Hijo del uruguayo Raúl Roux, guionista y dibujante de historietas de vasta trayectoria en la Argentina, Guillermo Roux nació el 17 de septiembre de 1929 en Buenos Aires. De alguna manera, comenzó a seguir los pasos de su padre al ingresar, en 1944, en una editorial como dibujante. Decidió abandonar sus estudios secundarios para ingresar, luego, a la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano, donde fue alumno de Lorenzo Gigli y Corinto Trezzini.
Foto Infobae.
Y fue ya en 1953 cuando realizó su primera exposición individual, en la Galería Peuser. Vivió tres años en Italia, restaurando frescos, mosaicos, y estudiando a los grandes maestros del Renacimiento, además de continuar con su producción propia. En 1960 regresó al país y se instaló por siete años en San Salvador de Jujuy, donde trabajó como maestro. Fue entonces que descubrió su interés por el arte contemporáneo y afianzó su oficio de pintor en la realización de pintura de paisajes.
En 1966, viajó a Nueva York y comenzó también a realizar trabajos publicitarios e ilustraciones de libros. Allí conoció la obra figurativa de Diebenkorn (1922-1993) y Hopper (1882-1967), en la que encontró una profunda afinidad estética por sus referencias poéticas a la alienación humana del siglo XX. Ya en los setenta, llevó adelante una serie de tintas que tituló “Muebles y personajes”, las cuales constituyeron el antecedente de sus grandes acuarelas: etapa que comenzaría en 1973. Con el tiempo, la acuarela se convertirá en su medio de expresión, que le permitirá lograr la síntesis de dibujo y color.
Mujeres y máscaras (1992). Óleo sobre soporte rígido. Foto Galerías Pacífico.
Otro de los ejercicios plásticos de Roux fueron los murales: entre ellos, Mujer y máscaras, expuesto en las Galerías Pacífico de la Ciudad de Buenos Aires; La Ronda, en la entrada del Palacio Duhau, y La Constitución guía al pueblo, su última obra monumental realizada para decorar el recinto de la legislatura de provincia de Santa Fe.
Toda aquella manera de mirar y entender el mundo, a través del arte, no solo le valió el reconocimiento nacional, sino también toda una proyección internacional. Ejemplo de ello se visibilizo en los premios y distinciones que recibió a lo largo de su vida. En 1979 le fue otorgado el Premio “Dr. Augusto Palanza” por la Academia Nacional de Bellas Artes; en los ochenta expuso en Nueva York y en la Bienal de Venecia (1982), y en 1990, fue designado Académico de Número de la Academia Nacional de Bellas Artes.
Guillermo Roux murió en la Ciudad de Buenos Aires, el 28 de noviembre de 2021, a los 92 años.
Foto: El Sol
Mariana Marchesi, directora artística del Museo Nacional de Bellas Artes, comenta su obra Juego interrumpido (II versión)
Una primera versión de esta obra fue realizada por el artista en 1973. La intención de esta reelaboración fue realizar un ejercicio plástico donde la escena, sin dejar de ser central, se ubicara en un espacio más abierto. A diferencia de la primera, el estilo divisionista presente en el tratamiento del fondo con césped puntillista deja la escena –de trazo más cargado– vibrando en el espacio. La superficie irregular del papel artesanal utilizado como soporte ayuda a enfatizar este efecto. Desde principios de los años setenta, Guillermo Roux experimentó un fuerte acercamiento al tema de la infancia volcando en sus cuadros recuerdos tangibles de su niñez a través de objetos cotidianos fragmentados y destellos de situaciones vividas. También el uso de la acuarela significó un retorno al pasado al recuperar la primera técnica que de niño le enseñó su padre, el ilustrador Raúl Roux.
Juego interrumpido (II versión) (1976). Acuarela sobre papel. Foto MNBA.
En ambas versiones el artista evoca un sillón de jardín, objeto de su infancia que, según su propio testimonio, siempre lo impresionó como grandes fauces de temible dentadura. Lo siniestro y la animación de los objetos asociados al mundo infantil son un tema central del psicoanálisis. En este universo, cuerpos inertes cobran vida y se transforman en terroríficos: el niño devorado por fauces que muerden como una máquina trituradora, generando a su vez una atmósfera de extrañamiento cercana al surrealismo onírico. Si bien Roux ha manifestado en distintas ocasiones que no fue su intención consciente plasmar el convulsionado momento histórico en que realizó esta obra, desde el presente no podemos dejar de asociar los cuerpos fragmentados y mutilados en atmósferas enrarecidas como metáforas de la violencia. El juego interrumpido como el fin de la inocencia y el advenimiento de tiempos temibles y adversos.
Donación al Instituto Nacional Sanmartiniano
El retrato de San Martin señalando, de Guillermo Roux, ilustró la tapa de un suplemento especial del diario La Nación dedicado al Padre de la Patria, se publicó el 14 de agosto de 2000 en el 150.° aniversario de su fallecimiento. En 2001, el propio autor entregó el cuadro original en donación al Instituto Nacional Sanmartiniano.
El retrato del Libertador, una acuarela de 76,5 por 58 cm, lo muestra de frente, con cierta seriedad tensa en la mirada, la mano izquierda asiendo un flanco de la bandera argentina que pende de sus hombros. En tanto, la derecha está levantada a la altura del pecho y con el índice apuntando hacia adelante.
La obra que Guillermo Roux donó al Instituto Nacional Sanmartiniano.
“Con ese gesto de reconvención -explicó Roux-, quise interpretar un San Martín al que no le gustaría mucho este país, de modo que opté por desdeñar una estampa victoriosa o satisfecha. Pensé que un símbolo mayor de nuestra historia debía tener una imagen más activa, desde la cual nos dijera algo para estos tiempos. No lo podía representar en forma pasiva ni distante, en un altar donde nada lo roce. Preferí hacerlo mirándonos y señalándonos, como reclamándonos la parte que nos toca en la construcción de esta Argentina”, expresó el artista en esos tiempos.
“Pero, encima, no quise basarme en las figuras tradicionales. Pretendía un San Martín vivo, así que pedí urgente un modelo a una agencia. Vinieron unos cinco. El último me conformó. Un hombre medio desconfiado, mas aún cuando le dije a quién iba a representar. Yo mismo lo vestí, lo maquillé y, por supuesto, le indiqué cómo debía posar”, agregó Roux.
En el suplemento del diario, el propio autor explicó el significado de su obra: “Desde el fondo de la historia, José de San Martín, a quien llamamos el Padre de la Patria, nos hace una ineludible pregunta: ‘¿hemos sabido construir esta Nación Argentina por la que él luchó?’ Está en cada uno de nosotros la respuesta”.
Caballos. Foto Tantatinta.
A continuación, compartimos la última entrevista que brindó Roux al Ministerio de Cultura, publicada el 16 de septiembre de 2020.
-Guillermo, ¿cómo nace su vocación por la pintura?
-Mi padre era dibujante de historietas y lo único que mi interesaba era ver cómo dibujaba. Cuando tenía 10 u 11 años, mi padre me daba un pedacito de cartulina y dibujaba. Me gustaba mucho más que cualquier otra cosa. Me escapaba del Colegio Nacional porque me aburría muchísimo. Lo único que me gustaba era dibujar. Yo no era un alumno brillante, ni mucho menos. Mi padre decía: “estudiá o trabajá, vagos en casa no”. Yo dije que si el trabajo es dibujo, entonces ese es el trabajo: dibujar. Así se definió todo, sin darme cuenta. Y sigo hasta los 91. Tiene sus cosas buenas y no tan buenas, porque uno se acostumbra a vivir en ese plano y descuida las cosas más prácticas de la vida. Afortunadamente, una de las posibilidades más lindas que tiene el dedicarse a esto, desde muy chico, es que la vida tiene un aspecto que lo ayuda a uno a soñar.
-¿Cuál fue su fuente de inspiración a lo largo de los años?
-Tengo varias vidas. Me siento un poco dominado por diferentes situaciones. Hay momentos en los que me gustan las cosas que yo vi cuando era chico; en otros me gusta el baile o las cosas más fuertes. Hay muchos aspectos del mismo hacer, van cambiando según los pedazos de vida que uno vive. Hay que seguir un poco la iniciativa del instinto, de lo que uno quiere. Lo que motiva son los días que uno vive. Tuve la suerte de conservar un aspecto infantil, nuevo, que me hace ver las cosas como si recién las mirara. Conservar esa niñez o esa frescura, esa inocencia, creo que es fundamental porque uno aprende mucho. Ahora, de lo que se trata, es de desaprender, no saber tanto, hay que saber menos y jugar más. Todo juego es una forma de expresar un sentir, metafóricamente, un vivir. He conservado, en muchos aspectos, esa manera de vivir y de sentir. Yo creo que los mejores momentos han sido cuando he sido muy obediente a esos impulsos.
La Constitución guía al pueblo (2011).
-¿Cuáles de sus obras le generaron mayor placer?
-En el momento que lo estoy haciendo el mundo es ese. En el momento que lo dejo de hacer es porque ya el mundo dejó de ser. Como las palabras, que se gastan. En política se repiten las mismas palabras desde hace 40, 50, 90 años, y termina por ser un lenguaje que, muchas veces, está lejos de la realidad porque no se han dicho palabras nuevas. Pobreza la oigo desde que nací. Muchas veces, en los discursos, oigo las mismas cosas, como si nada hubiera cambiado. Las palabras se repiten, ya no tienen sentido pero quedan como una muletilla. También las formas o los símbolos, a fuerza de verlas, pierden sentido o el sentido ya no es el mismo. El Obelisco era alto cuando las casas eran bajas, pero ahora quedó chiquito porque las casas de alrededor son muy grandes. Los sentidos de los símbolos, las palabras, necesitan ser renovados, actualizados.
-¿Qué consejo compartiría con las nuevas generaciones de artistas?
-No se puede negar que el mundo de hoy trae una cantidad de elementos, materiales, formas, que son muy diferentes a los de antes. No se pinta con pincel, el pincel no se usa, el lápiz se usa poco, el grafito se usa poco y antes era muy común. El dibujo es una forma de conocimiento, es conocer a través de la forma lo que estamos viendo. Hoy es un momento muy complejo, que requiere de los artistas un profundo conocimiento de la historia del arte. También haría falta que se supiera dibujar bien, que se comprendiera la geometría, que se entendieran las relaciones zonales del color, no para repetirlo si no lo sienten, sino como una base necesaria en lo que deben estar fundadas las nuevas formas de expresión.
El paño amarillo (1958). Foto MNBA.
El artista debería tener una visión panorámica, muchísimo más amplia y profunda. Ahora hay otros medios, pero no eliminan el conocimiento que hay que tener de las cosas. Si hay geometría atrás del dibujo, es que el dibujo expresa el verdadero contenido. El mundo es geometría, triángulos, cuadrados, círculos. La representación es un adorno de la geometría. Todo lo que vemos es geometría, adornado por el color, la forma de expresión, la belleza de lo que se ve. La geometría es lo que estructura el mundo que vemos.
-¿Qué piensa acerca de su recorrido en el mundo del arte?
-Cuando comencé no había muchacho, no había artista, no había joven pintor, joven artista, que no pensara que con él la historia del arte cambiaría. Algunas veces ha ocurrido, pero, en general, el hombre ha hecho cosas tan maravillosas y tan superiores que lo único que puede hacer uno es aportar un granito de arena. La humildad o la forma de no considerar lo que se hace como una revelación secreta que se muestra, creo, es el resultado de haber vivido mucho. Cuando conocí a Quinquela Martín me estaba por ir a Europa y me dijo: “Hace bien en ir, los jóvenes tendrían que ir porque ahí se le van a apagar los faroles y ahí vamos a ver la vocación”.
Lector a orillas del Paraná (1986). Acuarela. Foto Museo Castagnino.
Foto de portada: Agencia Búho Imagen