Óscar Alzaga (Madrid, 1942) publicó hace unos meses el libro La conquista de la transición (1960-1978). Memorias documentadas (Marcial Pons) en papel y en versión digital ampliada. De su libro y vivencias habló recientemente en la UPNA con el catedrático Juan María Sánchez Prieto dentro del programa de actividades de la Escuela de Democracia dirigida por el filósofo Jorge Urdánoz. Militante en la oposición al franquismo, miembro fundador de Cuadernos para el Diálogo, participó en la fundación de UCD y posteriormente presidió el Partido Demócrata Popular, que acabó coaligado con la Alianza Popular de Fraga.
Dedica el inicio de sus memorias a la destrucción de los archivos de la represión franquista. ¿Por qué?
–La destrucción metódica, sistemática y con pretensiones de totalidad de los archivos policiales y parapoliciales fue una cosa que los que veníamos de la oposición no olvidaremos nunca, porque éramos conscientes de que lo que se quería era borrar de la historia de España lo que habíamos hecho y construir otra versión: que la democracia no se había conquistado por un esfuerzo permanente, planificado y exitoso de los demócratas durante lustros, sino que era una donación. Yo soy elegante en esa presentación, solo hablo de Rodolfo Martín Villa, que se responsabilizó de la destrucción de los documentos.
Era diciembre de 1977. Detrás de Martín Villa cabe pensar que detrás estaba Adolfo Suárez.
–Y piensa usted con razón.
¿Y quizás el rey?
–No, porque no estaba en estas cosas, pero Adolfo por supuesto. Los que venían del Movimiento se encuentran con que el pulso lo había ganado en los últimos años la oposición, y no querían aparecer como derrotados.
Usted tomó conciencia política como estudiante. ¿Hubo más oposición al franquismo en la universidad que en las fábricas?
–Fue una oposición de naturaleza muy diferente. En las fábricas, la movilización por medio de huelgas era para respaldar las exigencias de conseguir en el nuevo convenio colectivo unas mejores condiciones laborales. Una vez aprobado, normalmente los trabajadores se ponían a trabajar, y transcurría mucho tiempo hasta que venía el siguiente conflicto. Solamente en sitios muy puntuales había una cierta constancia en la protesta. El movimiento universitario no reivindicaba condiciones de los estudiantes, sino que se vivía la preocupación del mundo intelectual por tener un sistema dictatorial nacido de una cruenta guerra civil de tres años, un sistema atípico en la Europa democrática de la época, y que plantea problemas de futuro. Entre otros, la no posibilidad de integrarse en la Comunidad Económica Europea. Se pensaba en el interés general, en un futuro de más calidad de convivencia que tuviese un entramado ético superior en cuanto a disfrute de derechos o libertades.
Cabría suponer que el nacionalcatolicismo era más magnánimo con los democristianos, pero que su existencia le escocía más. ¿Fue así?
–Aporto una fotografía que hicimos en una manifestación del Movimiento, en frente de la embajada italiana. Habíamos conseguido que el cardenal Montini solicitara a Franco públicamente que se condonaran unas penas de muerte. En la foto hay una pancarta que dice La democracia cristiana nos ha salido marrana. La frase es poco elegante, pero eran poco elegantes los del Movimiento. Ese cardenal poco después fue elegido Papa: Pablo VI. Y ahí es donde ya el nacionalcatolicismo español se encuentra con unas contradicciones evidentes y muy relevantes. Y a nosotros, a los demócratacristianos, nos permitía jugar un papel en esa contradicción.
Cuenta que le decepcionó que Suárez en las elecciones del 77 privilegiase en las listas a gente procedente del Movimiento.
–Adolfo Suárez era un hombre del Movimiento, por entero. Había sido gobernador civil en Segovia. Un gobernador civil, entre otras cosas, era el jefe de todos los servicios policiales de la provincia, y estaba encima de lo que pasaba en el mundo obrero o en el estudiantil. Había ocupado cargos muy elevados en el Movimiento, había llegado a ser su número uno. No tenía en su trayectoria ningún capítulo de haber participado ni en movimientos de reflexión crítica ni democratizadores. Nada de nada, de nada. Lo que aportaba era la imagen de juventud. El problema que tenían los del Movimiento, cuando Franco se aproximaba a la muerte, es que era una generación de jubilados, de personas muy mayores, con poca continuación en las generaciones más jóvenes. Y entre esas pocas gentes, Adolfo Suárez tenía la imagen de un hombre guapo, alto, con buena foto… Lo mejor de él era la foto, nunca había intervenido en un debate sino leyendo, y lo que leía siempre se lo habían escrito. En UCD sabíamos que el expediente académico de Adolfo era un desastre.
Suárez dirigió TVE, que había promocionado al entonces príncipe.
–Y que era un monopolio televisivo donde permanentemente había que decidir lo que se transmitía y lo que no. Una censura permanente en un medio capital, la televisión de la dictadura.
¿Tenía un cierto complejo ante gente que veníais de la oposición?
–Adolfo, en mi opinión, llega a la conclusión de que es insostenible el franquismo sin Franco. La oposición democrática está dispuesta a pactar, él está dispuesto a oír, y a mí me asume la idea que yo defiendo en una conferencia de que hay que montar una gran coalición de liberales, socialdemócratas y demócratacristianos. Una coalición de centro, con ese espectro. Se apunta a la idea para encabezarla, y al encabezarla, en buena parte la desnaturaliza, porque el número demócratacristianos, liberales y socialdemócratas que permitió incorporar en las listas en las zonas de probabilidad de salir electo era minoritaria.
Con todo, usted decidió continuar en UCD pero no participar en la campaña del 77.
–A mí me consideraban un crítico. Hay que tener en cuenta que durante la etapa de UCD, todos los teléfonos siguieron pinchados. La inclusión en el Código Penal del delito de escuchas ilegales se hizo bastante después de los Gobiernos de Adolfo Suárez y de Leopoldo Calvo Sotelo, cuando España ya es miembro de la Comunidad Europea.
Visto ahora, con la perspectiva del escándalo Pegasus, es tremendo.
–Visto sin necesidad de ninguna perspectiva. Entonces ellos sabían que Óscar Alzaga era muy partidario de una gran coalición, pero que eso de que tuviesen el control los señores del Movimiento Nacional le parecía un disparate, porque lo que hacían falta eran demócratas. Adolfo Suárez estableció unas cautelas respecto a mí. Y me metieron en las listas en un puesto que era dudoso que saliese.
Sin embargo, le ofrecieron carteras ministeriales que usted rechazó.
–Sí, en la legislatura del 77 y del 79. Landelino Lavilla le dijo a Suárez: Hay que hacer diputado a Óscar Alzaga, que es el que sabe de derecho constitucional. Los tres ponentes de UCD eran juristas que en las oposiciones lo que habían estudiado eran las Leyes Fundamentales. Le debo a Landelino Lavilla el ser diputado. Él nombró a un diputado de Madrid fiscal general del Reino para que corriese la lista y yo entrase. Me llamó, me preguntó sobre los trabajos de la ponencia, y le mostré una preocupación especial sobre el Título Octavo, por no haberse aceptado un modelo federal, muy experimentado y perfeccionado en las democracias contemporáneas, mientras que el modelo autonómico era un invento de caucho, y Landelino me dijo: tienes que explicarle esto a Adolfo Suárez.
Y usted fue a Moncloa.
–Suárez me recibió al día siguiente. Él siempre era cariñosísimo. Comentó que el federalismo había fracasado en la Primera República. Yo le dije: Adolfo, hubo un borrador de Constitución federal que no llegó ni a debatirse. Él se dio cuenta de que había oído campanas y hablado de lo que no sabía, me cambió de conversación, no me dejó volver al tema, y se puso a hablar de los peces de colores. Ese era Adolfo Suárez. Cuando al día siguiente le conté a Landelino mi conversación, me dijo: Bueno, veo que te has dado cuenta de quién es Adolfo, no tiene preparación, no sabe nada de estas cosas. Pero me mencionó entre otros a Fernando Abril, que me llamó para dialogar con el PSOE en reuniones nocturnas. Suárez me ofreció sucesivamente tres carteras y y Leopoldo dos; yo no acepté ninguna, porque tenía vocación de ser jurista y al que tiene aquí sentado es un jurista y un profesor, no un político.
Un Adolfo Suárez del que hace tiempo se conoció aquel off the record de que no había hecho un referéndum monarquía a república, porque la república lo ganaría.
–La oposición democrática no exigió ese referéndum. Yo le puedo a usted asegurar que no exigimos un referéndum sobre monarquía república. El PCE pintaba poco en las influencias de la negociación de la Transición. El PSOE no lo planteó, y los liberales tampoco. No era un tema capital. De eso ya se estaba de acuerdo en el Congreso de Múnich, un acuerdo entre los demócratacristianos, los liberales y los socialistas muchos años antes de llegar al 77, siempre y cuando fuese una monarquía parlamentaria.
¿Por qué acabaron tan mal Suárez y el rey Juan Carlos?
–Creo que el problema de Adolfo Suárez fue con el rey, con los cuadros de UCD, con la opinión pública. Hubo un proceso de desprestigio. Le voy a explicar algo revelador. Felipe González presentó una moción de censura contra Adolfo Suárez. Aquel día se reunió la Ejecutiva de UCD, de la que yo formaba parte. Suárez dijo que no resistía un debate con Felipe.
¿Tan inseguro estaba?
–Absolutamente inseguro. Delante de veintitantos miembros de la Comisión Ejecutiva no le faltó nada más que casi echarse a llorar para decir que él solo podía intervenir en el Congreso llevando escritos que le hubiesen preparado, que él no podía improvisar ante lo que dijera Felipe, que no estaba preparado para eso, que no podía ser (voz de desesperación). Fue tremendo. Los miembros de la Ejecutiva salimos diciendo este señor no puede ser el presidente del Gobierno.
¿Y el debate cómo se celebró?
–Con Adolfo calladito sentado en el banco azul durante todo el debate, y al final, llevaba dos folios que le habían escrito, y en UCD, hasta el último diputado y senador conocía lo que había pasado en la Ejecutiva. Nos habíamos encontrado con un señor incapacitado para desempeñar la función constitucional del presidente del Gobierno.
Implosionó UCD y usted siguió en política y pasó a presidir el PDP.
–Pero no quería seguir en política para hacer carrera política, sino por un compromiso ético. Había que dar la cara.
¿Cómo un hombre con su perfil al final llega a un acuerdo en el año 82 con un Manuel Fraga que venía de donde venía?
–Eso está fuera del libro.
Pero para cerrar la historia…
–Mire, yo no fundé el PDP como se ha dicho alguna vez. Lo promovió un grupo de demócratacristianos encabezado por Julen Guimón, diputado por Bizkaia. Julen me llamó para que lo presidiera. Yo no estaba en la operación, estaba pensando en retirarme. Esa operación estaba pensada por Guimón y aquella gente para pactar con los restos de UCD, pero desde una posición de firmeza, como una federación. Estos se negaron a pactar y me encontré con una llamada de Fraga que no esperaba. Pero ni yo fui el fundador de PDP ni el que tuve esa idea.