Hay una selección que se quedó afuera del Mundial en estos últimos días. No se trata de un país, sino de varios: un equipo entero, incluso con varios suplentes, conformado por jugadores que se lesionaron en las vísperas de Qatar 2022. Son, además de eso, el descarte de una maquinaria que no para, y que nunca antes había dejado tan en claro y con tanta evidencia que el negocio siempre se impone por sobre la competencia y el juego. Ahí están para certificar esa ecuación las noticias frías de los marginados, el lamento de sus caras, las peleas entre clubes y asociaciones para determinar el tratamiento indicado. Panic Show. Todo un símbolo –bastante preciso y gráfico– de que si no se puede jugar no importa, porque el circo siempre debe seguir. Hasta que el cuerpo diga basta. Hasta que el cuerpo se rompa.
No es nada nuevo: la FIFA determinó que éste sea el Mundial de las obscenidades y el negocio exacerbado desde el mismísimo momento en que eligió –a fuerza de sobornos– a Qatar como sede mundialista hace más de una década. Pero luego, todo se potenció: la acumulación de partidos en esta temporada, la intensa actividad de los principales equipos entre copas y ligas, y un calendario asfixiante, sin lugar para el descanso, originó una sucesión de lesiones que nadie sabe si en algún momento terminará. La selección que gane Qatar será la que también se sobreponga a este aspecto, para nada menor.
En Argentina, el desgarro –o desprendimiento muscular– de Giovani Lo Celso el último domingo, luego de intentar tirar un taco durante un partido de su equipo, el Villarreal de España, se convirtió en uno de los temas de la semana. No solo por la noticia en sí, sino por todos los intereses cruzados que implica la lesión: el Villarreal dice algo; el Tottenham Hotspur –dueño del pase del rosarino– pide operarlo; el jugador quiere hacer un tratamiento kinesiológico y el técnico del seleccionado argentino, Lionel Scaloni, espera y avisa: “No voy a llevar a ningún jugador que esté tocado y no se encuentre disponible ya para el primer partido del Mundial”, luego relativizado al admitir que Lo Celso “no tiene reemplazante”.
La enfermería no termina en Lo Celso: Ángel Di María, Leandro Paredes, Cristian Romero y Paulo Dybala también sufren o sufrieron lesiones que activaron alarmas. ¿Es para preocuparse? En principio, no. ¿Por qué? Porque todos sufrieron lesiones musculares, las más habituales en futbolistas, pero aún les queda un mínimo margen para recuperarse. Aunque el margen es cada vez menor.
Lesión planetaria. El temor a las lesiones a pocos días de Qatar atraviesa a todas las selecciones, especialmente aquellas cuyos futbolistas juegan en las principales ligas del mundo, con un nivel de exigencia similar al que se quejan los mejores tenistas cada año.
El último ejemplo del sueño mundialista roto es el de Timo Werner, el goleador de la selección alemana que sufrió una lesión en el tobillo izquierdo en el último partido con su equipo, el Red Bull Leipzig. De acuerdo al parte médico oficial, el delantero presenta un desgarro en el ligamento de la sindesmosis del tobillo izquierdo y tardará por lo menos dos meses en retornar a las canchas.
Si Alemania pierde a su goleador, Francia perderá a dos piezas claves de su mediocampo: N’Golo Kanté y Paul Pogba. Kanté, del Chelsea, se resintió de una lesión en los isquiotibiales y Pogba, de la Juventus, debió operarse los meniscos de su rodilla. A Didier Deschamps, técnico de la vigente campeona del mundo, se le puede agravar el cuadro si es que Raphaël Varane, defensor del Manchester United, no llega por una dolencia en su rodilla. Las últimas novedades son positivas: “Estoy mucho mejor”, publicó en sus redes sociales.
Cristiano Ronaldo no estará acompañado por uno de sus principales socios en Portugal, el delantero Diogo Jota, quien se lesionó jugando para el Liverpool el mes pasado. Fue Jürgen Klopp el que lo confirmó. “Son noticias tristes para Diogo, para Portugal y para nosotros”, dijo el DT alemán, en una conferencia que recorrió el mundo.
La angustia portuguesa es comparable a la de Corea del Sur, en vilo a la espera de noticias sobre el estado de la lesión de su capitán Son Heung-min, conocido como “Son”, quien sufrió un golpe en la cara el martes contra el Olympique de Marsella. El surcoreano, de 30 años, debió salir tras un choque con el defensor del Marsella Chancel Mbemba y será operado para “consolidar una fractura en torno a su ojo izquierdo”, anunció el miércoles el Tottenham, el club inglés donde se desempeña. Lo de Son es la norma, no una excepción.
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