- Keith M. Bellizzi
- The Conversation*
“Los hechos primero”. El eslogan de la cadena estadounidense de noticias CNN sostiene que “una vez establecidos los hechos, se pueden formar las opiniones”. El problema es que, aunque suena lógico, esta atractiva afirmación es una falacia que no está respaldada por la ciencia.
Los estudios de psicología cognitiva y neurociencia han descubierto que suele ocurrir exactamente lo contrario cuando se trata de política: La gente se forma opiniones basadas en emociones, como el miedo, el desprecio y la ira, en lugar de tomar en consideración los hechos. Los nuevos acontecimientos no suelen hacer cambiar de opinión a la gente.
Yo estudio el desarrollo humano, la salud pública y el cambio de comportamiento. En mi trabajo, veo de primera mano lo difícil que es cambiar la forma de pensar y los comportamientos de alguien cuando se encuentra con nueva información que va en contra de sus creencias.
La visión del mundo, incluidas las creencias y opiniones, comienza a formarse durante la infancia, ya que uno socializa en un contexto cultural determinado. Esta visión se ve reforzada con el tiempo por los grupos sociales con los que la persona interactúa, los medios de comunicación que consume e incluso por el funcionamiento del cerebro. Influye en la forma en la que la persona se ve y en cómo interactúa con el mundo.
Para muchas personas, un desafío a su visión del mundo se siente como un ataque a su identidad personal y puede hacer que endurezcan su posición. A continuación, se exponen algunas de las investigaciones que explican por qué es natural resistirse a cambiar de opinión, y cómo se puede mejorar en estos cambios.
No, a lo que va en contra de mis creencias
En un mundo ideal, las personas racionales al encontrarse ante nuevas informaciones que contradicen sus creencias evaluarían los hechos y cambiarían sus opiniones en consecuencia. Pero las cosas no suelen ser así en el mundo real.
Parte de la culpa la tiene un sesgo cognitivo que puede aparecer cuando los individuos están ante evidencia que van en contra de sus creencias. En lugar de reevaluar las posiciones que han mantenido hasta el momento, las personas tienden a rechazar las pruebas incompatibles. Los psicólogos llaman a este fenómeno perseverancia en las creencias. Todo el mundo puede ser presa de esta forma de pensar tan arraigada.
Cuando se presentan hechos -ya sea a través de las noticias, las redes sociales o las conversaciones con otras personas- que sugieren que lo que han creído y defendido es erróneo, las personas se sienten amenazadas. Esta reacción es particularmente fuerte cuando las creencias en cuestión están alineadas con sus identidades políticas y personales. Puede sentirse como un ataque contra uno mismo si se pone en duda una de sus creencias más arraigadas.
Enfrentarse a hechos que no se ajustan a la visión del mundo que tenemos puede desencadenar un “efecto rebote”, el cual puede acabar reforzando la posición original, sobre todo en cuestiones con carga política. Los investigadores han identificado este fenómeno en una serie de estudios, como los relativos a las opiniones sobre las políticas de mitigación del cambio climático y las actitudes hacia la vacunación infantil.
Buscando la confirmación
Hay otro sesgo cognitivo que puede obstaculizar el cambio de opinión y es el de confirmación. Se trata de la tendencia natural a buscar informaciones o interpretar las cosas de una manera que respalde las creencias existentes.
La interacción con personas y medios de comunicación afines refuerza el sesgo de confirmación. El problema con el sesgo de confirmación es que puede conducir a errores de juicio, porque impide mirar una situación de forma objetiva y desde múltiples ángulos.
Una encuesta de Gallup de 2016 ofrece un gran ejemplo de este sesgo. En un periodo de dos semanas durante las elecciones presidenciales de 2016, tanto los republicanos como los demócratas cambiaron drásticamente sus opiniones sobre el estado de la economía.
Nada nuevo había ocurrido en el ámbito económico, lo que cambió es que se eligió a un nuevo presidente de un partido diferente. El resultado de los comicios cambió la interpretación de los encuestados sobre la situación de la economía: un sesgo de confirmación hizo que los republicanos la valoraran mucho más ahora que su hombre estaría al mando y produjo el efecto contrario en los demócratas.
El cerebro no ayuda
Los sesgos cognitivos son patrones predecibles en la forma de pensar de las personas que pueden impedirte sopesar objetivamente las pruebas y cambiar de opinión. Algunas de las formas básicas de funcionamiento de tu cerebro también pueden ir en tu contra en este frente.
El cerebro está programado para protegernos, lo que puede llevarnos a reforzar opiniones y creencias, incluso cuando son erróneas. Ganar un debate o una discusión desencadena un torrente de hormonas, como la dopamina y la adrenalina. Al ganar una discusión el cerebro nos provoca una sensación de placer que similar a la que se tiene durante el sexo, la comida, los paseos en montaña rusa. Ese subidón nos hace sentir bien, incluso invulnerables y es una sensación que mucha gente quiere tener a menudo.
Asimismo, en situaciones de mucho estrés o desconfianza, el cuerpo libera cortisol. Esta hormona puede secuestrar nuestros procesos de pensamiento avanzado, la razón y la lógica, lo que los psicólogos llaman las funciones ejecutivas de tu cerebro. La amígdala del cerebro se vuelve más activa, lo que controla nuestras reacciones innatas de lucha o de huida cuando nos sentimos amenazados.
Durante la comunicación, las personas tienden a elevar la voz, a rechazar y a dejar de escuchar cuando estas sustancias químicas recorren su cuerpo. Una vez que se tiene esa mentalidad, es difícil escuchar otro punto de vista. El deseo de tener la razón, combinado con los mecanismos de protección del cerebro, hace que sea mucho más difícil cambiar las opiniones y creencias, incluso en presencia de nueva información.
Entrenándonos para ser mentes abiertas
A pesar de los sesgos cognitivos y de que la biología del cerebro que dificultan el cambio de opinión, hay formas de burlar estos hábitos naturales.
Hay que trabajar para tener una mente abierta. Hay que permitirse aprender cosas nuevas. Hay que buscar puntos de vista desde múltiples sobre un tema e intentar modificar nuestras opiniones a partir de pruebas precisas, objetivas y verificadas.
No hay que dejase influir por los valores atípicos. Por ejemplo, hay que dar más peso a los numerosos médicos y autoridades sanitarias que sostienen que los estudios prueban que las vacunas son seguras y eficaces que el que da a un médico que en un podcast que sugiere lo contrario.
Se debe desconfiar de la repetición, ya que las afirmaciones repetidas suelen percibirse como más veraces que la información nueva, por muy falsa que sea la afirmación repetida. Los manipuladores de las redes sociales y los políticos lo saben muy bien.
Presentar las cosas de forma no conflictiva hace que la gente evalúe la nueva información sin sentirse atacada. Insultar a los demás, o sugerir que son ignorantes o mal informados, por muy equivocadas que sean sus creencias, hará que esas personas a las que intentas influir rechacen tus argumentos. En su lugar, hay que intentar hacer preguntas que lleven a la persona a cuestionar lo que cree. Aunque las opiniones no cambien en última instancia, las posibilidades de éxito son mayores.
Debemos reconocer que todos tenemos estas tendencias y que tenemos escuchar respetuosamente otras opiniones. Hay que respirar profundamente y hacer una pausa cuando se sienta que el cuerpo se prepara para una pelea. Y, por último, debemos recordar que está bien equivocarse a veces, pues la vida puede ser un proceso de crecimiento.
*Keith M. Bellizzi es profesor de Desarrollo Humano y Ciencias Familiares de la Universidad de Connecticut (EE.UU.) y trabaja además en el Centro de Salud Pública y Políticas Sanitarias. Esta nota se publicó en The Conversation y fue reproducida aquí bajo la licencia Creative Commons.
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