La segunda temporada de El presidente, ficción creada por Armando Bo, ya se ha estrenado por Prime Video. Numerosos elementos históricos retratan, en un tono sarcástico, el mundo de la dirigencia internacional del fútbol. En estos ocho capítulos, titulados Juego de corrupción, el presidente de la FIFA, João Havelange, a través de estrategias corruptas e inescrupulosas con clubes, asociaciones y gobiernos del mundo, se erige en el poder. Sin ética ni moral, realiza acuerdos con Jorge Rafael Videla, durante el Mundial de 1978, en plena dictadura militar: goles en los diarios, radio y las pantallas, mientras el país se gobernaba con secuestros, torturas, asesinatos, desaparición de personas y apropiación de bebés. En la serie, Havelange y Videla son el actor portugués Albano Jerónimo y el argentino Favio Posca. El chileno Andrés Parra retoma el personaje de la primera temporada, Sergio Jadue, pero esta vez, como narrador que se vuelve cómplice con el espectador.
Bo es nieto del director de cine de quien recibió el mismo nombre y recuerda con admiración “las películas que producía mi abuelo, previas a Isabel [Sarli], como Pelota de trapo y Pelota de cuero; también Honrarás a tu madre me encantaba de chico; mi viejo también hizo cosas muy interesantes: Los superagentes marcaron una época”. Actualmente, está al frente de la productora About Entertainment.
Con la francesa Gaumont, Prime Video, Kapow y Fábula, hizo esta serie enorme, por la cantidad de personas, locaciones, objetos y vestuario que se emplean para la reconstrucción de época. Bo, ganador de un Oscar por Birdman, confiesa: “Buenos Aires es de donde soy. A los argentinos nos cuesta mucho irnos. Estuve viviendo mucho tiempo en Estados Unidos; un año en Uruguay, filmando la serie. Pero uso a Buenos Aires como base. Me gusta que mis hijos estén cerca de la familia”.
—¿Qué propone la serie, sobre la relación fútbol y política, en particular, en la Argentina?
—En Argentina, la política es fútbol y el fútbol es política. La serie muestra personajes del fútbol que buscan trascender, que tienen un ego personal. Esta es la historia de Havelange, quien buscaba trascender y lo logró manipulando, utilizando el fútbol y a Pelé. En la política hoy, el marketing se utiliza para contar un relato u otro. Todo es estrategia. La serie se mete en un mundo donde todavía había ideales. En los ’60, ‘70, había relatos: religiones, política; el comunismo era un lado; del otro lado había dictaduras. Hoy no queda nada de esas estructuras. La serie se toma todo eso con humor y también lo critica; funciona la parodia y no, la comedia. En la Argentina, vemos los bombos hace mil años en todos los actos públicos. Las barras bravas están en unos y otros lugares. No es que lo vimos cuando llegó Macri al poder. El fútbol se utiliza hace un montón de años. El Mundial 78 fue el uso más trágico y más terrible.
—¿Cómo encaraste la representación de la dictadura militar? ¿Se puede hacer humor con eso?
—Fue complejo. No es un tema liviano. No me metí en esa zona por capricho, sino porque el protagonista, Havelange, tiene como su primer Mundial el del 78. Contamos esa historia, con respeto, pero teniendo libertad. Eran tan, tan malos, tan asesinos, estaban haciendo todo tan mal, que en algún punto hay algo de humor absurdo ahí. No es gracioso, pero teníamos la oportunidad de golpearlos riéndonos de los idiotas y asesinos que eran, de lo mal preparados que estaban. Havelange tenía que lidiar con estos tipos que eran un desastre, asesinos que estaban ocultando todo con este Mundial. Favio Posca, y Fabio Alberti, que también está en ese capítulo, son referentes. Yo crecí con su humor cuando era chico. Traen humor y a la vez son creíbles, son de verdad. Hay una pizca de humor, de cinismo, tratando de no cruzar a cualquier lado.
—¿Cómo fue el proceso de producción y de filmación de esta serie?
—Fue escrita en 2020 y producida a principios de 2021, cuando todavía no había vacuna contra el Covid. Entonces fue un desafío productivo enorme. También, fue un desafío que la compraran: está contada en español, inglés y portugués, con un casting que viene de Inglaterra, Alemania, Francia, España. La escala de producción fue gigante. Tuvimos la suerte de filmar en Uruguay, donde todavía no había pegado el Covid. Reprodujimos todos los países en ese lugar. Trajimos vestuarios de todo el mundo, autos de Brasil. Había doscientas personas siendo testeadas todos los días, con protocolos muy estrictos. La edición fue apasionante; son ocho episodios, casi ocho horas de contenido: equivalen a casi cuatro películas.
—Estando a punto de empezar otro Mundial, ¿cómo ves a los millones de personas que acompañaron los anteriores mundiales que quedan retratados en la serie, y a los millones de personas que ahora mismo invierten su dinero en viajes, merchandising, figuritas, que alimentan ese negocio corrupto que vos retratás? O sea, hay negocio porque hay consumidores.
—Yo soy uno más. Yo compro figuritas y también me gusta el fútbol y lo miro. No critico el deporte que, de alguna manera, genera uniones. Uno puede ver fútbol con su familia, con amigos, ponerse contento. Paralelamente, el fútbol se convirtió en un negocio. La masa del fútbol es el pueblo y claramente es influenciable. El marketing puede manipular a la gente y eso lo cuenta la serie: quién está detrás de esas manipulaciones. La serie hace una crítica al sistema, pero no, desde un lugar del que no soy parte. Disfruto de ese mundo a pesar de que está corrompido.
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