manera de conectar y entenderse con el mundo?
–Sí. Todo el mundo tiene una actividad en la que hace un esfuezo para entender la vida y yo en donde más he apretado es en la pintura. Y te preguntas, te vas definiendo a lo largo de los años… Uno se tiene que hacer responsable de lo que es, de a quién se dirige y cómo quiere dirigirse. Y sí, la pintura es la que a mí me ha hecho más estudiar el tema.
¿Y qué diría aquel aprendiz de delineante, que creció copiando tebeos en la escuela, si se viese ahora?
–¿Aquel chico que era yo, dices, no? (risas). Sí, recuerdo que mi madre me decía que saliese a jugar porque estaba siempre con los tebeos. No sé por qué me puse a dibujar, mi padre yo creo que tenía sentimiento artístico, pero vivió poco, se murió cuando yo tenía 14 años… Dibujar me encaminó a una academia de dibujo lineal a los 13 años y al profesor le pareció que tenía habilidades y cuando un arquitecto le pidió un chico para hacer recados, me mandó a mí. Y ahí empecé y el asunto de hacer planos estaba bien y me gustaba, pero no era esa creatividad que yo intuía que quería.
Una intuición que le llevó a la Escuela de Artes y Oficios de Pamplona, donde su profesor Salvador Beunza le dijo: “Tú eres pintor”. ¿Hay ahí cierta virtud natural e innata, que se pule y se trabaja?
–Sí, son cosas que te dejan impresionado. En la vida tienes momentos definitorios y este hombre, que no me conocía, dijo que yo era pintor al verme hacer unos dibujos… Pero siempre hay que trabajar, yo creo que soy más de la voluntad que del talento genuino. Soy muy trabajador, no he parado de pintar nunca. Lo habré podido hacer peor o mejor, pero no he tenido vacíos de estar sin pintar. Mi manera de superar las dificultades es hacer lo que sea, pararme no va conmigo. Cuando no estaba seguro de lo que estaba pintando, seguía pintando, y a lo mejor un día pensaba que estaba bien. O alguien te lo decía, porque el exterior es importante. He tenido gente que desde el principio le gustaba lo que hacía y eso hermana y reconforta.
Esa hermandad podría extenderse a la unión que hubo entre varios artistas navarros como Mariano Royo, Juan José Aquerreta, Luis Garrido, Pello Azketa, Joaquín Resano, Pedro Osés, Xabier Morrás o usted mismo, hasta el punto de que les denominaron, allá por 1970, como “la Escuela de Pamplona”. ¿Qué cree que los conectaba?
–Nos conectaba que vivíamos en la dictadura, que había gente que estaba en la cárcel por pertenecer a un sindicato y que no se podía opinar de ciertas cosas. Y el mundo era muy amplio ya, pero en Pamplona tú veías unos cuadros de gente estupenda pero costumbristas, con pintura que venía del impresionismo… y tú querías reivindicarte como persona y ser tú, pero había dificultades. Entonces, claro: ¿por dónde empiezas? Pintando a unos que están trabajando en la calle, a unos que están haciendo una zanja, a mi madre en la cocina… También a lo mejor con un punto social de reivindicar lo normal, a la gente. Con una voluntariedad de reivindicar vida cotidiana, porque teníamos derecho a pensar y a vivir lo que estábamos viviendo. Y coincidió que vino José María Moreno Galván y creyó ver eso y nos denominó así. No teníamos voluntad de ser, pero sí de hablar de lo que veíamos y de no hacer una pintura adocenada.
En aquella Pamplona se celebraron los Encuentros de 1972, cita en la que participó dentro de la exposición ‘Arte vasco actual’. ¿Qué importancia tuvo este evento artístico?
–Los vivimos con esa cosa de que estás empezando a moverte en el mundo artístico y aunque algunos movimientos que vinieron aquí por primera vez eran casi historia, había cosas que no conocíamos. Fueron sólo siete días, pero fue como si de repente alguien viene y te dice: “Muévete, muévete como puedas, o viaja o lee, pero esas inquietudes que tienes y quieres pintar, hay mucha gente que las ha explicado ya”. Conocimos a Pedro Manterola, que ya tenía mucha información y sabía mucho, aprendí con él… Todas estas cosas las diré en el discurso de la entrega del premio (risas).
Si algún sello tiene su trayectoria artística, es su constante conexión que ha mantenido con la ciudad y los paisajes. ¿Cómo ha cambiado su mirada en este tiempo?
–Hay un momento y edad heroica, con veinte años, de decir que tus amigos y tú vais a cambiar el mundo por fin, gracias a que viene la generación que lo va a cambiar todo… Éramos hippies, íbamos al monte, andábamos en tiendas de campaña y queríamos contar lo maravilloso que era. Pero a la vez yo hacía planos, veía la ciudad y me gustaba. Entonces tenía que hablar de la ciudad, porque también es estupenda… Y vas ordenando esas ideas. Yo no soy de irme por ahí, a mí el rollo de Nueva York e irme fuera a estudiar, no. Aquí está mi familia, mis amigos… Quería hablar de esta ciudad, de manera que luego se incorporaron las personas, porque yo no pintaba personas –luego he hecho mil retratos–, porque las personas con nombre y apellidos eran algo transitorio… Pero a la vez, lo más importante son las personas y aunque seamos funginbles, yo vivo y quiero vivir con personas.. Con lo cual esas ideas que son básicas han permanecido en mí siempre. Luego, ¿cómo se concreta?
De manera natural.
–Sí, eso le pasa a toda la gente, lo identifiques o no. ¿Cómo lo he ido traduciendo? Intentando contarlo mejor. Igual estoy siempre escribiendo el mismo poema, creyendo que todavía no he dado con las palabras, o que la coma todavía la pongo ma. A lo mejor son matices, porque me parece que siempre pinto más o menos parecido… Ahora tengo menos prejuicios con el color, algunas personas ven los cuadros y me dicen que no se ha visto un cielo rojo, o el campo tan amarillo, o esas piedras azules… Pero es que hablamos de un cuadro. He mejorado quizá en que las formas pueden aguantar más en el tiempo, los colores más acrilatados.. Pero claro, yo no me cambio de ciudad ni de familia, pero también pasa que luego veo que mis hijos han apreciado haber estado con nosotros por el monte y eso te reafirma. Vuelvo a lo mismo.
¿A qué?
–A una cosa muy clara en cuanto a la ambición de qué es lo que quieres tú. De entrada, triunfar. Quiero estar aquí y allá, pero luego resulta que triunfas en una cosa: hay gente que quiere llevarse un cuadro mío a su casa. Y se lo lleva. Y están contentas esas personas, me lo dicen… y digo: joder, esto es. ¿Dónde pueden actuar mejor los cuadros que con las personas que se los llevan? ¿Tener algunos cuadros en algún almacén de algún museo? Te das cuenta que eso es una banalidad. Es una especie de obligación, de poner en el currículum que tienes un cuadro aquí, pero no vale para nada eso. Lo que vale es que hay personas que tienen tus cuadros y que les acompañan y que son una buena compañía. Así que tengo la sensación de que no he cambiado, aunque sí que hay un recorrido… Ahora intento depurar –aunque siempre lo he hecho– . Pero quiero decir la palabra agua y que esa palabra sepa a agua, no quiero poner el agua salpicando y las gotas. Quiero decir agua, nube, aire… y ya. Y luego ya, lo más ambicioso es que eso sea emocionante, que sea revelador y que además, tú lo puedas ver hoy y dentro de veinte años. Ese es el asunto.
Que siga sugiriendo, emocionando.
–Sí, tengo un almacen y hace no demasiado fui con un amigo a fotografíarlo y rompí doce cuadros porque ya habían cumplido su ciclo. Y seguramente rompería más si los tuviera en mano. Siempre repito una frase, que no sé quien la dijo, pero le preguntaron para qué pintaba y dijo que para pintar bien. Pintar bien es vivir bien. Y yo quiero vivir bien. Vivir bien es vivir en armonía con la gente que tengo cerca, ser útil, no ser una carga… De manera que eso es una exigencia, yo puedo pintar un cuadro pequeño, sea mejor o peor, pero eso lo tengo que hacer con toda mi capacidad y energía. No puede ser que “ya está, eso no vale”. Aprendes a eso y eso me ayuda a vivir intensamente y a ser consciente de cada minuto que pasa. La pintura me tiene siempre ahí, tanto por lo que quiero pintar yo, como porque también cuando veo a amigos y amigas que hacen cosas, les miro con la misma intensidad. Quiero saber qué hacen y qué les pasa lo que hacen y lo que les pasa. Me gusta gente de aquí como Teresa Sabaté, José Miguel Corral, Alfonso Ascunce… Disfruto viendo lo último que han hecho y además, es la manera de vivir con intensidad.
A día de hoy, ¿siente urgencia o cierta necesidad por pintar?
–Urgencia no, pero sin embargo, tengo que tener cosas entre manos. Ahora con los nietos a veces puedes no venir al estudio todo lo que quisieras, pero estás haciendo lo que quieres también, estás con tu familia… pero a lo largo de la semana lago tengo que hacer, aunque esa poco (risas). Me ha pasado muchas veces que cuando nos hemos ido de viaje –que no soy mucho de eso–, los días anteriores a irme, empezaba dos o tres cuadros, aunque fuera mal, porque me dejaba ya el enganche y era una manera de decir: “Tengo que volver al estudio, hay trabajo”. Era una forma de sujetar mi vida también. Suelo decir que la palabra vacaciones no me dice nada, porque supone parar de lo que estás haciendo y yo no quiero parar, porque yo lo que estoy haciendo es vivir. Y no puedo parar de vivir. Una vez me di cuenta de que no tenía un solo cuadro al que tuviera que hacerle nada, rarísimo. Aguanté uno o dos días tranquilo y empecé a maquinar.
“Hay personas que se han sorprendido con un paisaje y han dicho: “Es como un cuadro de Pedro Salaberri”
“Triunfar es que haya gente que se quiere llevar un cuadro mío a su casa. ¿Dónde actúa mejor un cuadro que ahí?
“Soy muy trabajador y no he parado de pintar nunca, creo que soy más de la voluntad que del talento genuino”