Cualquier entrevista con un empresario argentino podría compendiarse en una sola pregunta elemental, ¿qué significa serlo? Y es probable que las respuestas sean casi idénticas en todos los casos. Las crisis estructurales tienen eso: en algún momento de la caída general los problemas pasan a ser transversales al conjunto y se explican del mismo modo. Ya no importa tanto si Javier Madanes Quintanilla, dueño de Aluar y Fate, es o no un industrial de pensamiento heterodoxo o si prefiere un país cerrado o abierto al mundo, como su descripción de dificultades que lo abarcan solo por ser un hombre de negocios en un país poco propenso a generar riqueza, un estadio bastante anterior a cualquier discusión dogmática. Muchos de sus pares han decidido radicarse afuera. Él dice que nunca lo pensó, que no debería ser tan difícil revertir la crisis. Aunque Fate venga de cuatro años sin crecer, no sepa si tendrá dólares para producir o deba enfrentar, desde mañana al mediodía, una medida de fuerza: la compañía ofrece 66% de aumento salarial pero el Sutna, sindicato que conduce el Partido Obrero, pide condiciones adicionales.
Aficionado a la filosofía y también a Mozart, hincha de River, este ingeniero industrial nacido hace 69 años en Buenos Aires acepta hablar de todo con LA NACION. A este particular momento argentino lo define con conceptos que podría haber sacado de Nietzsche, su autor preferido para los tiempos libres: “Hay un nivel de tristeza y falta de empuje que tenemos que revertir”, dice.
–¿Qué pasará mañana lunes en la planta? ¿Habrá acuerdo salarial?
–No.
–¿No?
–No. Nosotros ofrecemos que cada operario gane en promedio 330.000 pesos brutos desde este mes, más un cambio de convenio que implica extras el fin de semana…
–De todos modos, los reclamos con esta inflación son entendibles.
–Pero con 66% de junio a junio no pierden contra la inflación. El problema es que el sindicato exige trabajar seis horas durante cinco días.
–¿Y entonces?
–Y esto, Noruega no es. Al menos por ahora, no sé el año que viene.
–¿Y qué va a pasar?
–Es como preguntar quién tiene razón, si Macri o Rodríguez Larreta: habrá que preguntarle a Milei. Hemos logrado un desorden que nos obliga a acordar en medio de una politización de extremos, a derecha y a izquierda, cada sector con las herramientas que puede. Es un hecho social que se está dando.
–¿Usted fue de los que se ilusionaron con Alberto Fernández?
–En general no me ilusiono con las personas, me ilusiono con las posiciones frente a los temas. Y consideré que Alberto Fernández estaba en condiciones de armar un equipo de gestión dinámico, multidisciplinario y competente. Creo que, en un mundo muy difícil, tenía la posibilidad… Bueno, le cayó la pandemia, además de un mundo difícil, y eso le ha complicado mucho. Ahora ya estamos casi en un final de ciclo, con lo cual le va a ser mucho más difícil mostrar las bondades de su capacidad.
–¿Hay posibilidades de revertir?
–Nunca está perdido, como decía el poeta: todos los muertos tienen vida cinco minutos antes de la muerte. Creo que todo se puede mejorar. Pero tenemos que ponernos las pilas y no creer en fantasías, no creer que va a haber un hecho mágico que te va a revertir una situación estructural.
–¿Qué sería una fantasía?
–Por ejemplo, que la Argentina va a resolver con las inversiones en el negocio del hidrógeno los problemas del resto del mundo y eso nos va a colocar en la pole position. Eso es una fantasía.
–El Gobierno dice que la economía crece, ¿es así?
–Respecto del momento de mayor caída de la pandemia, sí; si medimos con períodos anteriores, no. Hay una recuperación, con un crecimiento que va teniendo una inercia, en estos momentos, descendente…
–¿Supone que se va a frenar?
–Y, hay bastantes señales. No solo respecto del mercado interno, sino en el mundo. Hay muchas señales de achatamiento de la actividad que vamos a ir viendo en los próximos meses. No veo un período de crecimiento.
–¿Teme que le falten dólares?
–Hay una norma de acceso a divisas para insumos, que tiene como base de referencia un momento en que la actividad estaba muy achicada. En Fate proyectamos un déficit de divisas del 25% al 30%: la provisión del Estado no estaría asegurada para mantener el nivel de actividad, con lo cual nos queda salir a buscar esas divisas postergando pagos a proveedores internacionales, algo muy difícil, o en créditos de financiación de importaciones, también sumamente difícil. No puedo hacer la cuenta de divisas del Banco Central: me preocupa que justo el semestre que aportaría más y que daría un colchón no se está mostrando muy exitoso.
–¿Qué les dice el Gobierno?
–Se lo decimos hace tiempo. No pedimos algo caprichoso: pedimos algo que apunta o a incrementar exportaciones, en definitiva, esas son divisas que vuelven, o a la sustitución de importaciones donde, además, se agrega valor local. Pero bueno, las prioridades dependen de los distintos estamentos. Supongo que a la cabeza de eso está el ministro Martín Guzmán. Hay quienes interpretan que hay otros funcionarios que tienen su peso… Es un poco confuso.
–¿Por qué subieron tanto los precios de los neumáticos y el aluminio?
–El aluminio sigue un criterio de precio internacional. Subió y ahora está bajando. En los neumáticos intervienen otros factores; tuvimos un pedido de información de la Secretaría de Comercio que abarcó a una docena de compañías. Mandamos todo y, en nuestro caso, la evolución del precio está bastante cercana a la inflación del período analizado. Desconozco la información que pasaron los importadores. Con eso se va a llegar a una conclusión, espero lo antes posible. Tengo que reconocer que hubo una escapada de precios al consumidor sumamente importante.
–¿Por precios internacionales? ¿Por emisión monetaria?
–Una suma. Los insumos aumentaron en 2021 entre 30 y 35%. Otro factor es que los productores locales tienen dificultad para levantar el nivel de actividad, eso dificulta absorber el gasto fijo. Y después, en la cadena de distribución se sumaron etapas, que probablemente son innecesarias, en las que cada uno remarca hasta donde puede. Hay productos que en puerta de fábrica valen diez y en el mostrador valen cincuenta.
–¿La inflación es un fenómeno monetario o, como dice Martín Guzmán, es multicausal?
–Es multicausal, no solo monetario. Porque todos nos atrincheramos donde suponemos que tenemos posibilidades de perder menos. Y como no hay demasiadas alternativas para proteger tu capital, tu patrimonio, todo el mundo está ahí orejeando dónde puede reponer la mercadería que vende. Si hay un tornillo que se prevé que no va a poder ser repuesto en estantería, pero que tiene demanda… terminás pidiendo por el tornillo más que por una máquina agrícola.
–Eso no pasa en otros países.
–Está pasando, pero en menor magnitud. Nosotros, en esto, hemos hecho un master.
–¿La diferencia con otros países no es que acá se emitió más?
–Ese es un factor adicional. La Argentina muchas veces se ha convencido de que la emisión es neutra desde el punto de vista de la inflación. Yo creo que no es así, que la emisión descontrolada es uno de los factores de inflación, tal vez de los más importantes.
–¿Por qué la Argentina no resolvió esos temas que la región y el mundo ya habían resuelto?
–En el origen son fenómenos culturales. Primero, una visión especulativa de las actividades, poca vocación al riesgo empresario; por otro lado hay muy poca voluntad de generar alianzas estratégicas con el mundo.
–En Perú, en Colombia, ¿los empresarios no especulan?
–Especulan, pero tienen más claro un horizonte. El Pacífico logró un modelo de negocios más orientado a Asia y eso sirvió. Y así en distintas partes del mundo. Nosotros es como que nos vamos quedando un poco solos.
–¿El problema es la dirigencia política, la gente, los empresarios, los sindicalistas?
–Somos todos. Acá no se le puede achacar a los políticos, ni al trabajador, ni al empresario una mayor cuota de responsabilidad.
–¿Cuánto influye ahora la interna del Gobierno?
–Lo mismo que la de la oposición. No es exclusivo del oficialismo, donde hace más ruido.
–Pero el Gobierno es el que toma las decisiones.
–Bueno, yo a la oposición no la veo con programas alternativos. La veo más en una lucha de poder que con una propuesta.
–¿Le gusta algún dirigente político?
–Creo que hay mucha gente que está pensando, proba y capaz. El problema es que cuando tratamos de darle una forma de trabajo colectivo somos una sociedad que se apoya más en las mezquindades que en la vocación de conjunto. Cuando nos juntás a todos, restamos en lugar de sumar.
–¿Es una cuestión de acuerdos?
–Y de asumir el costo político de cada medida. Cuando venís pifiándola y tenés que explicarle a la gente que hemos fracasado mucho, lamentablemente tenés que asumir un costo político y eso puede originar ser desplazado. Bueno, le ha pasado a De Gaulle, a Churchill, que tuvieron que dar un paso al costado porque la sociedad dejó de reconocerlos como líderes absolutos, eso puede pasar.
–Y cree que los políticos deberían tomarlo como algo natural.
–¡Absolutamente natural! No debiera ser una terrible ofensa o algo trágico: tendrían que sentirse parte de un proceso de crecimiento y no de poder.
–La dirigencia política no quiere pagar costos.
–Nadie quiere. Ni la política, ni la empresaria, ni gran parte de la sociedad, que cree que tiene ciertos derechos más allá de sus responsabilidades.
–¿Qué derechos?
–En estos días hablamos de derechos laborales. La gente debe convencerse de que la distribución del ingreso tiene que ver con la vocación de trabajar de un modo eficiente, optimizando los recursos de capital. Cuando te colocás en la situación inversa, donde simplemente es un tema de distribución sin creación de valor agregado, la suma de eso da algo catastrófico. Nos hemos convencido de que el conjunto nos habilita a hacer ese reclamo, a no generar valor y, en cambio, recibir una sobre-redistribución que no tenemos cómo pagar.
–¿Eso difiere de otros países?
–Sí. Lo ves en fenómenos como el de Suiza, que ofrece dar un bono universal de 2000 euros o más para proteger a la población…, ¡y la población va a un referéndum y vota en contra! Tiene una madurez política interesantísima, porque se da cuenta de que las cosas no son mágicas.
–¿No tenemos cultura del trabajo?
–No tenemos cultura social. La cultura del trabajo es parte de la cultura social. También la educación, la salud. Acá compartimos una actitud de egoísmo que lo único que logró es que el país descienda en los estándares internacionales, desde que soy chico.
–El presidente de Toyota dijo que no podía contratar personal calificado. ¿Le pasa lo mismo?
–Sí, sí, por supuesto. Es un círculo vicioso: hay una menor inversión y disposición en la gente a tener una formación académica y, cuando los incorporás al circuito laboral, lo que antes te llevaba tres meses en ser productivo, hoy te lleva 8 o 9 meses.
–Hay empresarios que se acercan de nuevo a Macri. ¿Cómo lo ve?
–Las decepciones conllevan a veces a buscar soluciones hacia atrás y no hacia adelante. Es un error. No es que lo ubique a Macri hacia atrás y no adelante: en él está mejorar las propuestas de su gestión. Creo que le costó mucho profundizar en temas estructurales, porque el atractivo de mantener un equilibrio de poder político es siempre muy tentador.
–No pagar costos.
–Y, a él le ha costado mucho pagar costos, sí. Ahí veo un problema.
–¿Cristina es un factor disruptivo para el despegue?
–Cristina es una persona extremadamente inteligente, que tiene una capacidad de comunicación y una oratoria envidiables. Pero más que para seguir pensando en ella, creo que estamos para pensar en quien la suceda. Si nos quedamos estancados en el modelo que algunos plantean de la Cristina eterna va a ser una ficción. Con la polarización nos va a seguir yendo muy mal.
–¿Es optimista de aquí a 10 años?
–Si no lo fuera me habría ido del país. Nada de lo que vivimos es imposible de cambiar. Pero tenemos que estar convencidos. Hoy hay un nivel de tristeza y de falta de empuje que debemos revertir.
–Muchos empresarios se radicaron en Uruguay. ¿Lo pensó?
–No, mis hijos están en este país, mis amigos también. Sí, está bien, los problemas están en la Argentina… pero es un combo.
Javier Madanes Quintanilla nació hace 69 años en Buenos Aires; fue parte de la primera promoción del Liceo Franco Argentino Jean Mermoz y se graduó como ingeniero industrial en la UCA.
Gustos. Es hincha de River y amante de la filosofía; eso lo llevó a interesarse en el pensamiento de Friedich Nietzsche, pasión compartida con sus hijos. Le gusta la música clásica y las obras de Mozart son sus preferidas.
Antepasados. Bisnieto de un rabino por parte de padre e hijo de una madre católica, se define como un “hombre religioso no dogmático’