El debate entre los candidatos de la segunda ronda es ya asunto del pasado, pues las presidenciales las ganó Emmanuel Macron frente a Marine Le Pen. Sin embargo, se aproximan las legislativas y es necesario que se tenga en cuenta lo siguiente con vistas a los futuros candidatos pertinentes: si bien Marine Le Pen llevó a cabo una campaña casi perfecta, lo que hizo que su puntuación en porcentaje subiera honorablemente con relación a la que obtuvo en el 2017, frente a un Emmanuel Macron más pendiente de la guerra en Ucrania que de Francia –guerre oblige–, bastante ausente de su propia campaña hasta última hora y bastante despreciado por los votantes, dados los resultados de sus cinco años de mandato, en el debate quien llevó la batuta fue sin duda alguna el presidente reelecto. Analicemos entonces el debate:
Marine Le Pen es muy buena desplazándose y en las visitas a los pueblos, en su comunicación con los franceses de a pie, en su encuentro con los militantes de su partido, Reagrupamiento Nacional, pero en los debates se apoca. Macron, a la inversa. Bastante sobreactuado y mediocre en los primeros renglones señalados, es excelente en los debates; posee un lado envolvente que al parecer sedujo otra vez, pese a que su récord no fue el mismo que en el 2017, pues sufrió un susceptible bajón.
Un ejemplo de cómo la una se reduce ostensiblemente frente al otro ocurrió ya una vez, cuando de economía se trató. El tema de la economía Le Pen lo maneja pésimo, y no hay nadie que se atreva a decírselo de una buena vez.
Por otro lado, frente a los ataques insidiosos de Macron, la candidata no halló respuestas contundentes. Cuando Macron le sacó su supuesta relación amistosa con Vladímir Putin, y el dinero conseguido mediante un banco ruso, la líder no atinó a responder con verdadera firmeza. Una buena respuesta habría sido que lo tirara al ruedo diente por diente, y le inquiriera acerca de qué hay de su amistad con los Rothschild y con el hacedor de la agenda 2030, Klaus Schwab, el teórico de “los desplumaremos y serán felices”. O que le mostrara su foto acompañado de un sonriente hijito de George Soros, Alexander Soros, de los primeros en felicitar al presidente. O que simplemente recordara que si alguien se ha sentado recientemente con Putin ha sido el propio Macron, por supuesto, para negociar la paz entre Ucrania y Rusia. Le Pen perdió prenda, y me pregunto si también no estaría entre los planes, pactados o no, que perdiera esa prenda que la hubiera podido dejar mejor parada.
Me gustaría enterarme del meollo en aras de conocer lo que pudiera suceder de aquí a cinco años –o siete, si es que Macron, tal como se dice, vuelve a restituir le septennat, o sea, los siete años de mandato que condujeron a François Mitterrand a mantenerse 14 años en el poder–. Porque si de aquí a cinco o siete años, tal como indican las cifras, Francia vuelve a tener a Marine Le Pen como candidata preferencial y a Jean-Luc Mélenchon como tercera fuerza política, ya sin Emmanuel Macron en el escenario, en el debate Le Pen-Mélenchon no sólo ganaría ampliamente el segundo, además Francia casi entera votaría sin dudarlo por el comunista, inclusive, y dado por ende que sus programas políticos, salvo en inmigración, son idénticos, y también dado que Francia jamás votará por la ultraizquierda teniendo a un ultracomunista a tiro de mano.
Emmanuel Macron lleva ante sí la ardua tarea, y no será lastimosamente la principal por el momento, de evitar que esta presumible situación se le presente tan fácilmente a Francia. Debiera trabajar para impedir que un ultracomunista se hiciera de manera cómoda con su reemplazo. Pero a juzgar por sus amigos y compañeros de ruta –como se les llama aquí–, creo que más bien y sin dudarlo antes apoyaría a Mélenchon que a Le Pen.
En cuanto a Mélenchon, hasta mandó a imprimir un afiche proponiéndose como primer ministro. Cosa que propuso a cualquiera de los dos candidatos antes de que uno de ellos fuera definido mediante votos como el victorioso. ¿Oportunista? Claro, por supuesto, como cualquier ultracomunista.