“A veces adornaban la mesa inmensas tartas de manzana o platillos llenos de duraznos y peras en conserva; pero siempre contaba con un enorme plato de bolas de masa azucarada, fritas en grasa de cerdo, y llamadas doughnuts u olykoeks, una especie de pastel delicioso, actualmente poco conocido en esta ciudad, excepto en las familias holandesas genuinas”.
Así detallaba Washington Irving en 1809 en el libro A History of New York algunas de las costumbres de la sobremesa de la época en que Nueva York todavía era conocida como Nueva Amsterdam, parte de la colonia de los Nuevos Países Bajos de América del Norte, convirtiéndose en el mayor asentamiento neerlandés de Norteamérica, que sería rebautizado con su actual nombre en 1664.
Esa sería la primera referencia escrita de las “doughnuts” (“nuez de pasta”) con ese nombre. Es que eran simplemente eso, bolas de masa fritas en grasa de cerdo hasta que llegaban al punto de dorado, muy común en Holanda y que gracias a la inmigración comenzaron a asentarse también en esa región de Norteamérica. Sin embargo, había algo que no se lograba, que el centro quedara realmente cocido sin que se queme la parte exterior.
Una de las descendientes de esas familias holandesas genuinas era Elizabeth Gregory, quien en 1847 le entregó los dulces aún sin cocinar a su hijo Hanson Gregory, capitán de un barco mercante, para que los llevara al largo viaje que emprenderían. “Era un fastidio porque se solían freír los bordes, pero el interior continuaba siendo una masa cruda”, relató el propio Hanson en una entrevista con el Washington Post en 1916. “Por eso comenzamos a doblarlos por la mitad y luego retorcerlos y los denominábamos ‘tornados’, funcionaban, sí, pero solían absorber toda la grasa justo donde se doblaban y sinceramente eran muy pesados para la digestión”.
Tras ello intentó enrollar una tira y unir los extremos, formando un círculo, pero de nada sirvió ya que el problema de los ‘tornados’ persistía. Entonces llegó el momento clave, “quité la tapa del pimentero de hojalata del barco y corté en el medio de esa rosquilla el primer agujero visto por ojos mortales”. Y respecto de su invención, fue categórico, “esas donas fueron las mejores que probé en mi vida. No más indigestión, no más plomadas grasosas, sino donas bien cocidas y fritas”. A partir de ese momento, poco a poco los estadounidenses comenzaron a adoptar esta nueva forma de las doughnuts.
Morgan Pett era un joven médico militar que un día decidió comprar tres docenas de estos dulces cuando se dirigía a reportarse en la base. Durante toda esa jornada, mientras ayudaba a los heridos les entregaba una a cada uno. Esta práctica comenzó a popularizarse y se extendió mucho más de lo que hubiera imaginado.
Corría el año 1917, los Estados Unidos eran parte de la Primera Guerra Mundial y Evangeline Booth (comandante nacional de EE. UU.) colocó a todo el Ejército de Salvación en servicio de guerra y decidió que hasta Francia se dirigiera una misión con el teniente coronel William Barker a la cabeza para investigar respecto de las necesidades de los soldados.
Entre las conclusiones a las que se arribó se detalló que sería importante para quienes allí se encontraban el contar con las luego denominadas “cabañas”, centros sociales y de asistencia donde pudieran tener algún alimento caliente, suministros de escritura para poder comunicarse con sus seres queridos e incluso un servicio de restauración de la ropa.
Tras estudiar el tema se llegó a la conclusión de que serían necesarias seis personas por cabaña, dos hombres y cuatro mujeres, que en principio fueron trasladados a los centros de entrenamiento que el Ejército tenía en los Estados Unidos. Finalmente fueron 250 los voluntarios que desde el Ejército de Salvación llegaron hasta Francia.
Sin embargo, luego de establecerse y a medida que disminuían los suministros, comprendieron que era difícil reponerlos para lograr la comida necesaria para todos, así fue que las muchachas reflexionaron sobre lo que se podría proporcionar a los soldados con los ingredientes que tenían a mano: harina, azúcar, grasa de cerdo, levadura en polvo, canela y leche enlatada
Algunos sugirieron panqueques, pero sin manteca ni almíbar se tornaba difícil llegar a realizarlos. Por ello comenzaron a servir buñuelos, hasta que las voluntarias Margaret Sheldon y Helen Purviance tuvieron la idea de proporcionar donas usando las latas de café como cortante, que fueron un éxito instantáneo, aunque, como se recuerda, solo de a siete a la vez, en una sartén pequeña.
Es más, en el diario de Margaret, en uno de los pasajes donde se refiere a una de esas ajetreadas jornadas, de un día en particular recuerda que “hice 22 tortas, 300 donas y 700 tazas de café”. Pero finalmente llegaron moldes de donas y más equipamiento de los Estados Unidos y ahora freían de 2.500 a 9.000 donas al día.
No pasó mucho tiempo para que las mujeres que allí se encontraban fueran conocidas como las “doughnuts girls”, entre las que se encontraba también Stella May Young, y a medida que se difundía la leyenda de estas chicas, las historias sobre su dedicado servicio llegaron a los Estados Unidos junto con fotos de ellas en acción. Una de esas fotos mostraba a Stella con su rostro fresco alzando una montaña de donas, que hicieron de ella “LA” Donut Girl a los ojos de todo el público. Incluso, en 1919, cuando el compositor Robert Bertrand Brown y el letrista Elmore Leffingwell escribieron la canción “My Donut Girl”, fue la imagen de Young la que apareció en la portada de la partitura. Ya para la Segunda Guerra Mundial, los voluntarios de la Cruz Roja fueron los encargados de distribuir las donas.
Para 1920, el nombre sufrió un cambio y se llegó a las “donuts”, en momentos en que la automatización de la elaboración ya era un hecho y su comercialización se había extendido a límites nunca antes vistos. Así, la Display Donut Machine Corporation, con sede en Nueva York, abrevió la palabra para hacerlo más pronunciable por parte de los extranjeros que esperaban que compraran su equipo automatizado para hacer donas.
El proceso futurista automatizado de elaboración de donas se presentó en la Feria Mundial de 1934 en Chicago. La Feria promocionaba en ese entonces las donas como “el éxito alimentario del Siglo del Progreso” y se convirtieron en un líder instantáneo en todo el país, siendo el desayuno más popular hasta estos días.
El Ejército de Salvación de Chicago decidió en 1938 celebrar el Día Nacional de la Dona con el objetivo de ayudar a los más necesitados de la Gran Depresión, además de honrar a las mujeres que durante la Primera Guerra Mundial sirvieron esos dulces a los soldados. Incluso, esa celebración se extendió y todavía es un evento para recaudar fondos, además de ser varios los comercios y empresas que se ponen a disposición de la institución para entregar el total de lo recaudado, cada primer viernes de junio de todos los años.
El paso del tiempo fue también adaptando su receta original para lograr conquistar todos los paladares. En exclusiva para Infobae, el paso a paso para hacerlas horneadas y hasta veganas.
DONAS AL HORNO
(Por Marina Becher, @marinabechercocina)
Ingredientes (para 12 unidades)
Harina 0000, 220gr
Polvo de hornear, 1 cdta
Sal, 1 pizca
Nuez moscada, 1 pizca
Azúcar, 200gr
Huevos, 2 u
Leche, 185 ml
Extracto de vainilla, 1 cdta
Manteca derretida, 30gr
Procedimiento
Colocar en un bowl todos los ingredientes secos (harina, sal, polvo y azúcar) y mezclar. Luego agregar la leche, huevos, extracto, y manteca. Unir bien todos los ingredientes y colocar en el molde para donas sin llegar al tope. Llevar a un horno precalentado (180 grados) por 20 minutos. Retirar, dejar enfriar y decorar con lo que más les guste.
DONAS VEGANAS CON FROSTING DE MATCHA
(Por David Gdansky, @hierbabuenavegan)
INGREDIENTES
Harina 0000, 500 gr
Azúcar orgánica, 100 gr
Levadura fresca, 3 gr
Leche vegetal (de almendras o coco), 300ml
Aceite de coco en pomada, 50 gr
Sal, 1 pizca
Aceite, c/n
Para el almíbar simple
Azúcar orgánica, 200 gr
Agua, 200 gr
Para el frosting
Crema de coco, 300 gr
Azúcar impalpable, 100 gr
Matcha, 5 gr
Jugo de limón, 1/2 u
Agua, 1 cda
Procedimiento
Para el almíbar, en una cazuela a fuego medio-bajo colocar el agua y el azúcar y llevar a ebullición sin revolver. Apagar el fuego y reservar hasta enfriar.
Para el frosting de matcha, colocar en un bowl la crema de coco, incorporar el resto de los ingredientes y batir enérgicamente con un batidor hasta conseguir una consistencia cremosa.
Para la masa, disolver la levadura fresca en un poco de la leche vegetal elegida. Luego, unir todos los ingredientes de la receta, salvo el aceite de coco. Amasar idealmente en batidora con gancho o lira durante unos 7 minutos a velocidad media y otros 7 minutos a velocidad alta. Si no se tiene, integrar y amasar a mano por 15 minutos. Incorporar el aceite de coco en pomada a lo último. Dejar reposar en la heladera por 48 horas.
Formar bollos de 100 gramos y hacer un hueco en el centro hasta formar un aro parejo. Disponer en una placa enharinada y dejar leudar hasta duplicar volumen. Luego, freír en una olla con abundante aceite precalentado a 160 grados, hasta dorar de ambos lados. Retirar, dejar entibiar y pasar por el almíbar frío. Cubrir las donas con el frosting y decorar a gusto con escamas de coco tostadas, pistachos o almendras picadas.
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