Asomarse a realidades ajenas y contemplar que casi todo se repite. Que las penas en cada casa son distintas pero los sufrimientos… muy similares.
Leí una vez que nadie quiere acercarse a los borrachos y a los tristes, y pienso a menudo en cómo se cumple eso… En cómo cuanto más las necesitas, menos manos encuentras.
Hay una esquela. Una esquela como pensamiento recurrente cuando se producen situaciones que a todas luces, y a pesar de que ya peino muchas canas, me superan.
Una esquela que tengo grabada a fuego y que vuelve a rondarme desde que empecé a investigar la historia de Raquel Díaz, la abogada leonesa mediomuerta-en-vida cuya historia de terror y olvido me estremece desde mediados de 2020. Raquel vive, pero todo a su alrededor me recuerda a una esquela de hace dos décadas.
Detrás de muchas esquelas, y muy especialmente detrás de las del ABC, hay una novela de amor, de intriga, de misterio. Hay una, publicada El Norte de Castilla en abril de 1999, que nunca se me va de la cabeza.
Se muere una señora en Valladolid y debajo del nombre de la fallecida, «Doña Herminia Diego Diego», sólo aparece el del propio: «su desconsolado esposo, Antonio Conde Ceinos, que ruega una oración por su alma».
En la línea siguiente, entre paréntesis, un grito: LOS HIJOS PASAN. Que cada uno deje volar su imaginación para entenderla.
Nunca quedó claro por qué Antonio Conde, al enviudar, se vio en la necesidad de plasmar su tristeza, o su soledad, o su hartura, con aquella contundencia. Especulemos: quizá los hijos no estuvieron a la altura de lo que él hubiera necesitado cuando la matriarca enfermó… Y cómo de harto no estaría ese hombre, cuánto dolor no habría mascado como para plantar en medio de la esquela su drama familiar. «Los hijos pasan».
Nos sonará lejano, pero no tanto. En mayor o menor grado, si de verdad miramos, estamos rodeados de gentes desvalidas en lo más trágico de su vida. «Nadie quiere acercarse a los borrachos y a los tristes». Pocos se acercan a las lágrimas, a las muertes, a las situaciones desesperadas. ¿Por si salpica, por si contagia, por si nos recuerda nuestros propios dramas?
En las alegrías, eres un imán, para celebrar lo que sobra es con quién chocar la copa. Piensen en un sinfín de casos a su alrededor: ¿Cuántos están donde tendría uno necesidad de que estuvieran cuando pintan bastos en nuestra tristeza? ¿Cuántos que siempre se acuerdan de nosotros para pedir se olvidan de que, aunque no lo pidamos, también tenemos fragilidades? ¿Quién no ha echado en falta un abrazo, un mensajín, un apretón de hombro, cuando más gris estaba su cielo?
Raquel Díaz sobrevive como puede en la tercera residencia de ancianos de su largo periplo por hospitales y centros de mayores. Está sola. Tiene 46 años. Parece una más de los internos. Es una mujer de Villablino, trabajadora, deportista, joven. Una abogada que trabajaba en el Bierzo y que, ironías del destino, formaba parte del turno de oficio de violencia de género en Ponferrada.
Raquel sobrevivió a una paliza atroz para contar al juez por qué no volverá a andar, por qué llevará pañales de por vida, por qué un catéter sale de su cabeza o por qué tiene unas lesiones cerebrales que le complican el día a día de manera inimaginable. «La pelea terminó como siempre, a palos», declaró ante el juez. Y Raquel está viva, pero al resto del mundo parece importarles lo mismo que a los descendientes de doña Herminia. Pasan, todos pasan.
Qué empatía ni qué empatía: si a mí ni me afecta, a qué me voy yo a preocupar de ese si lo que me sobran a mí son problemas propios… Y pasas.
Porque crees que tú nunca vas a vivir algo así, o porque para ser sinceros piensas que ya tienes bastante con lo tuyo, y que vete tú a saber lo que había ahí, que qué hacía ella con un señor mayor y casado, fíjate.
«Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a quien jamás ocurrirán esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual que le suceden a cualquier otro», escribió Auster en su Diario de invierno.
Raquel también se dedicaba a la política, y los políticos han pasado olímpicamente de ella. Los de su partido, Coalición del Bierzo, desde el primer momento, qué vergüenza da ese primer comunicado que luego intentaron borrar. Los otros, de todos los colores, pasan también. Ni quieren hablar del tema, ni les extrañan los retrasos de la justicia con el caso (28 meses ya, y aquí no pasa nada).
Asesinarán a otra mujer cualquier día de estos (ya hemos perdido la cuenta de cuántas han matado en lo que va de año), y los políticos se sumarán compungidos al minuto de silencio, que las elecciones están al caer y todo va de sumar votos. Bajarán la mirada y dirán aquello de «esto es insoportable, ni una más, no podemos dejarlas solas…».
Y qué pasa con Raquel Díaz. Dónde están sus colegas del Colegio de Abogados de Ponferrada. Dónde están los abogados leoneses, los españoles, la asociación de mujeres abogadas, las asociaciones por la igualdad. Dónde están sus vecinos, sus amigos, sus clientes. Cuánto cuentan con sus silencios.
Acaso todos pasan porque creen que no volverán a verla. Pasan… ¿Porque creen que ellos y los suyos nunca se verán en una tragedia así?
Pasan… ¿porque sigue viva? ¿Por si habla y cuenta con pelos y señales lo que vivió? ¿Por si explica que ella sí pidió ayuda y se pone a hacer memoria y cuenta algunas conexiones, algunas visitas que presenció, algunas conversaciones y acuerdos de los que fue testigo?
Decidir es más sencillo cuando no tienes muchas opciones. ¿Hablar de una vez, o que intenten que desaparezcas para siempre? Raquel vive. Y habla. Que tape bocas.