En plena nube mediática por el recién terminado juicio de Johnny Depp y Amber Heard, sumado a la ruptura de Shakira y Piqué y a la tensa relación familiar de Harry y Meghan, nacen las dudas introspectivas de por qué la vida privada de las celebridades cala tanto en la sociedad actual. La expectación que generan las estrellas de cine, cantantes, modelos o presentadores superan la sugestión por otros temas que sí afectan a nuestro futuro, como la pandemia o la guerra de Ucrania.
El periódico elDiario.es expuso en un artículo sobre el entramado juicio que ha tenido en vilo a medio mundo que los estadounidenses habían mostrado cuatro veces más interés por ese tema que por el aborto y cinco veces más que por la guerra de Ucrania, tal y como había mostrado la empresa de ciberseguimiento NewsWhip. Esto solo destapa que los famosos siempre han sido una de las fuerzas impulsoras y más enfáticas de la cultura popular; son primas de las ideas griegas antiguas de reputación gloriosa y notoria. Pero, ¿a qué se deben esas ganas por saber qué hacen, qué piensan o a qué se dedican lo famosos?
La celebridad, con su brillo de neón y su puchero de selfie, nos parece hipermoderno, pero los famosos e infames nos han estado emocionando, excitando e indiendo durante mucho más tiempo de lo que podríamos darnos cuenta. Desde la Antigua Grecia, siempre han existido personas famosas o veneradas. Laurie Santos, profesora de psicología en la Universidad de Yale, confesaba para la revista Grazia que «siempre hemos buscado modelos a seguir, ya sean héroes de historias de ficción o personas de la vida real con vidas increíbles. Esto se remonta nuestra fascinación por los dioses del Olimpo: estas figuras que eran más grandes que la vida». Pero fue en el siglo XVIII cuando las sociedades empezaron a tener un mayor acceso e interés hacia ciertos aspectos de la vida privada de los famosos.
Jean Jacques Rousseau, escritor, filósofo, botánico, naturalista y músico de la ilustración no pensó en las consecuencias que tendría publicar en su autobiografía que le gustaba recibir azotes, vislumbrando su encanto por el masoquismo: «Había encontrado en el dolor, incluso en la vergüenza, una mezcla de sensualidad que me había dejado con más deseo que temor de volver a experimentarlo», relataba. Esto se convirtió en la comidilla de los transeúntes franceses que se susurraban a la oreja lo depravado que resultaba que a un escritor de tal calibre le gustara que le pegaran.
La cultura basada en celebridades se puede atribuir al cambio de una sociedad productiva a una sociedad de consumo»
Amy Henderson
Luego llegó la heterogénea industrialización, la bomba que explotó la era de la información. Una excusa para tener más acceso a la vida de los que no conocemos y, como consecuencia, más oportunidades para enterarse de los ‘cotilleos’. La historiadora Amy Henderson dice que “la cultura basada en celebridades se puede atribuir al cambio de una sociedad productiva a una sociedad de consumo”. Pero la cultura de la celebridad va más allá del entretenimiento. Usamos la personalidad y la vida de los famosos para moldear nuestra identidad, conectar con otras personas e incluso expresar nuestras emociones.
La fama es un poderoso imán cultural, y como especies ‘hipersociales’ adquirimos la mayor parte de nuestros conocimientos, ideas y habilidades copiando a los demás, mediante el ensayo y el fallo. Sin embargo, se presta mucha más atención a los hábitos y comportamientos de los famosos que a los de miembros ordinarios de nuestra comunidad.
Un mundo saturado de celebridades
La pandemia despertó aún más esa fascinación por el mundo de la fama. Lo que parecía agotado por un intenso confinamiento, se impulsó aún más con las redes sociales. Laurie comenta para el mismo medio que el auge que han tenido estas redes ha multiplicado hasta diez veces esa conexión: «Ahora tenemos un ciclo de noticias de celebridades las 24 horas, los 7 días de la semana. «Eso significa que hemos pasado de ver celebridades durante una hora más o menos al día en la televisión, a habitar en un mundo completamente saturado de celebridades. Podemos interactuar con ellas de manera más directa a través de canales como Instagram y Twitter: se han vuelto más accesibles que nunca».
Los monos estarían dispuestos a ‘pagar’ para ver imágenes de monos de mayor estatus
Michael Platt
El científico Michael Platt, de la Universidad de Pensilvania, probó que incluso los monos estarían dispuestos a «pagar» para ver imágenes de monos de mayor estatus. Un concepto fascinante a la vez que abrumador que el historiador público británico, Greg Jenner, analizó en profundidad en su libro sobre la búsqueda de por qué, dónde y cómo llega la fama, titulado Dead Famous. En él cuenta que el surgimiento de las celebridades «ayudó a dar forma a las actitudes públicas hacia la ética, la identidad nacional, la fe religiosa, la riqueza, la sexualidad y los roles de género».
Esto se traduce en que el hecho de que estas personas vivan en mansiones, desfilen por alfombras rojas y vuelen en jets privados, las aleja aún más de los mortales. La influencia de las celebridades se ha considerado casi subliminal, hasta la llegada de redes sociales.
Estemos más cerca o más lejos, lo que sí es seguro es que el interés por las estrellas radica en que, de alguna manera, son iguales que nosotros con un alcance diferente, ellos viven vidas que quizá nunca tendremos y por eso nos gusta saber cómo son. Ya lo dijo Sara Mast, productora de E! True Hollywood Story, la serie documental que indaga en las historias más candentes detrás de escenas de programas famosos, en una entrevista para El Comercio: «No puedo ser rico y famoso, pero quiero ver cómo es la vida de quienes sí lo son. Y, a la vez, darme cuenta de que tenemos cosas en común».