La muerte de Mahsa Amini a manos de la Policía de la Moral en Irán por llevar el velo descolocado ha dado origen a protestas en las calles contra el régimen de la república islámica. Estas protestas que lideran las mujeres han desembocado en manifestaciones en todo el país como consecuencia de una triple crisis: económica, institucional y generacional. Las manifestaciones han sido reprimidas brutalmente, a balazos. Han matado a casi doscientas personas. Es la revuelta del velo.
Las mujeres están desobedeciendo la imposición de cubrirse la cabeza. Ha habido dos gestos significativos de rebeldía: uno, quitarse y quemar públicamente el velo-estandarte dejando el cabello al descubierto; el otro, cortarse el cabello, ese cabello fuente de todos los males.
Por el momento, las imágenes y noticias de la revuelta del velo, así como los relatos de algunas iraníes han dado a conocer al resto del mundo la situación que deben soportar millones de mujeres que viven bajo el régimen islamista, tal como, desde hace años, vienen denunciando autoras expertas en el tema.
En 2016, Marieme Hélie-Lucas escribe que las mujeres musulmanas tienen los problemas más graves en sus países de origen. Es muy crítica con las organizaciones de derechos humanos que, al apoyar el derecho a llevar velo en Europa y en Norteamérica, defienden a los fundamentalistas islámicos como si fueran víctimas del imperialismo occidental. Organizaciones que ignoran a la inmensa mayoría de las musulmanas del mundo, que se ven obligadas a cubrirse de un modo u otro, a menudo por ley; que han resistido a las imposiciones y arriesgan su libertad y su vida cuando transgreden la orden.
En este sentido, algunos estudios alertan del número de mujeres de países musulmanes que han sido quemadas, encarceladas, flageladas públicamente o asesinadas –por los propios familiares y por grupos fundamentalistas armados– por no querer llevar velo. Es paradójico que estas mujeres sean ignoradas por las organizaciones de derechos humanos y los políticos de la izquierda que, sin embargo, son tan sensibles a las quejas de las mujeres con velo que tienen que aguantar comentarios racistas en Occidente.
En las calles de las poblaciones europeas crece de manera constante el número de mujeres con diversos tipos de velo, chador o vestimentas similares y no es proporcional al incremento de las poblaciones inmigrantes, tal como afirma Marieme Hélie-Lucas. En contra de lo que creemos, estas mujeres no visten ropas tradicionales de sociedades musulmanas. El hiyab se impuso a las iraníes tras la revolución jomeinita. Este símbolo de la opresión de las mujeres se extendió a otros países.
En los países de cultura occidental, el velo, además de un instrumento de control, es el símbolo del fracaso de la convivencia entre dos culturas. Según Sophie Bessis: “Si la integración es inteligente, los inmigrantes se aliarán con la autoridad.” Y ese fracaso puede explicar en parte las reacciones identitarias de las poblaciones de origen inmigrante, porque detrás del velo hay un retorno a la manipulación política de lo religioso.
Wassyla Tamzali añade que el velo es uno de los primeros elementos que construye la feminidad siguiendo criterios patriarcales y religiosos; que es un signo absoluto de dominación. También supone para muchas mujeres el derecho a mostrarse públicamente como musulmanas. Ahora bien, una cosa es llevar hiyab y otra muy distinta considerarlo compatible con la lucha por la liberación de la mujer.
La imposición del velo y del resto de vestimenta es una estrategia habitual del control social de las mujeres a través del control de su cuerpo. Amelia Valcárcel, aporta el siguiente argumento: “La comunidad existe cuando las mujeres respetan las reglas. Una comunidad son las mujeres de esa comunidad. Si las mujeres dejan de respetar las reglas, esa comunidad siente que se va a disolver: ¿Quiénes somos nosotros si no podemos imponer respeto a nuestras mujeres?”
Es preocupante la defensa del uso del velo, alegando razones culturales o la libertad de las mujeres a decidir
En las últimas décadas, la razón más potente por las que las mujeres llevan velo es la intervención saudí exportando imanes y construyendo mezquitas en nuestro entorno cultural. Ante el peligro de que las chicas criadas en Europa rompieran las normas de sumisión, han aparecido nuevos discursos con aspecto de pensamiento contemporáneo, que parecen desafiar los mecanismos del poder, pero, de hecho, no son más que nuevos disfraces de la ley del padre, dice Najat el Hachmi. Los islamistas organizan sus mensajes opresores en clave de modernidad, de derechos humanos, de justicia universal y hasta de feminismo. Tienen de su lado al poder de las grandes dictaduras del Golfo, a pensadores contratados en las universidades más avanzadas del mundo. Disponen desde canales por satélite hasta medios de comunicación europeos para difundir su patriarcado religioso sin que nadie oponga la más mínima resistencia.
Es preocupante la defensa del uso del velo, alegando razones culturales o la libertad de las mujeres a decidir. Quienes mantienen esta postura temen ser tachados de racistas, centroeuropeístas o xenófobos. Ignoran que el respeto a la tradición nunca puede obstaculizar los derechos de las mujeres. La izquierda suele perderse en argumentos postmodernos, en el relativismo cultural, sin querer entender que defienden lo mismo que el fundamentalismo islámico.
Es evidente que, mayoritariamente, los hombres de izquierdas no han defendido los derechos de las mujeres. No obstante, los avances sociales conseguidos en los últimos años han sido gracias a los gobiernos progresistas. Y parece razonable que los partidos de izquierdas sean nuestra mejor opción a la hora de apoyar la causa de la igualdad.
La derecha aprovecha cualquier ocasión para exigir que se sancione a las mujeres que llevan velo; para arremeter contra la invasión foránea y transmitir el miedo a lo diferente. El aumento de las mujeres veladas es un signo de identidad de la comunidad musulmana y el temor a que vaya ganando relevancia en nuestra sociedad aumenta la xenofobia, lo que se rentabiliza en el aumento de votos de los adeptos a las políticas de derechas.
¿Qué puede hacerse? En absoluto se trata de molestar ni sancionar a las mujeres que llevan algún tipo de velo, sino de llevar a cabo un análisis político de los motivos que impiden la integración; implementar medidas que han dado resultado en otros países europeos; analizar el vínculo entre la propagación del velo de las mujeres en la diáspora y la financiación saudita de las mezquitas y organizaciones religiosas; instar a los gobiernos central y autonómicos a que dejen de apoyar reivindicaciones o imposiciones islámicas que supongan discriminación de género; estudiar las implicaciones negativas del desarrollo integral de las niñas que asisten a la escuela con velo; etc.
Najat el Hachmi, en su libro Siempre han hablado por nosotras, hace un recorrido a través de: la represión vivida por las mujeres en su país de origen, Marruecos; la alegría y sensación de libertad cuando llegó a España; lo que supuso caminar por la calle, pisar mercados, tiendas, escuelas y hospitales; quitarse el pañuelo, cambiar sus chilabas por la vestimenta cristiana; tener una formación y estudiar para conseguir un buen puesto de trabajo. Así mismo describe la regresión posterior con la aparición de los imanes, a finales de los ochenta: nos construyeron una prisión cautivadora hecha de promesas de paraísos y recompensas divinas; nos prohibieron relacionarnos con los cristianos porque podían llevarnos por el mal camino; la música era perniciosa; las niñas teníamos que cubrirnos…
El uso del velo aumenta en todas las edades, también el número de niñas que acuden veladas a los centros educativos a edades cada vez más tempranas. Ante esta realidad, van tomando fuerza los argumentos que defienden su normalización. En mi opinión, cubrirse la cabeza con el velo no debe normalizarse porque el velo islámico es una bandera política de la que se sirven los fundamentalistas para aumentar su visibilidad política a expensas de las mujeres. En Europa y en Norteamérica, las mujeres que lo llevan son portadoras del estandarte de un partido político de extrema derecha. No es una moda; es un marcador político.