A sus 81 años, Antonio Cabriales camina completamente encorvado. La edad, explica, y el haber pasado incontables días agachado y moviéndose por estrechos pasillos trabajando en pozos de carbón le dejaron esa secuela física.
“Trabajar en la mina es bien difícil, mijo. Te pones la lamparilla aquí amarrada en el pantalón, te pones las herramientas en la cintura, y tienes que ir así todo el rato —dice, mientras camina agachado unos pasos—. Y pues órale, córrele, para que saques buen billete. Porque en los pozos, a diferencia de las minas, te pagan por hora. Y cuanto más horas le chingues, pues más cobras”.
Aun así, a pesar de su maltrecha espalda, el hombre afirma que todavía está “entero”.
“Yo todavía estoy bien sano”, dice con el gesto serio y llevándose un cigarrillo a la comisura de los labios, para a continuación alzarse los pantalones por arriba de la estrecha cintura.
Antonio ya está desesperado. Han pasado ocho días desde que su hijo de 41 años, Mario Alberto Cabriales Uresti, se quedó atrapado en un pozo carbonífero en El Pinabete, en la población de Sabinas, Coahuila. El minero se encontraba picando en las profundidades cuando, de pronto, escuchó que de la tierra emanaba un estruendo que estalló y liberó miles de litros de agua que inundaron las galerías. Cinco mineros lograron escapar y subir a tiempo a la superficie, pero desde hace más de una semana Mario Alberto permanece bajo tierra junto a otros nueve compañeros.
“A mi edad, a mí ya no me importa lo que me pase —dice Antonio, ajustándose el sombrero de vaquero sobre la frente de la que escurre sudor—. Yo soy minero de toda la vida y conozco muy bien todos esos pozos —alza la mano de dedos largos y huesudos y apunta hacia el lugar donde los elementos del Ejército, la Marina y Protección Civil llevan a cabo las labores de rescate en El Pinabete—. Por eso, si ellos no lo hacen, yo les pido que me dejen bajar por mi hijo”.
Junto al hombre, que se refugia como el resto de la treintena de familiares que permanecen a la espera de noticias bajo un improvisado campamento que los resguarda del sol y de los casi 40 grados de la frontera mexicana con Texas, está Fernando Rico, otro minero delgado de 55 años, de rostro serio y repleto de grietas, bigote frondoso y cejas pobladas, quien viste una camisa de colores que mete por dentro de los tejanos.
“Los buzos cuando ven que hay alguna madera tirada ya no hacen nada. Dicen: ‘Ah, no, es que está muy mal el terreno en el pozo. Hay maderas. No se puede, mejor ahí la dejamos’”, lamenta el hombre, que como su “pariente” Antonio viste un sombrero vaquero desgastado por los años y el sol.
Los hombres se refieren al último informe que dieron las autoridades gubernamentales, que la noche del miércoles 10 de agosto, justo cuando se cumplió una semana del siniestro, salieron a explicar que, si bien las labores de rescate no se habían suspendido, estas sí tomarán más tiempo del esperado debido a que, con la explosión en la mina, hay muchos escombros y turbulencias en el agua que impiden el acceso y la visibilidad en los pozos inundados. De ahí que los buzos del Ejército y la Marina salieran de las profundidades el miércoles sin mayores noticias.
“Todos estamos trabajando en equipo de una manera excepcional”, subrayó el presidente Andrés Manuel López Obrador la mañana de ayer jueves en su conferencia de prensa, en la que se detalló que la estrategia para iniciar el rescate consiste en primero extraer el agua con bombas, luego realizar una exploración de las condiciones de seguridad por medio de buzos y, por último, ingresar al equipo de rescatistas en busca de los mineros.
Sin embargo, hasta la mañana de este jueves, el único logro se reducía a la extracción de 148 mil metros cúbicos de agua de la mina siniestrada, según detalló el gobierno de Coahuila en su cuenta de Twitter. Aunque para los familiares, ese dato no les genera ninguna tranquilidad ni alivio. Al contrario, a medida que van pasando los días, la incertidumbre va arrancando terreno, palmo a palmo, a la esperanza de que aún pueda ocurrir un “verdadero milagro” y los mineros salgan de los pozos con vida.
🔴 Desde Sabinas, Coahuila, @ManuVPC estará reportando sobre los avances en los trabajos de rescate de los 10 mineros atrapados.
Ayer, en un primer intento para ingresar, los buzos se toparon con obstáculos. Lee más: https://t.co/Lgnrf5OVIx pic.twitter.com/Df84UqAYtp
— Animal Político (@Pajaropolitico) August 11, 2022
Incertidumbre y desesperación
“Estamos desesperados. No nos cansamos, ni renegamos de estar aquí, pero nos desgasta mucho que no vemos avances y que nadie nos informa nada”, lamenta Cecilia Cruz Castillo, sobrina del minero Sergio Gabriel Cruz Gaitán, de 41 años.
“Las autoridades no están siendo sinceras con los familiares. Los tienen aquí, desgastándose todos los días, y no les dicen casi nada de lo que está pasando ahí adentro”, dice otra mujer que vino al campamento con comida, agua y mucho hielo, así como para brindar apoyo psicológico; ella es una de las muchas personas voluntarias que vienen del municipio de Sabinas y de las comunidades aledañas, con fuerte tradición minera, a solidarizarse con los familiares ante el siniestro.
La queja de la señora Cecilia es la más recurrente en el campamento que preside una imagen de San Judas Tadeo, el santo de las causas imposibles, junto con un enorme mural en tela que un artista plástico donó.
“A las autoridades les pedimos más información, porque estamos desesperados. Nadie sale a decirnos nada. Antes sí salían a explicarnos qué estaban haciendo, pero ya no. No sabemos nada”, coincide la señora Ana Cristina Cruz Gaytán.
Aunque el gobierno de Coahuila y el federal a través del presidente López Obrador, que suele abordar el tema en su conferencia mañanera, dan información general a diario sobre los trabajos, los familiares denuncian que buena parte de su incertidumbre está motivada por la falta de respuestas precisas de las autoridades que están trabajando a pie de campo. Por ello, el campamento, en el que también hay una veintena de medios locales, nacionales e internacionales, se convierte por momentos en un hervidero de rumores que ninguna autoridad confirma ni desmiente.
Ante la falta de certezas, Antonio insiste desesperado una y otra vez en que lo dejen bajar al pozo. Que, una vez pasada ya más de una semana del accidente, ya poco tiene qué perder. Como sea, quiere llegar hasta su hijo, minero también desde los 18 años.
“Se necesita que baje alguien que sepa, que sea minero. Que conozca la mina y sepa moverse. Y los soldados no saben hacer eso. Por eso les he dicho que me dejen bajar por mi hijo. Que yo me ofrezco voluntario. Pero pues no me dejan y aquí me tienes. Desesperado y sin noticias”, lamenta el hombre, que, derrotado, toma una silla de plástico y se sienta junto a su pariente Fernando. Ahí, en completo silencio y bajo un calor plomizo, los dos permanecen con la mirada puesta a lo lejos en el pozo donde, a unos 60 metros de profundidad, aguardan por ser rescatados Mario Alberto Cabriales Uresti y otros nueve mineros.
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