“A veces me impresiona haber sobrevivido”. Brooke Shields sonríe tras decir esta frase que hace referencia a su vida profesional, la cual reconoce como una fuerza vital. A sus 57 años es el momento para echar la vista hacia atrás, para hacer una revisión necesaria, no solo de su vida, sino también de una época, aquella cuando siendo una niña inició un proceso de sexualización de su imagen y que la convirtió en uno de los símbolos más icónicos de la industria del entretenimiento en EEUU y mundialmente.
Bajo la tutela de su madre Teri, con quien vivía tras el divorcio de sus padres, Brooke tenía 11 meses cuando se puso por primera vez delante de una cámara. En el excelente documental de dos partes, Pretty Baby: Brooke Shields, se narra el ascenso de la niña modelo a la actriz adolescente, protagonista de las polémicas Pretty Baby (rodada cuando tenía 11 años) y The Blue Lagoon (a sus 15).
De la mano de Brooke, y con la participación de personas claves en la vida de la actriz, la realizadora Lana Wilson (también directora de Miss Americana, sobre otro icono pop estadounidense de masiva influencia como lo es Taylor Swift) se mete en todos los recovecos de una historia de la que podríamos pensar que se sabía todo. Pues nos equivocamos.
[Brooke Shields denuncia que fue violada con 20 años: “No peleé mucho, tenía miedo de que me ahogara”]
Con este documental estrenado recientemente en el Festival de Sundance, se expone como nunca antes, se analiza y además se reivindica la figura de Brooke Shields.
El lago y los ‘jeans’
El título de este documental evoca precisamente la película dirigida por Louis Malle en la que Brooke interpreta a una niña prostituta. Pretty Baby removió y perturbó a una buena parte de la sociedad, no por puritanismo (como se pretendió apuntar), sino por una pregunta que apelaba al sentido común: ‘¿Está bien que una niña sea expuesta desnuda y como un objeto de deseo en un película? ¿es correcto que un hombre de casi 30 años – el actor Keith Carradine – bese en la boca a una cría?’.
“Desde ese momento, me convertí en el foco de atención de muchas cosas, buenas y malas”, reflexiona Brooke en el documental y además recuerda que en ese momento no era consciente del uso que se le estaba dando a su cuerpo. Y he aquí una relevante arista que debe tomarse muy en serio, y es que mientras la crítica cinematográfica (predominantemente hombres, valga decir) alababan la cinta del realizador francés, Teri y Brooke constituyeron la diana de todos los ataques y desagravios. Para muestra están las entrevistas de la época.
El caso de Shields sirve para explicar un fenómeno social que la autora y activista Jean Kilbourne muy bien describe en el documental, y es que a finales de la década de los 70, una de las respuestas ante el apogeo del feminismo lo constituyó la sexualización de las niñas.
Con El lago azul, que cuenta la relación de dos niños que crecen solos en una isla desierta y que en la adolescencia empiezan a experimentar su sexualidad, se convirtió en símbolo para los jóvenes y en un objeto de deseo.
Si bien con esa película dirigida por Randal Kleiser, Brooke alcanzó el estatus definitivo de celebridad, el precio fue bastante alto. “Lo que quisieron hacer fue un reality show para mostrar y vender mi despertar sexual”, analiza desde el presente tanto el proceso de aquellos cuatro meses de rodaje en Fiyi como el resultado final, “la ironía es que yo nunca conecté con mi propia sexualidad”.
[Por qué Cate Blanchett encarna el estilo minimalismo perfecto en la película TÁR]
Bajo las órdenes de Franco Zeffirelli en Amor sin fin, a sus 16 años, fue la primera vez que se sintió en verdadero peligro en un set. Relata Shields que Zeffirelli se enfureció con ella en las escenas de sexo (donde la actriz aparece completamente desnuda); que le mostrara éxtasis, reclamaba el director italiano, pero Brooke, aterrorizada, le decía que no sabía qué era eso.
Ya que en la mayoría de los rodajes su madre no podía protegerla ni tampoco había una persona del equipo para apoyarla, Brooke tuvo que desarrollar lo que ella llama “técnicas de supervivencia”. Una de ellas fue la disociación, que no es más que desconectar el cuerpo de la mente, un recurso que implica un alto riesgo de no llegar a sentir nada.
Para aquel entonces, en las entrevistas de televisión, muchas de ellas en compañía de su madre Teri, Brooke, que tuvo una educación católica especialmente por parte de su padre, intentaba mostrar entereza, profesionalidad, ocultando la vergüenza por el hecho de que su intimidad y su cuerpo estuvieran en el foco de atención.
Con la campaña de publicidad del diseñador Calvin Klein, la sobresexualización de Brooke tocó techo. La polémica no se hizo esperar. ‘Sabes lo que hay entre mis Calvins y yo? Nada’, decía la adolescente de 16 años en uno de los clips publicitarios mientras la cámara recorría su cuerpo en poses que dejaban poco margen para la imaginación.
En una entrevista de aquella época recogida en el documental, ante la pregunta de si con su campaña no pensó en la cosificación de una menor y sus efectos en los adolescentes, Klein respondió: “Soy un chico malo, ¿qué más quieres que te diga?”. En 90 días las ventas de sus jeans se habían incrementado en un 300%. Sin dudas, Brooke, convertida en un icono sexual, representaba un buen negocio para el diseñador, pero también para todos aquellos que vieron en ella un producto con cara bonita.
[Se confirman las favoritas de los Oscar 2023: lista completa de nominacones de la 95 edición]
“No culpo a mi madre, pero hubiera deseado de su parte que considerase un poco más las cosas, como ‘Vale, veamos qué significa esto’ y a ver qué posible efecto podría tener”, aclara la actriz que se pasó gran parte de su niñez y adolescencia tratando de mantener con vida a Teri, entregada al alcoholismo.
Tragos amargos
Estando en la cima de la fama, apenas cumplía los 16 años cuando Brooke se enfrentó a uno de los episodios más agrios de su vida. El fotógrafo Gary Gross, a quien se le había considerado un amigo cercano de la familia, intentó vender imágenes desnuda que él le había tomado cuando tenía ella unos 9 o 10 años.
El enfrentamiento en un tribunal de Nueva York, además de terrible, denigrante e indignante, puso en evidencia la desprotección a la que se exponen las niñas y las mujeres en una situación como esa. “Te lo pasaste muy bien posando desnuda, ¿no?”, “Te gusta ser sexy, a que sí…”, “Quieres que te conozcan como un símbolo sexual, ¿no?”, fueron algunas de las preguntas del abogado de Gross, a quien le favoreció el fallo.
El trago fue amargo, pero sobre todo fue duro para Brooke darse cuenta de la estigmatización.
Además de los detalles sobre la relación con su madre, en la segunda parte del documental, ahonda en su matrimonio con Andre Agassi (que se reveló como un hombre extremadamente celoso, controlador y violento), pero quizás la revelación más impactante de Brooke en Pretty Baby: Brooke Shields sea la violación de la que fue víctima.
Recién egresada de la Universidad de Princeton en 1987, tras cuatro años sin rodar, se le estaba haciendo cuesta arriba encontrar ofertas de trabajo. Teri, que también ejercía de manager, no era de mucha ayuda, de manera que Brooke estaba prácticamente sola gestionando su carrera. En Los Ángeles acordó una entrevista con un hombre de la industria cinematográfica que terminó agrediéndola.
[Crítica: Lydia ‘Tár’ orquesta su propia destrucción en una sinfonía sobre el abuso de poder y el ego]
“Me quedé paralizada”, narra evidentemente aún afectada, y aunque no proporciona un nombre en concreto, detalla aquella vivencia. Cuenta que pensó que un ‘no’ sería suficiente, pero se equivocó. Forcejeó después de que el hombre se le abalanzara, pero el terror la invadió y fue cuando se activó el mecanismo de “disociación”, ese mismo que estuvo perfeccionando durante todos estos años.
“Pensé ‘mantente con vida para que salgas de esto’, y me callé”, relata y admite que en ese momento no estuvo dispuesta a digerirlo. “Me rehusé a ser una víctima”, afirma en el presente.
Nada ni nadie mató esa “fuerza vital” que movía a Brooke Shields. Con los años tomó las riendas de su vida, se reinventó con la comedia en la televisión, así como en el musical sobre las tablas, y hasta hoy en día sigue activa como actriz. Sin embargo, uno de los roles más importantes de su vida lo asumiría lejos de las cámaras, al derribar el silencio en torno a la depresión post parto, la cual sufrió en carne propia tras el nacimiento de su primera hija en 2003.
Shields, que escribió el libro Down Came The Rain: My Journey Through Postpartum Depression (2005), no solo logró que se hablara abiertamente de un tema estigmatizado, sino también contribuyó a que el gobierno estadounidense apoyara la investigación y educación de la depresión post parto.
Aparte de todas las reflexiones que genera en relación con la imagen de las niñas y adolescentes en la industria audiovisual (y por extensión en las redes sociales), el documental Pretty Baby: Brooke Shields es la mejor manera para (re) descubrir y reivindicar a Brooke Shields.
Sigue los temas que te interesan