MEXICO.- Por las calurosas calles de Iguala, en el estado de Guerrero, Alberto Muñoz se abre paso lejos de su otra vida en Estados Unidos y de la historia de la ciudad que ya no es sólo la cuna de la bandera de México ni el escenario de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, sino su propia versión: la de un repatriado convertido en documentalista.
Alberto Muñoz salió de la Ciudad de los tamarindos en brazos de sus padres cuando era casi un bebé. Allá creció y se volvió adolescente entre amigos, inglés, español, rap, hip hop y la cultura mexicanoamericana.
Pero un día su madre decidió regresar y él estudió la preparatoria en México. Volvió a EEUU y luego en 2017 se estableció definitivamente en su país de origen. “Nunca rompí lazos familiares”, reconoce. “Tampoco amigos”.
Durante sus años de vida dividida entre ambos países adquirió costumbres y gustos que lo hacían partícipe de ambas comunidades, pero que, de alguna forma, no le permitían pertenecer por completo a una de las dos.
Fue entonces que se dio cuenta que él, como otros miles más, eran parte de un colectivo muy peculiar: el de los repatriados; aquellos que regresan a México, por los motivos que sean, pero que mantienen una vida binacional.
“Así conocí gente y me fui asociando con otros que iban regresando a México, algunos que llevan en EE. UU. apenas un año, dos o cinco años. También a personas que tienen más de 10 o 15 años”, describe.
“Entonces me di cuenta de que, a pesar de la diferencia de edades, del tiempo que llevan aquí, siempre hay marcas habituales entre nosotros; toda la cultura que agarra uno allá, cuando estamos viviendo en el gabacho”.
Al principio de su retorno, Alberto Muñoz se hizo parte de la comunidad de repatriados a través del trabajo en call centers, la principal actividad laboral a la que se incorporan los mexicanos que han vivido en EU y dominan el inglés.
Alberto reconoce el temple binacional de la comunidad con la que comulga como difícil de digerir: no son de aquí ni de allá. Lo notó en la Ciudad de México y luego en Iguala, donde se mudó para vivir.
Sin embargo hay algo que los une y a la vez los hace únicos: la música. Principalmente el hip hop y el rap.
“La música rap nos permite encontrarnos y reconocernos dentro del género. La mayoría de la comunidad interactuamos entre nosotros mediante el rap; nos gusta mucho”.
El gusto por esta música lo llevo en primer lugar a grabar videos de las canciones de sus conocidos, muchas de las cuales hablaban sobre sus vivencias personales como personas biculturales: “Se graba, musicaliza y mezcla no solamente su regreso y su historia de cómo fue empezar de cero otra vez en el país. También su vida”, relata.
Al empezar a ver a los suyos desde la cámara y no sólo como compinches, se dio cuenta que su trabajo tenía muchas más posibilidades. Ya no sólo videos musicales sino historias más complejas como las que ahora tiene en mente. Historias que hablen de ellos mismos. Poner el foco donde no han querido ponerlo.
“Todo fue muy natural: desde niño me gustaba grabar y luego poco a poco fui grabando y aprendiendo”, cuenta. “De la filmamción de videos fui al documental”.
Números en frío
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), de 2015 a 2020 más 800,000 mexicanos abandonaron el país. De este conjunto, el 77% se dirigió a Estados Unidos.
Este dato da una idea de cuántos están allá. No obstante, la realidad de quienes regresan es particularmente compleja.
De acuerdo con la Unidad de política migratoria de la Secretaría de Gobernación, desde 2015 hasta junio de este año, la media de los migrantes repatriados ha sido de 190,000 al año con ligeras variaciones anuales hacia arriba o hacia abajo.
En lo que va de 2022 han sido deportados un total de 136, 343 migrantes. Durante 2021, esa cifra llegó a 160,689 y durante 2020 fue de 184,402. Estos números corresponden con un período de pandemia en el cual los flujos hacia la frontera norte disminuyeron.
De acuerdo con estas cifras, en promedio una quinta parte de los migrantes que se van regresan a México por distintas razones. También explican en buena medida las redes comunitarias que se han construido en ambos países, mediante las cuales buscan apoyar a los que llegan, y a los que se van voluntaria o involuntariamente.
Desde que Alberto Muñoz regresó a México ha sido importante construir redes de contacto entre ambos países; sobre todo para que los migrantes encuentren un trabajo.
“Todo empieza por los call centers más que nada, ahí es donde nos movemos casi todos los repatriados. Yo regresé hace tiempo de Chicago. Cuando me pude graduar de la preparatoria, ya cumpliendo los 18, pues hice los que muchos de nosotros solemos hacer: ir a la Ciudad de México”, explica.
Él ha ayudado a que otras personas tengan trabajo en puestos similares, y detalla la razón: “Ahí nos metemos quienes no seguimos con la universidad. Principalmente por nuestro dominio del inglés podemos trabajar mejor y ganar un poco más que el promedio”.
La mayoría de los migrantes deportados son varones en edad laboral que buscan insertarse en algún empleo pronto. El gobierno federal mexicano y varios gobiernos estatales tienen algunos proyectos cuya finalidad es evitar que los migrantes lleguen desprotegidos o caigan en el desempleo automático. Pero no son suficientes.
Según una investigación del Colegio de la Frontera Norte; sólo un 21% de los migrantes repatriados recibe un apoyo por parte del gobierno. De todos ellos, sólo un 1.3% pudo encontrar un trabajo fijo.
Frente a esa situación, la solidaridad entre los repatriados es clave tanto laboral por recomendaciones como emocional. Alberto Muñoz empezó a ver que algunos de sus compeñeros se reunían después del trabajo para ponerse a rapear. Y así el simplemente empezó a filmarlos.
“Siempre hay cosas en común entre todos nosotros; toda la cultura que agarras de allá, cuando estamos viviendo en Estados Unidos. Traemos con nosotros costumbres, mañas, la cultura. No nos olvidamos de nuestras raíces, siempre somos orgullosamente mexicanos, pero también agarras patrones, digamos gabachos, de otro país. Todo eso, de alguna manera se convierte en tu forma de ser. Te dan personalidad”.
La calidez
De acuerdo con la definición del Diccionario de Cambridge, la palabra rap esla acción de hablar de forma rápida y golpeada. Su origen como género musical se remonta a las comunidades afroamericanas que, habiendo sido esclavizadas, llevaron consigo una serie de ritmos y cantos con una cadencia que a muchos europeos les parecía osca.
Desde mediados de los 60 del siglo pasado, con las luchas por los derechos civiles, esta forma de cantar y recitar fue retomada por muchas comunidades negras como marca distintiva en un intento por radicalizar al blues.
Poco a poco, esta expresión se integró a lo que hoy se conoce como cultura hip-hop, la cual incluye también manifestaciones visuales, como el grafiti; corporales, como el baile y marcas propias del habla cotidiana, como el “inglés afroestadounidense vernáculo”, también conocido como inglés negro.
Todo esto como parte de un proceso identitario que los distinguiera de otras comunidades en un país, aunque multicultural, de herencia predominantemente europea. Como minorías, muchos latinos se han sentido cómodos en el rap para expresar su identidad y su posición social a contrapelo.
Lo sabe César García con quien Alberto Muñoz ha hecho equipo tras la deportación del primero desde California, donde vivió desde niño. Cruzó la frontera junto con su familia antes del atentado de las Torres gemelas, cuando la frontera no estaba tan resguardada.
“Estuve viviendo allá más o menos 15 años, incluso estudié la high school. Entonces, tuve un problema en la calle con otra persona; no quiero dar detalles. Pero resultó que podían mandarme a la prisión por eso. Fue cuando tuve que regresar, porque el oficial encargado me dijo que era la cárcel o que me deportaran; así fue como volví a México”.
Ya en México, César ha logrado acoplarse y el rap se ha convertido en un elemento común para su vida a ambos lados de la frontera. Por ello es que se enganchó con Alberto Muñoz en un proyecto de narrar su vida que incluye su estancia en un centro de deportación dónde la NBC donó un equipo de filmación que él aprendió a usar.
“Desde que estaba allá me atraía mucho ese tema tanto como cantar”, reconoce.
Al regresar se preocupaba sobre cómo se iba a integrar. “Al principio, yo no hablaba con nadie, pero cuál fue mi sorpresa porque hay mucha gente como yo acá. Entonces hay una comunidad y muchos también andan en el rap, haciendo algo, fue cuando conocí a mucha gente que también venía de exportados allá venían, y su número ha crecido.”
Alberto Muñoz encontró en el perfil de los repatriados raperos un nicho para documentar. Desde que filmó el primer videoclip comenzaron a buscarlo otros cantantes. A la fecha suma alrededor de 20 musicales. Entre ellos, de artistas como Baby BC, Oved Berry y Hevy Evy. Cuando Geneva Diamante, una rapera de California vio su trabajo viajó a la CDMX.
“Fue un gran momento”, considera Muñoz.
Más allá
Después de los videos musicales siguieron los documentales, de Oved Berry en versión larga y de Rumec, un deportado de California que ayuda a enlazar a pequeños productores con exportaciones a medio oriente.
Para todos ellos, el rap ha sido la expresión adecuada para contar su vida y sus experiencias. Una forma de canalizar la contradicción de no ser de aquí ni de allá.
“Empecé a hacer videos musicales; compré una cámara, me enteré de que estaba un grupo en el call donde trabajábamos, y empezamos a hacer videos de las canciones”, destaca Muñoz.
Sobre el género documental, Roberto Fiesco, cineasta y conocedor del cine mexicano, comenta que se trata de un género fuera de los cánones hollywoodenses, porque hace evidencia realidades que muchas veces no son glamurosas.
Además, el cineasta profundiza:
“El documental permite trabajar con poco presupuesto. Sólo se necesita un grupo muy pequeño para hacer una película que puede tener un alcance enorme. Eso es una gran ventaja; sin mencionar que hay una democratización de los medios para realizar películas. No estamos hablando. Así, todos tenemos una cámara al alcance de la mano, en el celular, y con ella se puede hacer algo muy sencillo pero muy potente”.
En la producción de Alberto Muñoz también ha colaborado César, musicalizando algunas piezas. En el trabajo en conjunto pudo “darle vida a su música”, por lo que se sumó al proyecto sin pensarlo mucho. Dentro de poco César será el protagónico del nuevo documental de Muñoz.
Para Alberto, este proyecto aún sin nombre es la oportunidad de contar las historias de su comunidad. Y si bien aún no definen cuántos van a participar, sí es muy consciente de algo: mediante este trabajo se suman dos cosas que los repatriados, la música, las ganas de que su historia sea difundida.
La historia de la que quiere partir es la de un amigo suyo, que regresó y, como muchos, encontró difícil obtener trabajo. Sin embargo, el lado positivo es que apostó a dedicarse a la música y se sacó la lotería. De ahí, quiere mostrar el crisol de posibilidades de esa comunidad; sin tapujos pero también de una forma más democrática y colectiva.
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