Los periodistas de mi generación fuimos los últimos en aprender y ejercer el oficio a la vieja usanza, es decir, justo antes de la irrupción de las redes sociales. En el momento en el que las noticias tradicionales comenzaron a convivir con los medios digitales (en los que cualquier trol hace las veces de Kapuscinski), empezamos a ser conscientes de que la influencia del profesional de la información quedaba desdibujada en esa vorágine de ‘clickbaits’ y ejércitos de bots que hoy marcan la agenda pública.
El denominado ‘cuarto poder’ ya no se encuentra entre las paredes de una redacción, sino que se ha desplazado a un mundo digital ruidoso y enloquecido, regido por algoritmos.
Cuando la sociedad pierde la credibilidad en un periodista, condena a la prensa en su conjunto. Sin embargo, aceptamos gustosos la desconfianza propia de la digitalización, que nos aturde con su frenesí informativo de ‘fake news’, linchamientos, discursos de odio y teorías de la conspiración. Siempre existirán periodistas sin ética, aquellos que deliberadamente pervierten el ejercicio de su profesión y la desvirtúan; los algoritmos, por el contrario, no tienen conciencia y están diseñados para privilegiar lo viral, sin cuestionarse si posicionan en lo más alto el morbo o la mentira.
Pensamos que somos libres y tenemos acceso a todo tipo de información, pero es el algoritmo el que decide por nosotros. Cuando escuchamos música en Spotify, es la aplicación la que nos proporciona la selección de canciones que ‘piensa’ que nos van a gustar. Incluso si buscamos un grupo o tema concreto, tras escucharlo, el algoritmo vuelve a tomar el control y elige el siguiente.
Netflix también juega a ser Dios con nuestros patrones de consumo. Ahora ha añadido un modo ‘aleatorio’ con el que ni siquiera tenemos que pensar qué queremos ver, puesto que la inteligencia artificial decide por nosotros. Y no es que seamos vagos (que también), es que después de estar una hora dando vueltas por el catálogo de la plataforma sin encontrar nada pasable, uno termina con la voluntad anulada. Como dice el profesor Han, a partir de un punto crítico cuantitativo, el exceso de información (o contenidos) nos desorienta.
Pero la palma al algoritmo más puñetero se la lleva Instagram, que además de espiar nuestras conversaciones, desquiciarnos el subconsciente para que consumamos como posesos y destrozar la salud mental de los adolescentes, ha cambiado otra vez su cálculo de posicionamiento. El nuevo algoritmo ha hecho que se resienta el alcance de las publicaciones de muchos influencers que, presos de la desesperación, están subiendo publicaciones cada vez más humillantes e impúdicas.
El profesor Han dice que el like es el nuevo amén. Alumnos de Primaria ya están pidiendo a sus padres como regalo de Comunión que les compren seguidores en Instagram o TikTok. Los caminos del algoritmo son inescrutables.