“En teoría ya podría jubilarme con un huertecito y unas gallinas”, dice la ingeniera en telecomunicaciones Anna Carreras (Barcelona, 1979). Lleva 17 años dedicada al oscuro arte generativo, la creación de obras únicas con código a partir de un algoritmo programado por el artista. Hasta 2021 su vida se centraba en dar clases de programación creativa a diseñadores y exhibir su trabajo en museos, donde la tarifa puede rondar los 1.500 euros por muestra. El año pasado, con la explosión de los NFT (non fungible token, en inglés), todo cambió. Carreras expuso sus creaciones en dos de las principales nuevas “galerías de internet”, Feral File y Art Blocks, en las que una sola de sus obras podía venderse por bastante más de esos 1.500 euros. Y de su proyecto más numeroso, titulado Trossets, vendió 1.000 en 45 minutos.
Carreras no quiere centrar este cambio sustancial en su vida en el dinero ni en el éxito repentino e incomprensible: “Es todo muy americano”, dice. El cambio increíble en su sector gracias a los NFT le ha sorprendido casi tanto como al resto. Hace poco más de un año tampoco sabía qué era un NFT. Aún hoy “flipa”. “Nunca me imaginé que esto pudiera ocurrir. Ni hablar”, dice en conversación con EL PAÍS en un bar del barrio de Gràcia de Barcelona. “El arte digital existe desde los años sesenta, pero no había encontrado el canal para llegar a la gente y de repente ahora ha petado y lo que hacemos, llega. Tengo mensajes de gente desde una carretera de Colorado dentro de un parque nacional donde me dicen que han parado para comprar un Trosset y me mandan una foto con el ordenador encima del capó del coche. Y otro en Alaska. Es muy curioso”, dice.
Los NFT han sido una de las grandes irrupciones tecnológicas de 2021. Su significado es registrar en un servidor la transacción de una obra digital y demostrar la propiedad única de un individuo. Esto es claramente contraintuitivo: ¿cómo algo que está en internet para que todos lo vean y copien puede pertenecer a una sola persona? Pues es eso. No es tan raro, dice Carreras: “Es difícil de entender pero de La Gioconda puedes tener posavasos, camisetas y pósters. Pero quien tiene La Gioconda es el Louvre y es de ellos”, dice. La Gioconda es un objeto y una obra digital está en una pantalla. No puedes poseerla igual, aunque haya un archivo en un servidor que pruebe propiedad.
La aventura de Carreras empezó en el confinamiento. Trabajaba con el ordenador en casa y colgaba en Twitter alguna obra para sus, entonces, poco más de 1.000 seguidores (hoy tiene 4.400). No usa Instagram ni Facebook. “Un día apareció Casey Reas, un artista estadounidense muy conocido, que ha expuesto en el MOMA y en el Pompidou. Me invita a la exposición colectiva inaugural de Feral File en marzo de 2021. Es la primera vez que hago NFT y tenía mis dudas”, explica. Allí expuso 75 piezas de su proyecto Arrels, “inspirado en Aragón, la zona profunda de donde viene mi familia, el Matarraña”. En media hora todos los artistas habían vendido todo.
El siguiente proyecto ya fue en septiembre en Art Blocks con las 1.000 obras de Trossets. Para entender qué ocurre hay que pensar en estas páginas como galerías de arte. Art Blocks se queda con un 10% de las ventas, menos de hecho que las galerías tradicionales. La gran peculiaridad de estos proyectos en Art Blocks es que todos son arte generativo. El artista programa un algoritmo que creará 1.000 piezas, pero esas piezas no existen hasta que se venden. Solo entonces se generan.
“En lugar de hacerlo con pinceles lo escribes y el ordenador lo dibuja por ti”, dice Carreras. “Puedo cambiar el color, la forma, el comportamiento, que las líneas que caen cuelguen más o sean más orgánicas para que perezcan ramas o, al contrario, sea más estructurado. Escribes un algoritmo para que dibuje un árbol, pero no lo dibujas literalmente con las ramas, le pides al ordenador que haga crecer un árbol y cada vez crece distinto. Las repeticiones son infinitas. Es como describir un árbol con código. Lo haces por ejemplo crecer más recto para que parezca un chopo o ciprés, que crezca más enredado para que sea una higuera. No pueden ser cosas perfectamente figurativas. Es todo más abstracto y geométrico”, explica.
Carreras va más allá de Photoshop u otras herramientas de ilustración. Usa código de un lenguaje llamado Processing, creado en 2001 precisamente por Casey Reas: “Le pides ‘dibújame un círculo aquí de color rojo’. Y lo ves. A partir de ahí vas creciendo. Si le das más vueltas te creas tu pinceles y con ellos pintas cosas que no puedes pintar de ningún otro modo”. La inspiración para los colores de Trossets son mediterráneos: paella, Ibiza, olivos, tortilla.
El éxito de Carreras en Art Blocks no fue extraordinario. La plataforma escogía a un artista cada semana y vendían todo, hasta noviembre, cuando se frenó el ritmo. El año 2021 ha sido inimaginable para los NFT, que no solo son obras de arte. Cualquier cosa en internet puede ser un NFT, pero el arte parece una opción perfecta.
Carreras apareció en noviembre en un reportaje largo de la revista Wired sobre el origen de los NFT. La periodista le dedicó tres párrafos a Trossets: “Una vez el precio bajó a cinco ether [en referencia a la criptomoneda ethereum, que se usa en estas transacciones y que hoy equivale a casi 14.000 euros por esos cinco ether], la subasta se aceleró y se convirtió en un frenesí, y pronto las 1.000 obras se agotaron. El proyecto recaudó alrededor de 10 millones de dólares. Restando el 10% que se destinó a Art Blocks y dos donaciones benéficas elegidas por el artista [a Open Arms y Fundación Marilles, que protege el mar en las Baleares] por un total de alrededor de dos millones de dólares, Carreras obtuvo siete millones en ethereum antes de impuestos”. Carreras fue la primera sorprendida por esa cifra. Aunque la subasta le supuso unos ingresos extraordinarios, asegura que se parecen más a la mitad de lo publicado por Wired. Cuando escribió a la autora del reportaje de Wired para aclararlo, la periodista añadió los detalles de los impuestos y los donativos. Además, le dijo, la pieza había resultado muy polémica y había recibido muchos palos (los NFT generan conflicto) y que en todo caso estaba solo bajo suscripción, con lo que la iba a ver menos gente.
Carreras quería estudiar Bellas Artes. Su madre le insistió en que antes hiciera algo que le permitiera ganarse la vida y ella eligió nada menos que Telecomunicaciones. “Siempre había hecho ciencias pero letras y bellas artes o biología eran mis otras opciones”, dice. A pesar de acabar sin problemas siempre siguió interesada por aplicaciones artísticas o educativas de su rama. Su madre entonces ya se resignó a que su hija hiciera ”dibujitos” con ordenador. El año pasado, cuando Carreras le dijo a su madre que los “dibujitos” se vendían en galerías de internet, su madre entendió lo que ocurría. “Caramba, pues haz más”, le dijo. Ahora que Carreras ha cobrado en ethereum, su madre mantiene algo de escepticismo: “Eso es dinero del monopoly”, le dice.
No es solo la madre quien duda de cómo funciona esto. Carreras ha pedido una carta a Art Blocks en español para Hacienda. Y se la han hecho: “Hacienda flipará con mi declaración este año. Me dirán que tenía unas rentas que daban pena y se harán un lío: qué drogas o armas has vendido, me preguntarán. Y yo les diré: no, he vendido arte por primera vez”. Carreras ha tenido que buscar una gestoría fiscal que sepa gestionar criptomonedas para su nueva situación.
Los NFT tienen otras diferencias respecto al mercado del arte tradicional. En sucesivas transacciones el creador se sigue quedando con el 5% de la venta. En la última semana se han vendido 22 piezas Trossets por más de 3.000 euros de media. Aunque el ritmo y el precio puedan decrecer, Trossets tiene ya vida propia. Hay un detalle que le da un inesperado valor añadido: algunas de las piezas abstractas forman por casualidad en su negativo formas de patos, pájaros, elefantes y otros animales. Es algo que Carreras no controla porque cada obra se genera solo para su venta, pero en las pruebas anteriores ya había surgido alguno. ”Generando luego 1.000 estaba bastante segura de que aparecerían”, dice.
Otra de las características que dan un valor especial a los NFT es su potencial para generar comunidades o privilegios para los compradores. Carreras por ejemplo está en un chat en la aplicación Discord con sus compradores, que le preguntan o consultan cosas, y ella les anuncia nuevos proyectos: “Es una de las cosas más chulas. Tu comprador final, que valora tu arte, que quiere saber más y tiene canal directo contigo, si algo no le gusta te lo dice, es maravilloso. A mí antes alguien me encargaba un proyecto, se iba a museos y todas las reacciones eran filtradas. Ahora sé de primera mano lo que piensan”.
Otra de las ventajas que ofrece Carreras con Trossets es una impresión en papel firmada por ella solo para el dueño de la obra. De los 1.000 propietarios, Carreras calcula que un 20% querrá su obra digital en papel. Será algo tangible. Pero la mayoría de propietarios pasa del papel. El mejor ejemplo es la propia Carreras, que hoy también es coleccionista de arte digital.
Los NFT vienen a cubrir una necesidad razonable en su sector. Hasta ahora el arte digital era una instalación en un museo. Pocos coleccionistas entraban a comprar algo tan específico. Ahora ya no: “Tenía artistas que seguía pero no les compraba obra porque ibas a un museo y no se podía comprar una pieza. Ahora, de repente, hay clásicos a los que yo había seguido y puedo tener obra suya. Tengo un Marius Watz, un Matt Deslauriers…”, dice. ¿Y cómo se disfruta este arte respecto al tradicional? “Sé que lo tengo, lo miro de vez en cuando en el ordenador. El próximo proyecto es fabricarme una pantalla para disfrutar del arte digital en casa porque en el mercado no hay nada que me convenza. Cogeré una pantalla y la tunearé. Detrás pondré algo para decidir qué obra veo en cada momento”, dice. Es la ventaja de ser artista y además ingeniera en Telecomunicaciones.
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