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Maxim Ósipov (Moscú, 1963) es cardiólogo, pero fuma en pipa. «Esto no cuenta», dice, entre risas y caladas. Hay algo melancólico en su mirada, tal vez el exilio, y un humor al que acude para aligerar el drama, como si fuera alcohol. Huye del sermón, por eso escribe cuentos igual que si fueran sinfonías: le interesa la belleza, la vida, la contemplación. Su máxima es la de Auden: «La poesía hace que nada suceda, sobrevive / en el valle de su creación». Con ese empeño, asegura, ha alumbrado todos los relatos de ‘Piedra, papel, tijera’ (Libros del Asteroide), que funcionan como una suerte de fresco de la sociedad rusa. La misma que ahora ve desde Alemania, lejos de la guerra,
lejos del hogar