Desde París
¿ Cómo un grupúsculo marginal se convierte en medio siglo en el principal partido de la oposición en Francia y de paso, tras su estela, empuja el renacimiento de varios partidos fascistas y neonazis a través del mundo ? La respuesta a esa pregunta que nadie pensó plantearse a lo largo de las décadas y contra la cual chocaron todas las estrategias y alianzas de la democracia cabe en los cincuenta años de prosperidad que recorrió el partido Frente Nacional (hoy Reagrupamiento Nacional) desde que fue fundado en octubre de 1972 por su líder histórico, Jean Marie Le Pen, hasta la última elección presidencial de 2022 donde, su hija, Marine Le Pen, reunió a más del 40 por ciento del electorado. La ultraderecha francesa pasó debajo del puente de todas las crisis, las divisiones que, en varios momentos, la hicieron tambalear, los escándalos provocados por su racismo radical, su antisemitismo, su negacionismo, las condenas judiciales por incitación al odio, la violencia y hasta la guerra entre los miembros de la familia Le Pen –en este caso padre e hija–. Los Le Pen son más que dirigentes astutos y convictos: son una auténtica dinastía familiar cuyo mensaje, en cinco décadas, rediseñó la política francesa y desempolvó a los otros partidos ultraderechistas de Europa y de unos cuántos países del mundo: Italia (Fratelli d’Italia, están a punto de ser gobierno), España (Vox), Países Bajos (Partido por la Libertad), Gran Bretaña (Partido Nacional Británico), Suecia (Los Demócratas), Grecia (Alba Dorada), Estados Unidos (Donald Trump), Brasil (Bolsonaro), Chile (Kast), Colombia, Perú y Argentina constituyen el inesperado caudal de aliados ideológicos que fueron apareciendo por el mundo.
Cambio de formas
El Frente Nacional, a lo largo de cinco décadas, protagonizó un cambio rotundo a través de una revolución cultural (los modos y los discursos) sin haber tocado su esencia, su base ideológica: cambió sus formas y no su fondo. El pasado jueves 6 de octubre, su actual líder, Marine Le Pen, reconoció en une entrevista publicada por el diario Le Parisien algunos “errores, metidas de pata, tal vez faltas”. Nada más. Ese mismo día, el hoy Reagrupamiento Nacional organizó en la Asamblea Nacional francesa (89 diputados) un coloquio cuyo título lo dice todo: “De la Esperanza al Poder”. Dicho coloquio no contó con la presencia de al menos dos de sus tres históricos fundadores de 1972: Jean Marie Le Pen, y Alain Robert. El tercero, el Waffen SS Pierre Bousquet murió en 1991. El Frente Nacional es, desde su creación, una máscara detrás de la cual se ocultó el grupo neofascista Orden Nuevo. Con esta extrema derecha, nunca lo que está sobre la mesa es realmente cierto. Su historia es un ballet de brumas y versiones a través de la cual esconde bajo la alfombra el polvo sucio de su pasado y las inagotables extensiones y trastornos que lo llevaron a la cima de hoy: fue reaccionario, antisemita, anti musulmán, conservador, enemigo de las libertades y de la filosofía de la Revolución Francesa de 1789, luego adorador de la República, pro ruso hasta la médula, pero también pro estadounidense, anti euro y anti Europa y, en los últimos años, adepto a no dejar a Europa ni salir del Euro. También se opuso a la legalización del aborto con el lema “genocidio de los niños franceses” (años 70) para luego dejar el tema tapado.
Ascenso sostenido
Toda una verdadera hazaña verbal, un juego de equilibristas sin seriedad, pero en cuyos malabarismos la población tiene más confianza que en el resto de los partidos que fundaron y dirigieron el país. ”De un partido contestatario hemos hecho un partido listo para gobernar”, dijo Marine Le Pen. No les falta mucho para llegar a ese poder. Su padre, Jean Marie Le Pen, fue cinco veces candidato a las elecciones presidenciales hasta que, en 2002, dejó a los socialistas por el camino: disputó la segunda vuelta ante el entonces presidente Jacques Chirac, contra quien perdió por 82,21 por ciento de los votos. Sin embargo, lo imposible se hizo realidad. Luego, tras haber tomado en 2011 el control del partido y emprendido la fase más fructífera de la historia del Frente Nacional, la llamada “desdiabolización”, su hija, Marine Le Pen, dejó a atrás no a un partido sino a todos los demás: derecha y socialistas: en 2017 y 2022 disputó la segunda vuelta de las elecciones presidenciales ante Emmanuel Macron, frente a quien perdió por 66,10 por ciento de los votos. En 2022 ese 66,10 por ciento bajó a 58, 55.
Elección tras elección la ultraderecha francesa sube lentamente la montaña. En las elecciones legislativas de 2022 llegó al resultado más alto de su historia con 89 diputados en la Asamblea Nacional. La ultraderecha francesa ha reescrito a su antojo su propia historia y, también, la historia cotidiana de la realidad, cuya metodología, es decir, el fake y la mentira más escabrosa, se convirtió en Estados Unidos en la piedra filosofal del ex presidente Donald Trump y sus seguidos. Robert, un joven militante de la ultra derecha actual y muy admirador de Marine Le Pen, dice: “mire, usted es de izquierda. En estos 50 años lo único que han hecho es traicionar primero la historia y los valores izquierdistas y luego perder todas las elecciones posibles. Nosotros no renunciamos a nada, a diferencia de la izquierda: creímos, creemos y hacemos creer. Somos, hoy, el movimiento político más creativo de la tierra”.
El ascenso del Frente Nacional comenzó en Francia en los años 80, bajo los mandatos del difunto presidente socialista François Mitterrand (1981-1995). El jefe del Estado, a partir de las elecciones legislativas de 1986 donde el FN obtuvo 35 diputados, empezó a ver en la ultraderecha una oportunidad de debilitar a la derecha y a los comunistas. Jugueteó entre sombras para incomodar a ambos al mismo tiempo que el país conocía altos niveles de desempleo. Los ultras hicieron de ese tema, de la inmigración y de las elites corruptas sus dardos electorales predilectos.
El fenómeno Marine
Marcado por el racismo y el antisemitismo de su padre, Marine Le Pen sacó a la ultraderecha del pozo en el cual la fuerza paterna lo había estancado. ”Marine” se ha instalado como el personaje político preferido de los franceses. No ha ganado la presidencia, pero, sin renunciar a nada, conquistó el estatuto de partido decente con, además, une enorme influencia en el seno de las instituciones republicanas: 89 diputados, dos vicepresidencias, un lugar de observador en la delegación sobre el espionaje, 25 presidencias de diversos grupos. Nadie puede reprocharle nada, tanto más cuanto que, bajo su mando, la extrema derecha ha conservado intacto su cuerpo ideológico, en especial el logo “Francia para los franceses” y su derivado “la preferencia nacional” (trabajo y privilegios sociales para los franceses) rebautizado “prioridad nacional”. Su lucha contra la inmigración y lo que han llamado el “mundialismo” así como la defensa de cierta idea de una Francia católica y blanca siguen intactas. Desaparecieron la obsesión por el aborto, el restablecimiento de la pena de muerte, la defensa de la familia tradicional o el anticomunismo. Los demás fundamentos siguen agarrados al sócalo ideológico y nada los moverá. La línea esencial de la derecha popular, nacional y social ha permanecido por encima de todas las controversias. Jean Marie Le Pen y Marine Le Pen son los ganadores de dos siglos. En el XX, Jean Marie Le Pen fundó y amplió la audiencia de lo que debió morir con los horrores de la Segunda Guerra Mundial. En el Siglo XXI, su hija borró las ultimas manchas que cerraban los caminos del poder y globalizó un fascismo que se presenta sin memoria de sí mismo y, por consiguiente, limpio de toda culpa.
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