VALÈNCIA. Lara Moreno observa qué pasaría si las paredes de un edificio de viviendas de Madrid hablaran. Tres mujeres cuyas vidas no tienen un punto de encuentro si lo tienen en la mente del lector: todas sufren el catálogo de violencias que el sistema permite y la ciudad amplifica. Machismo, racismo, clasismo. Cada una, por separado, tienen que lidiar con la amenaza, con el miedo, con la incertidumbre. Cada una vive en la cárcel que puede ser, cuando no hay redes de atención y cuidado (o incluso cuando las hay), una ciudad contemporánea para la ciudad.
La ciudad, la nueva novela de Moreno, también es una novela que puede presumir de prosa inteligente, y de ser ágil a la vez que no querer ser ligera. Dice la onubense que es la culminación de ir afilando su lenguaje poco a poco. También que ojalá le preguntaran más sobre ello y menos sobre otros temas, que también están en el libro, y que azuzan —por desgracia— los titulares del día a día. La autora, que presentó el libro la semana pasada, habla para Culturplaza.
– [Era 25-N, también el día después de los insultos machistas de Vox a Irene Montero] Qué ambiente más enrarecido para hablar de tu novela en particular, pero de violencia contra las mujeres en general. No solo por el día que es, sino por lo que está sucediendo.
– Es que claro, ¿dónde empieza el enrarecimiento? Te lo pregunto porque el ambiente está enrarecido contra el Ministerio de Igualdad todo el día. Si te refieres a la ley de libertad sexual, es la ley más importante que se ha hecho respecto de este tema nunca; así que, a grandes avances, grandes reacciones. Yo simplemente espero que todo se solucione lo antes posible porque lo importante de aquí es la ley, y los derechos que protege y que hasta ahora no se protegían, y que se ponga el consentimiento en el centro —es que, hasta la palabra consentimiento tenemos que aclarar. Y luego, los insultos a esta mujer… Pues yo solo sé que todo forma parte de la misma jauría. ¿Qué vamos a hacer si vivimos en un país de bárbaros?
– Para hablar de la violencia, del amor, o de otros grandes temas, pues hay quien le basta con una única historia. ¿Por qué decides fragmentar esta radiografía de la violencia machista en tres historias diferentes?
– Mi idea no era fragmentar la violencia machista, sino hacer una especie de panegírico de nuestra estructura social y de cómo se vive y cuál es el paisaje humano que tenemos en las ciudades. No pensaba en un principio hablar de maltrato, siquiera. Posiblemente, si no hubiera decidido, impulsivamente, escribir la historia de Max y de Oliva, si esa no fuera historia de maltrato, igualmente las demás protagonistas, e incluso ella, puntualmente sufrirían violencia de género; porque es imposible no sufrirla en una sociedad que está construida sobre una profunda desigualdad. Pero, a lo mejor, habríamos estado hablando de otro tipo de violencias como la laboral, la económica o el racismo. No es que necesitara las tres historias para hablar de un tema, pero al final han sumado el totum revolutum de las violencias machistas.
– El acercamiento a cada una de estas historias como autora habrá sido diferente, por la propia distancia que tú tendrás, también a nivel personal, con cada una de ellas.
– Claro, con Olivia no he tenido que investigar nada, con Damaris en realidad, mi trabajo fue documentarme bien sobre el terremoto de Armenia (Colombia), a partir del cual el personaje se viene a Madrid. Me documenté y decidí que fuera la razón última de ese personaje. A la vez, su personaje es el que menos he observado en la sociedad: quería alguien sosegada, que no tuviera unos conflictos gigantescos más allá de los importante de estar viviendo a miles de kilómetros de su familia, de estar sirviendo en casa de otra personas. Pero poco a poco, contando su cotidianidad y las necesidades que pudiera tener me voy dando cuenta de la tremenda cárcel a la que le sometemos como sociedad.