Ortodoxo pero no ultra-ortodoxo, sabedor de las limitaciones que suele imponer la política, Gabriel Rubinstein es un economista de sólida formación académica, cierta experiencia en la gestión pública (entre 2002 y 2005, durante la gestión ministerial de Roberto Lavagna fue su representante en el Banco Central) y dilatada trayectoria como consultor económico, en los últimos años como titular de la consultora Gabriel Rubinstein & Asociados (GRA).
Como secretario de Programación Económica, suerte de “viceministro” de Economía, Rubinstein será el encargado de darle consistencia macroeconómica a las medidas que vaya desplegando la gestión de Sergio Massa y seguramente el interlocutor más habitual con el equipo del FMI responsable del seguimiento del acuerdo con la Argentina, desde la directora gerente, Kristalina Georgieva, hasta el director del Departamente Hemisferio Occidental, el brasileño Ilan Golfajn, hasta el jefe de la “misión argentina”, el venezolano Luis Cubeddu. Sería extraño, además, que prescinda de aconsejar a Massa de designar como representante argentino en el directorio del Fondo a un economista de confianza, en reemplazo de Sergio Chodos, un abogado que durante 31 meses hizo de “alter ego” del renunciado Martín Guzmán.
Numerosos escritos, declaraciones e intervenciones en redes sociales dan cuenta de su visión, en los que trasuntaba una fuerte expectativa positiva de que la llegada de Massa revitalice al gobierno de Alberto Fernández. “La lectura de la posible asunción de Massa es positiva, más aún en un contexto de caos como el actual. Alberto Fernández ya perdió demasiada credibilidad. Estamos en vísperas de un cambio con más orden y mayor aval político a la gestión económica”, tuiteó una entrevista por radio Colonia, antes de la asunción ministerial de su ahora jefe.
“Lo urgente e importante en Argentina es terminar con el desequilibrio fiscal, mejorar la credibilidad interna y externa (importante desde lo político) para fortalecer reservas”
En cuanto a su visión económica, tuiteó: “Lo urgente e importante en Argentina es terminar con el desequilibrio fiscal, mejorar la credibilidad interna y externa (importante desde lo político) para fortalecer reservas” y mantener lo que el mismo llamaba y entrecomillaba un “endeudamiento responsable”. E incluso ya advertía beneficios. “La baja del dólar es una parte del efecto de Massa y tambien se alejan los riesgos de hiperinflación, que estaban a la vuelta de la esquina”, decía, y cerraba un reciente hilo con optimismo: “Bajo estas condiciones, la inflación podría comenzar a estabilizarse en niveles razonables. Caso contrario, el riesgo hiperinflacionario seguirá tocando la puerta, y cada vez más fuerte”.
Según Rubinstein, la reciente fase de crisis, ahora en una impasse, se inició el 9 de junio, cuando ventas de la estatal Enarsa provocaron un derrumbe de los bonos en pesos ajustables por CER con que se venía financiando el Tesoro, se acentuó con el “super-cepo” del 29 de ese mes y se perfeccionó el 2 de julio, con la sorpresiva renuncia de Guzmán. “La cuestión es que tuvimos, en muy poco tiempo, una crisis aguda en el mercado de bonos en pesos, una crisis de reservas en el BCRA que nos llevó a una suerte de default comercial por unos días, y una crisis política, todo lo cual se tradujo en alto nerviosismo, con fuerte suba del dólar libre. Y con fuerte efecto tanto en el mundo de las inversiones financieras, como en el mundo de la calle, es decir en el día a día de la vida de la gente”, escribió para la revista Noticias.
El relajamiento del supercepo y las buenas intenciones de ordenamiento fiscal de Batakis no alcanzaron, porque además faltó apoyo político.
Así, hace apenas días, Rubinstein describía como “escenario base” para la economía, con 40% de probabilidades, uno de efectiva baja del déficit fiscal para la cual –afirmó- “se necesitaría una hoja de ruta mucho más certera sobre las cuentas fiscales, desde ahora hasta fines de 2023″.
Otra condición es mejorar el frente externo. Y allí sugirió que “en la emergencia” sería “mucho mejor” definir pagos que se cursaran por el Mercado Único y Libre de Cambios de toda clase de bienes y servicios y crear un segundo mercado (vinculado con el MEP), donde se puedan cursar el dólar ahorro, turismo, tarjetas y, si fuera necesario, consumos denominados suntuarios: whisky, bebidas varias, marcas sofisticadas, con la expresa aclaración de que no debía incluirse allí al café.
Además, Rubinstein consideró acertada la intervención del Banco Central al sostener los bonos en pesos e incluso darles la garantía (opción put) de recompra, sin la cual –dijo- “el Gobierno no hubiera podido colocar nada y sin emisión de pesos, debería haber “reperfilado” la deuda (default). Entonces, seguramente, el dólar contado con liquidación hubiera “volado” más”.
“Si el Gobierno está convencido de que bajará el déficit fiscal, y congruente a ello, disminuirá la inflación, debería ser muy cuidadoso con la suba de salarios, dólar, y los Precios cuidados”
Allí es que dio un consejo de política económica que seguramente valdrá en su gestión como vice de Massa: “Habría que profundizar este camino, para eliminar el efecto ‘pared”. Lo cual es tanto un aval a la actuación de Pesce en el BCRA como un augurio de nuevas subas de las tasas de interés para cumplir con la promesa hecha al FMI de que el gobierno aplicará tasas de interés reales “positivas”, esto es, superiores a la inflación.
Por último, en materia de ingresos Rubinstein es partidario de “suavidad” en la indexación de precios y salarios. Así lo puso: “Si el Gobierno está convencido de que bajará el déficit fiscal, y congruente a ello, disminuirá la inflación, debería ser muy cuidadoso con la suba de salarios, dólar, y los Precios cuidados”. Instrucción de la que el nuevo secretario de Comercio, Matías Tombolini, deberá convencer a las empresas, y el propio gobierno a la CGT y los movimientos sociales.
Rubinstein decía que en ese “escenario base” el PBI 2022 sería 3,1% superior al de 2021, pero con recorrido negativo en la mayor parte del año, una inflación del 90% anual, y un dólar oficial que subiría entre 4 y 5% mensual durante “varios meses”. Y tras esta suerte de “gradualismo”, en que el dólar libre aumentaría menos que la inflación, reduciéndose la brecha cambiaria, el PBI crecería modestamente, apenas 1,5%, el año próximo.
Asignaba menos chances -un 30%, probabilidad que ahora tendrá en sus manos acrecentar- a una “estabilización exitosa” de la que –enfatizaba- “si quiere perdurar deberá resolver el problema fiscal”.
Y machacaba: “Sin financiamiento y sin emisión monetaria de origen fiscal (ya que queremos eliminar la inflación) no hay más remedio que lograr el equilibrio fiscal”.
La estabilización podría ser corrida a la “izquierda”, en cuyo caso reposaría más en aumentos de impuestos” (incluyendo las tarifas públicas) o más a la “derecha” (más acento en reducir el gasto, pero siempre con suba de tarifas).
“Sin financiamiento y sin emisión monetaria de origen fiscal (ya que queremos eliminar la inflación) no hay más remedio que lograr el equilibrio fiscal”
Más peliaguda es la decisión del tipo de cambio. ¿Cómo se estabilizaría? ¿Con tipo de cambio único? ¿Con doble mercado, pero garantizando una brecha baja? ¿Con mega devaluación inicial, o no? Para asegurarse la estabilidad del dólar nominal, ¿habría que resolver los temas de bonos en pesos? ¿Y de las Leliq?, se preguntaba Rubinstein, lo cual abre las posibilidades al desdoblamiento cambiario, la reprogramación de la deuda en pesos, una “muy probable reprogramación (agresiva) de la deuda en dólares (y en una de esas, también un default con el FMI, aunque esto no luce muy probable) y una “posible reprogramación de los depósitos a plazo fijo (variante de plan Bonex), para alejar la posibilidad de que corran contra el peso.
Rubinstein describía también un “Plan de Estabilización de Centro” o “más normal”, con cierto parecido a los planes Austral, Convertibilidad, el plan implícito de la era Lavagna con mercado cambiario desdoblado en el que habría un dólar comercial “administrado” al menos por un año, y un dólar “financiero” libre, mercado en el que BCRA podría eventualmente intervenir para moderar picos de subas de modo de ir reduciendo de modo “sustancial” la brecha cambiaria, de modo que cuando fuese lo suficientemente baja y el BCRA contara con un nivel de reservas netas “respetable” (”¿USD 20.000 millones?”, hipotetizaba), se procedería a unificar el mercado de cambios, “seguramente bajo la modalidad de tipo de cambio administrado”, pero que, en esencia, obraría como un tipo de cambio fijo.
Su último escenario, también con 30% de probabilidad, es el de un escenario de hiperinflación, “un desmadre gatillado seguramente por alguna crisis política, solo un poco más grave que la vivida en junio, que ahora, junto a Massa, hará todo lo posible por conjurar.
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