Quienes usan viejos conceptos para analizar la política, no contactan con la realidad. Algunas cosas se repiten reiteradamente y demuestran que muchos esquemas quedaron obsoletos, pero bastantes políticos y analistas no salen del siglo pasado. Les es difícil entender que en la política de la pospandemia, las sumas no suman y generalmente restan. Revisemos hechos. Lo que decimos no tiene que ver con nuestras preferencias, describe lo que acontece. Lula obtuvo en la primera vuelta el 48,4% de los votos, consiguió el apoyo de la derechista Simone Tebet, quien salió tercera con el 4,2%, y de su ex ministro Ciro Gomes, quien llegó cuarto con el 3%. Todos esos votos debían sumar más del 55%, pero según las encuestas apenas pueden llegar al 50%. Los políticos de todas las tendencias se unieron para apoyarlo, pero eso no ha servido para mucho. Menos mal que, en este caso, la suma no restó votos, como ocurrió con Hernández en Colombia.
En 2010 estudiamos a fondo las elecciones brasileñas. Lula era el presidente más popular que habíamos conocido en el continente. Si hubiese corrido para la reelección habría sacado fácilmente más del 60% de los votos. En las elecciones del 2006 había obtenido el 49% de los votos frente al 42% de Geraldo Alckmin del PSDB, su actual binomio. En la segunda vuelta logró el 61% con 58 millones de votos, la mayor votación de la historia del país.
En 2010, Lula era el presidente más popular que habíamos conocido en el continente
Este año Lula logró sumar el apoyo de casi todos los políticos. Tiene como binomio a Alckmin, lo respaldan candidatos presidenciales y líderes políticos que lo han seguido y también los que lo han enfrentado durante décadas como Fernando Henrique Cardoso. Cabe hacerse la pregunta: ¿por qué a un candidato apoyado por la gran mayoría de políticos, artistas, intelectuales, y periodistas le es tan difícil llegar al 50% de los votos?
La pandemia aceleró los cambios que se venían produciendo en Occidente con la Tercera Revolución Industrial. La norma es el desmoronamiento de los partidos y grandes alianzas de los políticos tradicionales.
En Perú ocurrió algo parecido. Después de la primera vuelta, todo el establishment, políticos, empresarios, periodistas, incluyendo a Mario Vargas Llosa, enemigo radical de los Fujimori, se unieron para respaldar a Keiko, y detener a Pedro Castillo. El esfuerzo fue vano. Ganó el candidato que menos se parecía a los políticos tradicionales, el que aterraba a la “gente de bien”.
En Chile la Concertación y la alianza de derecha encabezada por Piñera, que gobernaron el país desde el fin de la dictadura de Pinochet, salieron cuarta y quinta en las elecciones. Vencieron los que no fueron tomados en serio por las grandes alianzas: Boric de una nueva izquierda, seguido por Kast y Franco Parisi. Los que derrotaron a las alianzas tradicionales tuvieron algo en común: no se parecían a los “políticos de siempre”.
Estamos presenciando la muerte de la vieja política y no se entiende cómo es la nueva
En Ecuador Guillermo Lasso ganó la presidencia, a pesar del desastroso resultado en la primera vuelta. Para conseguir ese objetivo fue vital sacar de la campaña a todas las organizaciones y dirigentes políticos que lo apoyaban, incluido su propio partido. En esos dos meses se presentó como alguien distinto y logró lo que parecía imposible.
En Colombia no llegaron a la segunda vuelta ni los liberales ni los conservadores que habían gobernado al país más de un siglo. Encabezaron los resultados Gustavo Petro de la izquierda y un personaje estrafalario, Rodolfo Hernández, quien habría ganado la presidencia si tenía un equipo que comprenda lo que es un outsider. Petro, Boric y Lasso contaron con el asesoramiento de profesionales en campañas electorales.
En El Salvador fueron derrotados los partidos que gobernaron el país desde el fin de la guerra civil: Arena, de extrema derecha y la antigua guerrilla del FMLN. Sin necesidad de una segunda vuelta fue elegido presidente el outsider Nayib Bukele.
En México AMLO aplastó con Morena, PRI, al PAN y al PRD que había sido su propio partido. Las formaciones políticas tradicionales están enterradas y los dos líderes posicionados para la próxima elección pertenecen a su movimiento: Marcelo Ebrard y Claudia Sheinbaum.
Detrás de cada fanático negativo siempre hay una infancia o una vida atormentada
El tema no tiene que ver con las antiguas ideologías. El éxito de quien es percibido como distinto de los políticos tradicionales es igual para Bolsonaro, Castillo, Rodolfo Hernández, Bukele o AMLO. Estamos presenciando la muerte de la vieja política, aunque no acaba de conformarse ni se entiende bien en qué consiste la nueva.
En otras áreas, la tercera revolución industrial está implantada. La mayoría de los empresarios se adaptaron al nuevo mundo, las empresas.com están a la cabeza de la economía y se instalan nuevas prácticas en las empresas tradicionales que quieren seguir siendo exitosas.
La gente común vive en la nueva etapa de la historia. La mayoría usa teléfonos inteligentes, que son también teléfono, cámara fotográfica, computadora, conexión con internet, memoria y psicólogo de su dueño.
Se comunican directamente con muchos otros seres humanos, viajan en aviones, se informan a través de las redes. Hay pocos que prefieren usar máquinas de escribir, cámaras fotográficas con film o cruzar a Chile cabalgando como San Martín para no usar la tecnología creada por el imperialismo.
Solo en la política hay actores y analistas instalados en el siglo pasado. Siguen creyendo que lo importante para ganar las elecciones es conseguir el apoyo de otros dirigentes para sumar a sus seguidores. Vimos la eficiencia de las sumas. No toman en cuenta que los electores de la posverdad no son de nadie, responden a sus propios intereses y mitos.
La comunicación de los políticos
Es necesario situarse en la realidad. Nos guste o no, la Iglesia Católica ha perdido en diez años, más seguidores de los que se fueron en todo el siglo pasado, dejando espacio a iglesias más conservadoras. En Brasil el 20% de la población, que abandonó el catolicismo, se ha convertido en Evangélica o Pentecostal. Según los estudios, solo uno de cada cuatro de los católicos tiene relación intensa con su fe y asiste a misa, mientras el 90% de los evangélicos y pentecostales concurre al servicio religioso todas las semanas.
La Iglesia Católica es más liberal. En Argentina parte de su estructura apoyó en 2019 a un candidato que defendía abiertamente el aborto, usa la basílica de Luján como local partidista, Hugo Moyano consiguió la bendición del Papa antes de iniciar su ofensiva en contra de todo. Otros católicos creen en la oración y en la religión tradicional. Son diversos. Los evangélicos en cambio, son uniformes, los pastores controlan a sus bases e imponen sus tesis a los políticos.
En la recta final Lula hace maromas para decir que está en contra de la legalización del aborto tratando de complacer a los evangélicos. No suena sincero. Ellos apoyan a Bolsonaro, quien está casado con una creyente, asiste al servicio religioso todas las semanas, es coherentemente conservador.
La vieja política gira en torno al yo. Muchos dirigentes se creen el centro del mundo, iluminados, tocan el cielo cuando van a la Asamblea de las Naciones Unidas con comitivas más numerosas que quienes atienden su discurso. Son víctimas del hubrys. Se dedican a pelear entre ellos por tonterías, magnifican nimiedades. Dicen que el Gran Hermano fue inventado por la Casa Blanca para atacar a Alberto, que los copitos están relacionados con la familia de un empresario respetable, amigo de Mauricio Macri, porque uno de sus parientes compró una mesa a un carpintero que organizó una manifestación en contra del Gobierno, a la que fue también uno de los copitos. Se dedican a difundir chismes para desprestigiar a sus adversarios y a veces a sus correligionarios, como si eso fuese lo que le importa a una población agobiada por problemas reales.
Por eso es natural que la mayoría esté cansada de ellos y los rechace. Cada polémica en la que reclaman que les rindan culto los aleja más de la mayoría, los sitúa en el conjunto de unos “ellos”, que se creen iluminados y desprecian a “nosotros” que somos la mayoría. Están demasiado preocupados de responder a cualquiera que los ataca, como para creerles que se preocupan por la gente común.
Les haría bien asumir el pensamiento de Avalokiteshvara (el señor que mira hacia abajo), bodhisattva de la compasión, que dijo que cuando alguien ataca, lo hace normalmente porque tiene problemas, agrede para luchar con sus propios fantasmas. Detrás de cada fanático negativo siempre hay una infancia o una vida atormentada. En vez de responderle, es bueno tenerle compasión y ayudarlo.
Cuando nos entrevistamos con líderes de distintos países, suelen preguntar cuándo deben atacar. Tienen el entusiasmo de los macacos que se excitan viendo cómo se atacan los que pretenden dirigir la manada. Esas pulsiones están en nuestro cerebro desde hace millones de años.
Cuando se desarrollaron los medios de comunicación y más cuando apareció la Red, los ciudadanos se volvieron autónomos. Votan. Determinan quién debe dirigir la manada. No quieren que sea el que más muerde, sino el que puede satisfacer sus necesidades, sus resentimientos y pulsiones negativas.
En el posgrado en español de la Graduate School of Political Management (GSPM) de la George Washington University, mantuvimos durante años, una cátedra dedicada a analizar la confrontación política, cómo atacar y cómo defenderse en las campañas electorales.
El ataque, cuando se lo hace sin estrategia, sin reflexionar sobre qué persigue, puede hacer daño al atacante. Saber callarse y también cómo y cuándo atacar y defenderse es parte del arte de la política. El festival desordenado de calumnias y agresiones de todos contra todos, es una de las causas del deterioro de la democracia porque la gente termina haciendo una síntesis injusta: todos los políticos son un asco.
Dentro de dos semanas iniciaremos en Perfil.com un curso online sobre ataque y defensa, que está abierto a todos los que quieran inscribirse en este sitio, también políticos y estudiosos de otros países que leen esta columna.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.
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