Uruguay parece condenado a no salir de los mismos debates.
Algo que quedó demostrado de nuevo esta semana, cuando el gobierno anunció que, finalmente, se había completado el estudio de factibilidad de un tratado de libre comercio con China, y que la voluntad de ambos países es seguir hacia adelante con eso.
El lector habrá sentido la misma apatía y desinterés ante el frenesí de algunos medios y políticos con este tema. De nuevo las mismas preguntas, que si el Mercosur nos deja, que si a los chinos de veras les interesa, que si Argentina nos va a bloquear, que si el Pit-Cnt va a hacer movilizaciones…
Lo frustrante es ver que, como país, el debate público sigue en una noria cual hámster de pecera. Uruguay tiene un dilema de hierro: según los estudios más confiables, así como está el país, tiene un potencial de crecer más o menos un 2% por año. Esta cifra claramente es insuficiente para asegurar a un porcentaje más elevado de los uruguayos un nivel de vida digno. Y si no damos algún golpe de timón, salvo por los periódicos ciclos de expansión y explosión de las materias primas, estaremos condenados a una especie de malvivir crónico, y siendo testigos cómo las corporaciones y grupos de poder se pelean por las migajas que logra sacar el Estado a los que más o menos logran subsistir.
En ese sentido, resulta inaceptable que el destino del país dependa de lo que decidan políticamente países como Argentina y Brasil. Los vecinos al oeste están en una situación desesperante, y ya dudando si el gobierno de Alberto Fernández llegará a terminar su mandato. En Brasil, el panorama parece mejor, pero ni tanto, ya que dependiendo de lo que pase en la elección de octubre, deberemos convivir con algún gobierno de corte populista (de izquierda o de derecha), con pretensiones de imperialismo apolillado, y que tampoco tiene muy claro lo que pretende de sí o del mundo.
La realidad, y aunque quede feo decirlo uno, Uruguay se ha despegado en los últimos años en materia política, económica, y hasta en convivencia social, comparado a sus vecinos más grandes. No está en nuestro estilo andarlo gritando, pero de alguna forma nuestro país, con gobiernos de distinto tipo, ha hecho bien los deberes. Mejor en esto, peor en aquello. Pero comparado a los vecinos somos unos “crá”.
¿Por qué quiere China hacer un acuerdo con Uruguay? ¿Lo tenemos claro? ¿Cómo se engancha eso con este momento de la política global?
Entonces llega un momento en que no parece razonable que el destino de Uruguay, su necesario y plausible salto a un estadio de desarrollo más parecido al de los países del primer mundo, esté condicionado por vecinos que siguen repitiendo los mismos errores.
Como primer paso, pues, deberíamos eliminar de nuestros debates ese tema. La única pregunta que nos debemos hacer es ¿nos conviene un TLC con China? ¿Es funcional a nuestra estrategia de desarrollo? Lo demás, debería sólo tomarse en cuenta como parte de eso, y no padecer ese complejo de hermano menor, siempre esperando aprobación de los vecinos.
Claro que esa pregunta debería venir acompañada de otras, porque detrás de un TLC con China hay mucho más que un ahorro de un par de cientos de millones de aranceles. ¡Que no es poco!
Pero, ¿por qué quiere China hacer un acuerdo con Uruguay? ¿Lo tenemos claro? ¿Cómo se engancha eso con este momento de la política global? ¿Seremos un “caballo de Troya” de China en el patio trasero de Estados Unidos? Ese es el tipo de debate que uno extraña cuando aparecen estas noticias, en vez de la letanía perenne de un Pit-Cnt que solo parece saber decir que no a todo.
Es claro que el gobierno no puede salir a ventilar todo públicamente ya que significaría quedar muy expuesto en una negociación a varias bandas. Pero lo que realmente preocupa es que esa información tampoco parece estar siendo manejada o balanceada en los círculos “ilustrados” y los técnicos de los distintos partidos. Estamos todos cansados de la cantarina esa de las políticas de estado, mientras la dirigencia política no logra ponerse de acuerdo ni en cómo arreglar la educación, cuando los expertos de todas las visiones tienen bastante claro lo que hay que hacer. Pero si hay un tema que va a definir el futuro del país es qué estrategia adoptar a mediano plazo para insertarnos favorablemente en un mapa geopolítico global que está cambiando como sólo sucede cada un par de siglos.
Un país de las dimensiones, características e historia de Uruguay no tiene opciones tan diferentes para lograr esa inserción. Con datos, números, y elementos fácticos sobre la mesa, un porcentaje abrumador del sistema político debería poder marcar un rumbo. A mí me puede gustar más tal o cual ideología, ser más socialista “redistribuidor” o individualista liberal. Pero para eso precisamos un nivel de riqueza mayor al actual. Algo no parece estar demasiado lejos del alcance si nos pudiéramos poner de acuerdo en ciertos mínimos en este momento bisagra de la historia.