Entre la frontera sur de Estados Unidos y Nueva York hay más de 1.800 kilómetros. Un viaje que, por carretera, tardaría dos días y 14 horas. A pesar de la enorme distancia, el alcalde de esta ciudad se declaró la semana pasada en emergencia ante la marea de inmigrantes que ha llegado desde esta remota zona del país.
En su mayoría son venezolanos, pero también colombianos, haitianos, nicaragüenses y centroamericanos. Aunque Nueva York no es extraña al arribo de extranjeros buscando coronar el sueño americano, se trata de un fenómeno inusual y sin precedentes en la historia reciente del país.
La explicación se remonta a hace cinco meses cuando los gobernadores de dos estados fronterizos, Texas y Arizona, comenzaron a transportar en buses a miles de estos ilegales hacia otras ciudades del país. Entre ellas Washington –la capital– Boston y Chicago, que, como en el caso de Nueva York, se consideran enclaves de liberales y son controladas por autoridades del Partido Demócrata.
A la operación se sumó hace algunas semanas Florida, que a pesar de no tener frontera con México contrató a dos aviones para que recogieran en Texas a unos 50 venezolanos y los depositaran en Marthas Vineyard (Massachusetts), una isla en la costa este donde tienen sus casas de recreo reconocidas figuras de este partido, como el expresidente Barack Obama.
“Si no quieren venir a la frontera para ver lo que está pasando, sino quieren tomar medidas para enfrentar esta crisis migratoria, entonces nosotros les vamos a mandar la frontera a ellos para que la vean de primera mano. Y viene mucho más”, dijo el gobernador de Texas, Gregg Abbott, al explicar su decisión.
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Abbott también estaba defendiendo el envío de varios de estos buses directamente a la residencia en Washington de la vicepresidenta Kamala Harris, a quien se le encomendó, precisamente, lidiar con el tema migratorio.
En total, según cálculos informales, en estos cinco meses se ha desplazado a más de 15.000 inmigrantes desde la frontera sur hacia estas ciudades. Personas, hay que aclarar, que se encuentran legalmente en Estados Unidos pues fueron liberadas por las autoridades mientras avanzan sus trámites migratorios antes las cortes del país luego de haber solicitado asilo.
La situación que denuncian Abbott, y los gobernadores de Arizona y Florida (Doug Ducey y Ron DeSantis) es bien real. Este año se han batido todos los récords previos en cuanto a detención de ilegales: van 2’150.000. Esos son 400.000 más que el año pasado, que ya de por sí era la marca anterior y pese a que aún faltan los datos del último mes del año fiscal.
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Si no quieren venir a la frontera para ver lo que está pasando (…) entonces nosotros les vamos a mandar la frontera a ellos
Las explicaciones son de varios tintes. Pero la principal se asocia a las penurias que ha causado en la región el covid-19 y las crisis políticas y humanitarias de países como Venezuela y Nicaragua.
En cualquier caso, las autoridades no dan abasto para atender y procesar a este tsunami de personas cuya carga inicial recae en estos dos estados de la frontera.
El problema se ha magnificado pues a diferencia de otras oleadas, casi la mitad de la actual está compuesta de ciudadanos de países diferentes a México o Centroamérica, algo que hace más complicada su deportación pues tiene que ser por vía área.
Pero independientemente de eso, muchos han salido a criticar el transporte de migrantes a ciudades liberales, o que se han declarado santuarios, pues lo consideran una burda maniobra política que pasa por alto el sufrimiento humano.
“Esto es un escalamiento dramático del uso de los inmigrantes como un herramienta y un símbolo político. La idea de que esto son seres humanos que están escapando de situaciones terribles y están buscando una mejor vida en Estados Unidos para ellos y los suyos, se ha reemplazado por la idea de que pueden ser utilizados como peones que se mueven en un tablero de ajedrez. Es realmente terrible usar a estos seres humanos para anotar puntos políticos”, afirma Donald Kettl, profesor y exdirector de la Escuela para Políticas Públicas de la Universidad de Maryland.
El Congreso, en juego
Kettl se refiere al contexto actual cuando Estados Unidos está a menos de un mes de las elecciones legislativas de mitad de término y está en juego el control del Congreso. Algo notorio en los casos de Abbott y DeSantis, que se encuentran en plena campaña electoral pues ambos buscan la reelección.
La movida de Santis ha despertado aún más polémica pues los migrantes que mandó a Marthas Vineyard ni siquiera estaban en su estado, que no tiene frontera con México. Incluso está siendo investigado pues los fondos que utilizó para el transporte de los migrantes no estaban destinados para ese tipo de operativos sino para el desplazamiento de migrantes dentro del estado y siempre y cuando estos estuvieran de acuerdo.
Según diversos reportes de prensa y testimonios de los mismos migrantes, pudo haber hasta un engaño premeditado, pues se les dijo que en estas ciudades los esperaban con los “brazos abiertos”, cuando ni siquiera les avisaron a las autoridades que los migrantes iban en camino.
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En ese sentido, su movida se vio más como una estrategia para motivar el voto de la base del Partido Republicano, que suele responder bien a la mano dura en los temas migratorios.
El uso de la migración ilegal como arma política en Estados Unidos, por supuesto, no es nuevo.
De hecho, la retórica antiinmigrante de Donald Trump en la campaña del 2016 fue una de las razones principales tras su triunfo en las primarias del Partido Republicano y luego en las presidenciales de ese mismo año.
Y no sobra decir, que tanto DeSantis como Abbott están considerando candidaturas para las elecciones del 2024 y son conscientes de este un tema que ofrece dividendos. Sobre todo si Trump se lanza y vuelve a usar el tema como eje de su campaña.
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Es hipócrita responsabilizar a la administración Biden por una crisis que lleva años en construcción
Pero de acuerdo con Kettl, la estrategia de movilizar migrantes es mucho más cínica y representa un nuevo fondo en la política estadounidense.
Adam Isacson, de la ONG Wola, lo equipara a puro teatro político pues si bien los 15.000 desplazados son una cifra considerable representan una mínima fracción del problema.
Así mismo, según el profesor de la Universidad de Maryland, es hipócrita responsabilizar a la administración Biden por una crisis que lleva años en construcción y que obedece a factores externos a Estados Unidos como la pandemia, desastres naturales o conflictos internos en otros países.
De acuerdo con la biblioteca del expresidente John F. Kennedy, la bajeza tras los recientes traslados de migrantes en Estados Unidos solo es comparable con otro momento bochornoso de la historia que se conoce como los Viajes Invertidos a la Libertad, cuando estados sureños en los años sesenta dieron tiquetes de bus rumbo al norte a miles de afroamericanos con la promesa falsa de que los esperaban buenos trabajos y mejores condiciones de vida.
Resucitan los demócratas
El fenómeno también responde al actual clima político que se vive en Estados Unidos. Desde comienzos de año los republicanos centraron su mensaje electoral para estas elecciones en el mal momento de la economía estadounidense, que enfrenta cifras récord de inflación. Pero en el verano dos eventos cambiaron la trayectoria de las contiendas.
Por un lado la decisión de la corte de abolir Roe vs. Wade, que acabó con las protecciones constitucionales al aborto, y la masacre de 19 niños en una escuela de Uvalde, Texas.
Ambos temas resucitaron al moribundo Partido Demócrata, que encontró en la defensa de los derechos de las mujeres y el control de armas una vía para quizá retener el Congreso. Las encuestas en Texas, por ejemplo, lo muestran con claridad. Beto O’Rourke, el rival de Abbott en las elecciones para gobernador, es el preferido por los ciudadanos cuando se les pregunta por estos temas.
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Pero confían mucho más en Abbott para controlar la crisis fronteriza. Y de allí, dicen sus críticos, la idea de mandar migrantes a la casa de Harris.
“Aquí no se trata de buscar soluciones de fondo, sino de crear un espectáculo mediático para mostrarse fuertes y debilitar a un rival. Hace 5 o 10 años estas cosas hubiesen sido intolerables. Pero desafortunadamente Estados Unidos se ha radicalizado y este tipo de maniobras terminan siendo aplaudidas por un sector de la población”, sostiene Jennifer Mercieca, profesora en la Universidad de Texas A&M donde se dedica a estudiar el impacto de la retórica.
En el plano legal, ya hay varias demandas andando para determinar si a los migrantes se les violaron derechos o si se infringieron otras normas en el proceso de reubicación a otros estados. Pero tanto Abbott, como Ducey y DeSantis, han indicado que continuarán enviando personas a otros estados mientras la situación no mejore.
Aquí no se trata de buscar soluciones de fondo, sino de crear un espectáculo mediático para mostrarse fuertes y debilitar a un rival
El impacto político de la estrategia, por otra parte, es difícil de medir. Si bien ha demostrado ser popular a nivel local, no es claro si lo mismo pasa a nivel nacional. Lo que si es claro es que la inmigración ilegal es un tema que preocupa a muchos. Según la última muestra de Gallup, un 60 por ciento del país dice estar alarmado por la situación actual.
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Una cifra que explica por qué es un punto fuerte para los republicanos y débil para los demócratas, que, al estar encargados de la Casa Blanca y el Congreso, son vistos como responsables.
Y que permite entender, en parte, la dura posición de Biden en el tema migratorio y su decisión de preservar algunas de las polémicas medidas de la era Trump.
En ese sentido, el programa anunciado esta semana, bajo el cual se permitirá el ingreso de 24.000 venezolanos siempre y cuando alguien en Estados Unidos se haga responsable pero se expulsará de manera inmediata a todos los ciudadanos de este país que se aparezcan en la frontera, fue visto como una jugada del presidente para mostrar firmeza en esta recta final de las elecciones legislativas.
“Pero nada justifica –dice Kettl– la degradación de seres humanos y su militarización para fines políticos. Es algo que dice mucho sobre la sociedad de hoy y los valores que defendemos”.
SERGIO GÓMEZ MASERI
CORRESPONSAL EL TIEMPO
WASHINGTON
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