Los líderes empresariales que no se atreven a pronunciarse en temas polémicos deberían analizar su estrategia política más general.
Según los estándares de las campañas activistas contemporáneas, era un comunicado de prensa sin importancia. Color of Change, un grupo promotor de la justicia racial, emitió un comunicado la semana pasada exigiendo que las empresas dejen de financiar a los políticos que restringen el acceso de las mujeres al aborto.
Color of Change no es, ni mucho menos, la primera organización progresista que acusa a las empresas de hipocresía por permitir los ataques a los derechos reproductivos al tiempo que se ofrece a cubrir los gastos de viaje de las empleadas que buscan un tratamiento fuera del estado, después de que la Corte Suprema pusiera fin el mes pasado a su opción a interrumpir un embarazo.
Sin embargo, lo que llama la atención de su petición es que muchas de estas empresas son atacadas simultáneamente por la derecha. Los Conservadores de los estados controlados por los Republicanos han amenazado con retirar contratos a empresas como Citigroup, porque consideran que ayudan a las mujeres a interrumpir sus embarazos.
Los líderes empresariales se encuentran cada vez más en estas posiciones imposibles de ganar, atrapados entre dos bandos por temas que nunca quisieran debatir, a medida que los temas de la guerra cultural pasan a dominar el discurso político estadounidense.
Disney ha sido el objetivo más visible, vapuleado por el gobernador de Florida, Ron DeSantis, después de que la presión de los empleados la llevara a denunciar el plan del estado para restringir la discusión sobre la sexualidad o la identidad de género en las escuelas primarias.
Pero los ejemplos de empresas arrastradas a las guerras culturales proliferan. Apple y otras empresas están en desacuerdo con el gobernador de Texas, Greg Abbott, por una orden que compara la intervención médica de afirmación de género para menores transgénero con el abuso infantil. Virginia Occidental ha advertido que podría dejar de hacer negocios con empresas como BlackRock y JPMorgan Chase por su percibido “boicot” a los combustibles fósiles.
Y mientras los Demócratas culpan de la inflación a las ganancias de las empresas y a los elevados salarios de los ejecutivos, los Republicanos incluso han tildado a la Cámara de Comercio de Estados Unidos, siempre fiel al libre mercado, de “amanecidos (woke)” — la misma descripción que ahora aplican a las empresas que se manifiestan sobre cuestiones de desarrollo sostenible o justicia social.
Se ha normalizado la idea de que los ejecutivos deben pronunciarse en temas polémicos que van desde la inmigración hasta la vacunación. El grupo de relaciones profesionales de altos ejecutivos de empresas, World 50, informó la semana pasada que el 95 por ciento de sus miembros consideraba que la presión para hacerlo había aumentado en los últimos tres años. Sin embargo, ahora también estamos viendo tanto una reacción contra el activismo empresarial, algo que profundiza la sospecha de que hay dinero corporativo en la política, como un cambio en el debate político.
Durante décadas, las empresas estadounidenses han extendido cheques a los políticos de ambos bandos para comprar acceso y promover sus intereses, señala Joe Zammit-Lucia, autor de The New Political Capitalism. Pero añade: “Las cosas que son relevantes para el interés propio de las empresas ahora complementan las guerras culturales. Así que es posible que uno esté comprando acceso, pero ¿acceso a qué? Nadie quiere gastar $10 millones en comprar el acceso a participar en el debate sobre el aborto”.
En lugar de asegurarse la influencia de los gobernantes, las empresas se están convirtiendo en “apoderados políticos”, advierte la profesora de gestión de la Universidad de Columbia Vanessa Burbano: accesorios útiles en las actuaciones de los guerreros de la cultura para complacer al público. Tal vez porque la investigación de Burbano sugiere que las declaraciones públicas de las empresas sobre temas políticos conflictivos también tienden a generar más rechazo que aprobación, algunos líderes empresariales se preguntan ahora si no deberían pasar desapercibidos.
Los miembros del consejo de administración dicen que “tal vez tengamos que retroceder”, señaló Johnny C. Taylor Jr, director ejecutivo de la Sociedad para la Gestión de Recursos Humanos: “Tras el incidente de Disney, cada vez son más los directores ejecutivos que están volviendo a actuar como solían hacerlo”.
En particular, sólo una de cada diez grandes empresas estadounidenses hizo una declaración pública tras la sentencia de la Corte Suprema sobre el aborto, según el Conference Board; la mayoría prefirió ajustar discretamente sus prestaciones sanitarias. Paul Washington, quien dirige su centro de factores ASG, sostiene que las empresas deberían centrarse más en “cuestiones básicas de equidad económica y seguridad”.
Pero el mero hecho de publicar menos comunicados de prensa no garantizará una vida tranquila: los líderes empresariales también deberían reflexionar sobre la afirmación de los activistas de que su financiaciamiento ha permitido un estilo de política que muchos ejecutivos detestan en privado.
“Si estas empresas quieren dejar de ser sacos de boxeo político, tienen que alinear sus donaciones políticas con sus valores declarados”, afirma Evan Feeney, director adjunto de la campaña de Color of Change. Con demasiada frecuencia, afirmó, “hay una desconexión cuando las empresas dicen que apoyan el acceso al aborto [o] la democracia, pero financian a candidatos que se oponen a esos valores”.
Los últimos sondeos muestran que incluso los Republicanos están más preocupados por la influencia de las empresas que corrompe la política que por el hecho de que las empresas adopten posiciones woke. Esto sugiere que los directores ejecutivos pueden tener menos que perder si reducen sus contribuciones políticas que si perpetúan los hábitos de gasto que les están trayendo más problemas que influencia.
Con las amargas elecciones que se avecinan este noviembre y de nuevo en 2024, sería ingenuo pensar que las guerras culturales de Estados Unidos vayan a aquietarse pronto, o que las corporaciones puedan ganarlas.
Pero moverse en este territorio requerirá nuevas habilidades políticas por parte de los líderes empresariales, un enfoque diferente del dinero que gastan en la política y una nueva forma de pensar sobre qué exigir a cambio.
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