El ultraderechista presidente brasileño, Jair Bolsonaro, con postura amenazante y envalentonado por el presunto apoyo de las Fuerzas Armadas a sus decisiones, tratará de evitar el triunfo del izquierdista Luiz Inacio Lula da Silva en las elecciones generales del próximo 2 de octubre, incluso con un golpe de Estado.
Hasta ahora, las encuestas de opinión, como Data Folha, indican que Lula da Silva está en el primer lugar de las intenciones de voto (44%) y detrás de él Bolsonaro, con un 33%, lo cual indica la victoria del exmandatario que gobernó del 2003 al 2010, cuando cerró el ciclo con un 87% de apoyo de la ciudadanía.
Uno de los dos postulados principales ocupará el Palacio del Planalto, sede del gobierno en Brasilia, la capital. Ya están en campaña de manera extraoficial, pues solo comenzará por ley el próximo 16 de agosto.
Los caminos de cada uno ya están trazados. Los discursos son diferentes y apuntan a dos tipos de país. El dignatario, del Partido Liberal, un excapitán del Ejército, fiel seguidor de los postulados de la dictadura militar (1964-1985), es un gritón que para todo apela a la violencia, la mentira y las armas. Lula, procedente de la clase obrera, promete recuperar al país de la miseria al que la devolvió su antagonista con sus medidas neoliberares y reimplantar la política pública que sacó de la miseria a 48 millones de sus conciudadanos, devolvió los niños a las escuelas, construyó viviendas, y declaró universal y gratuita la salud pública.
Lula da Silva es un prestigioso estadista, y el complot de la oligarquía para evitar que aspirara a la presidencia en 2020 –demostradamente falso- incluso condenándolo a largas penas por presunta corrupción, se vino abajo años después. Pero el mal fue hecho. Bolsonaro ganó ante la falta de un rival con posibilidades del Partido de los Trabajadores (PT), la mas importante fuerza política del país, y el descontrol tomó la gigantesca nación suramericana.
Las muestras de respaldo nacional e internacional al exmandatario mientras cumplía prisión en la cárcel de Curitiba –donde está la Sala del ex juez Sergio Moro, que lo condenó- llegaban de continuo. Personalidades de la política y de la cultura rompieron el bloqueo carcelario y lo visitaron.
Ahora, en libertad, y como candidato oficial del PT, recibió a la vicepresidenta electa de Colombia, Francia Márquez, una prestigiosa abogada y lideresa social negra, oriunda del Cauca, con el que intercambió sobre diversos temas de la agenda política regional. Gesto que demuestra hacia donde se encamina Brasil si el ex dirigente sindicalista paulista vuelve a lucir la banda presidencial.
Lula advirtió que visitará los 27 estados de la nación, que posee 216 000 000 de habitantes, para conocer, de cerca, los problemas que más afligen a sus coterráneos, en especial los pobres. Brasil es una nación muy heterogénea, incluso en su geografía. Ningún político podría tener un dictamen real de los principales asuntos a resolver sino viaja y conversa con la gente, como ha sido, tradicionalmente, el sistema de gobierno del PT.
BOLSONARO NO QUIERE ENTREGAR
Las personas con conciencia política de Brasil, no aquellas fanáticas que salen detrás del que mejor toca las campanas, saben, y está demostrado con cifras, que Bolsonaro hace un mal gobierno. El Bolso, como le llaman popularmente, entregó el país a las trasnacionales –empresas como Electrobras o Valle do Río Doce- , eliminó los programas sociales heredados del petismo, se alió a Estados Unidos de manera pública, ponderó el empleo de la fuerza militar, integró un gabinete con oficiales de alto rango, se negó a vacunar a la población contra la COVID-18, con saldo de más de 660 000 fallecidos, y defiende el uso de las armas para particulares.
Además, tiene varias denuncias sobre presunta corrupción por acciones de tráfico de influencias. Uno de sus hijos aparece involucrado en el asesinato de la concejala fluminense Mairelle Franco, y su chofer, sin que haya sido juzgado.
El dignatario se niega a aceptar, de una manera rayana en el capricho, el empleo de urnas electrónicas en los próximos comicios. Su actitud despertó las alarmas porque desde hace 20 años son empleadas con confiabilidad en el país.
Con un discurso altisonante y provocador, Bolsonaro anunció que no aceptará los resultados del escrutinio y exigió, además, que las boletas sean contadas por personal militar.
El panorama político está ensombrecido por las bravuconerías de este personaje que fue diputado federal durante 28 años y en ese tiempo solo hizo una propuesta, que salió de la agenda por disparatada.
En el Congreso era distinguido por su carácter desfachatado, al extremo de decirle a una diputada que era ¨tan fea que ni siquiera merecía ser violada¨.
Este mes, al recibir en su residencia oficial a embajadores y otros diplomáticos de cerca de 40 países, cuestionó ante ellos el sistema de voto electrónico que utiliza Brasil desde 1996, además de criticar duramente al Tribunal Superior Electoral (TSE) y acusar a sus miembros de conspirar para favorecer a Lula.
El secretario nacional de Comunicación del PT, Jilmar Tatto, afirmó a la prensa local que “Los términos del intento de golpe de Estado de Bolsonaro ya están establecidos. Sus pretensiones de movilizar su propia base contra el Supremo Tribunal Federal y el Tribunal Nacional Electoral son prácticamente una confesión de derrota“.
La semana pasada, el diputado federal Paulo Texeira, secretario general del PT, hizo también referencia a la posibilidad de un golpe para desconocer los resultados de los comicios. “Me parece, estimó, que el riesgo mayor es que ocurra algo en el período post electoral, después que Lula haya vencido”.
Así se proyecta Bolsonaro, que encabeza una campaña a favor de vender armas a quienes considera ¨personas de bien¨, o sea a sus seguidores más fanáticos.
Bajo la sigla CACs se reúnen coleccionistas de armas, tiradores profesionales y cazadores. En 2018, cuando fue electo, en Brasil existían 117 467 CACs. El pasado 1 de julio la cifra era de 473 818 grupos armados.
El analista brasileño Eric Nepumoceno aseguró en el diario argentino Página 12, que existen 957 300 armas sin propietarios identificados, y otras 692 500 están en posesión de ciudadanos con autorización legal para portarlas.
Aunque Nepumoceno lo considera ¨cada vez mas desequilibrado mandatario¨ Bolsonaro impulsó –y seguramente ganó una buena tajada, el negocio de las armas, pues las tiendas dedicadas a la venta de pistolas, revólveres, carabinas y fusiles y los clubes de tiradores han crecido de manera escandalosa.
Esos espacios para practicar el tiro también se expandieron. En la actualidad hay 2 066 en el país, con nombres significativos por el que enrutan su ideología: ¨Patria armada Brasil¨, ¨Patriotas del Brasil¨, ¨Armas Brasil¨, entre otros.
Es significativo que esos grupos, y así lo han divulgado, pretenden obtener una fuerte representación en el Congreso que surgirá de las elecciones de octubre. Hasta ahora, hay anunciadas 54 candidaturas a diputado nacional, senador y gobernador estadual. Esos aspirantes están todos vinculados a la Asociación Pro-Armas, el de mayor número de miembros en el sector.
Esa agrupación indicó otros 23 nombres para las asambleas provinciales, y varios de sus dirigentes hablaron sobre la creación de un partido político.
Existe el temor fundamentado en las fuerzas políticas tradicionales de Brasil en que esos radicales formen parte, llegado el caso, de defensores de Bolsonaro en las calles, si este dictara fraude en los resultados electorales.
Serían, si las Fuerzas Armadas se negaran a seguir los dictados del alocado mandatario, sus grupos de choque contra quienes votaron por Lula da Silva.
Bolsonaro, aunque se reunió personalmente con el presidente ruso Vladímir Putin –a pesar de que no utilizó las vacunas antiCOVID rusas por el distanciamiento ideológico con la nación euroasiática- considera priorizada ¨la defensa de la Patria del peligro comunista¨, leáse Lula da Silva, según sus teorías fuera de contexto.
El ex mandatario fundó el PT, un partido de izquierda, bajo las bayonetas del régimen militar, pero jamás empleó la palabra comunista en sus discursos. Sin embargo, para Bolso, todo vale.
Lo preocupante es la altísima cantidad de armamento en mentes obtusas, dirigidas por un presidente que carece de pensamiento crítico.
Mientras, la población está pendiente de los eventuales debates entre los aspirantes al Planalto, -un desafío a la seguridad personal del líder izquierdista- pero que aceptó enfrentarse a Bolsonaro en dos espacios. Todavía hay que esperar la decisión del Bolso, quien primero dijo que no, y luego cambió de opinión.
Para Lula, ese cambio de postura de su antagonista político se debe al temor del ultraderechista de perder las elecciones en la primera vuelta, como ya han vaticinado varias encuestas.
Sin embargo, la ausencia de los aspirantes favoritos en los debates no es nueva en Brasil. El propio Lula faltó a los celebrados antes de la primera vuelta de las elecciones de 2006, en las que fue reelegido. Su antecesor en el cargo, Fernando Henrique Cardoso, tampoco participó en los de la campaña de 1998, que ganó en la primera vuelta, renovando así su mandato por otros cuatro años. Por su parte, Bolsonaro fue tan solo a un par en la campaña de 2018 y luego justificó su ausencia en el resto por la cuchillada que recibió durante un acto electoral.