El debate sobre la posible adopción de criptomonedas como dinero se ha enfocado en la descentralización de la oferta monetaria. Un tema mucho menos abordado es el de si los bancos centrales de la actualidad tendrían incentivos para emitir una criptomoneda propia, en particular, ¿cómo podría afectar esto a la gestión de la política monetaria?
Podemos focalizar nuestra discusión en las dos restricciones más consabidas que enfrenta un banco central moderno: a nivel nacional —y en tiempos de crisis—, el zero lower bound; a nivel internacional, la trinidad imposible.
El zero lower bound hace referencia a una situación en la cual, la tasa de interés nominal se ha reducido hasta acercarse al 0% y, por ende, se hace impracticable reanimar el producto reduciéndola todavía más, ya que los individuos no aceptarían un interés nominal negativo por su ahorro.
La trinidad imposible, en cambio, se refiere a que un país no puede gozar a la vez de libre determinación de la tasa de interés nominal, libre movilidad de capitales y un tipo de cambio fijo.
Con administración centralizada, podría cometerse el error de pensar que el único diferenciador económico de una criptomoneda de banco central (CBCC) sería la descentralización del registro de las transacciones digitales.
Si bien no hay información suficiente para conocer las particularidades explícitas de un mundo igual al de hoy, pero con CBCC’s, sí la hay para teorizar que las implicaciones son mucho más retadoras.
Implicaciones retadoras
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En los dominios de la política monetaria interna, un banco central podría querer una criptomoneda propia para no estar constreñido al zero lower bound. Belke y Beretta, en su trabajo del 2020, llamado From cash to central bank digital currencies and cryptocurrencies, cavilaron sobre el hecho de que un banco central no puede conducir una tasa de interés nominal negativa porque los consumidores disponen de dinero en efectivo, que brinda un interés nominal nulo y libre de riesgo, como protección; si una CBCC sustituye al efectivo, los individuos se verían obligados a aceptar implícitamente tasas de interés negativas si el banco central impone una tasa de penalización sobre su criptomoneda.
Sin embargo, una CBCC también puede hacer más desafiante el manejo de una crisis. Como argumentan Bech y Garrat, en un popular artículo del 2017 (Central Bank Cryptocurrencies), cualquier forma de dinero digital de bancos centrales (CBDC), en última instancia, da posibilidad de convertir depósitos en bancos comerciales en pasivos de la banca central. Eso facilitaría los retiros masivos en época de crisis; y en cualquier época se instaría a un proceso de “desintermediación bancaria que reduciría la capacidad de los bancos para desempeñar funciones económicas esenciales, como el seguimiento de los prestatarios”.
A nivel exterior
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Ahora bien, pasando al apartado de política monetaria externa, debe pensarse que, a falta de proscripción explícita, una CBCC nacional habría de circular junto a las criptomonedas privadas internacionales. Precisamente, ese es el escenario que abordan Benigno, Schilling y Uhlig en su modelo del 2022, en el artículo titulado: Cryptocurrencies, currency competition, and the impossible trinity.
Los autores construyen un entorno teórico en el que se posee dinero porque provee servicios de liquidez como medio de cambio: si las monedas locales de dos países fueran sustitutos perfectos de una criptomoneda global, las tres deben ofrecer los mismos servicios de liquidez. Pero si los agentes racionales demandan dinero hasta igualar los servicios de liquidez con el costo de oportunidad del dinero, se igualarán las tasas de interés entre los países. ¡Y no solo eso!
En el modelo de Benigno, Schilling y Uhlig, el tipo de cambio lo regulan las expectativas de los especuladores, si no hay restricciones para el intercambio de activos financieros.
He ahí la desventaja de una situación como la descrita: la trinidad imposible se vuelve todavía más imposible. Con libre movilidad de capitales, se sacrificó la independencia de la tasa de interés nominal, pero sin el beneficio —en términos de incertidumbre— de un tipo de cambio fijo.
Bien es cierto que hay otras formas imaginables de competir internacionalmente: luchar por poder monopolístico, por ejemplo. Potencias como China tienen proyectos de CBDC con el fin de que en otras naciones se transe con su moneda y así ganar influencia. Sin embargo, estas metas no son representativas de las de los bancos centrales de países con pretensiones geopolíticas mucho más humildes.
No hemos hecho un balance de las implicaciones técnicas de una CBCC o del uso de criptomonedas como dinero en general. Para esa labor, la obra erudita del 2021 de Campos, González, Sequeira, Vargas y Valverde, Potencial eléctrico de Costa Rica para la criptominería, constituye una referencia imprescindible.
Pero, en síntesis, a pesar de que el listado que hemos expuesto está lejos de agotar el fenómeno y, a pesar, de que existen planes piloto de CBCC, la banca central no parece tener muchos motivos para sustituir el paradigma actual de medios de pago por un esquema basado en la emisión de una criptomoneda propia.
El autor es estudiante de economía de la Universidad de Costa Rica.